SOCIEDAD

Huevazos, insultos y un piquete de los evacuados a Jorge Obeid

A veinte días de asumir, el gobernador de Santa Fe vivió su peor jornada: un grupo de damnificados por la inundación que siguen evacuados lo rodeó, insultó y le tiró proyectiles. Luego fue al Arzobispado, pero no pudo salir durante tres horas. Terminó escapando en un patrullero por una puerta lateral.

Por Juan Carlos Tizziani
Desde Santa Fe

La bronca estalló ayer a ocho meses de la gran inundación que dejó 23 muertos y más de 100 mil personas en el desamparo. Primero contra la Casa Gris, sede del gobierno santafesino, en una oleada de insultos, huevazos y proyectiles. Una bomba de estruendo picó en la escalera, otra se coló por la puerta y explotó en el hall. Después, contra el propio Jorge Obeid, a quien la furia de 300 personas acorraló durante más de tres horas en el Arzobispado de Santa Fe y obligó a salir por una puerta lateral, custodiado por policías. Obeid intentó calmar a los manifestantes, hasta que volaron las botellas y el escudo de un policía frenó un palo que le pasó a centímetros de su cara. Más tarde, se multiplicaron los piquetes y cortes en avenidas y rutas de acceso.
Obeid vivió su peor día. ¿Se olvidó de que era 29? ¿Y el último 29 del año 2003 que quedará en la historia de las tragedias? ¿O no lo tuvo en cuenta? Una visita protocolar –acordada la semana anterior– con el arzobispo de Santa Fe, monseñor José María Arancedo, lo dejó en una encerrona de la que sólo pudo zafar a bordo de un patrullero. El 11 de diciembre inició su gobierno con una consigna: “Se terminó el tiempo de las palabras”, dijo. Ayer la sufrió en carne propia. Apeló al discurso político para contener la desesperación y la urgencia de quienes lo perdieron todo. Puso la cara. Pidió un mes de tregua. Pero le contestaron con insultos, algunas botellas volaron por el aire y un palo le pasó a centímetros de la cara.
Ya a media mañana se podía palpar la tensión en la plaza de Mayo. Antes del acto, frente a la Carpa Negra, el golpeteo de una cacerola se pareció a la orden de un clarín. Un grupo avanzó sobre las vallas metálicas que están atornilladas entre sí desde los tiempos de Carlos Reutemann, pero sólo pudo moverlas un par de metros. Algunos huevos se estrellaron sobre la Casa de Gobierno. Otros tiraron paquetes de polenta. Una bomba de estruendo explotó en la escalera, otra hizo añicos un vidrio y una tercera estalló en el hall. Casi no había policías.
La Coordinadora de Barrios Inundados le puso palabras a la bronca. “Se nos terminó la paciencia”, proclamó después de 155 días de resistencia en la Carpa Negra. “El nuevo gobierno ya demostró una continuidad (con el de Lole) en la política de hablar, prometer y no cumplir. ¡Basta de jugar con el dolor, la desesperación y la impotencia de los inundados!”, denunció.
A pesar del día y de una plaza que engordaba en bronca, Obeid no postergó su visita al arzobispo. Evitó caminar por la plaza, prefirió llegar en auto, pero sin custodia. Un grupo de vecinos lo estaba esperando. “Estoy hace diez días. Denme tiempo”, pidió en la puerta del Arzobispado.
–¡Queremos su compromiso, señor gobernador! –le suplicó una mujer.
–No me pida que solucione todo ahora –se defendió el mandatario.
Otras insistieron en la urgencia. “¡Yo no tengo nada. Vaya a ver cómo quedó mi casa!”, gritó la más desesperada.
–Mantengo el compromiso que he hecho con ustedes. No los voy a abandonar –terció Obeid. Un trío de jefes policiales lo rodeó. La misma mujer volvió a la carga: “¡No se olvide, señor gobernador, que usted se comprometió. No empiece por las calles. ¡Empiece por las familias! ¡Por favor, se lo pido!”, le dijo. Hasta ahora, Obeid sólo anunció algunas obras menores, pero no avanzó sobre la reparación económica.
–Vamos a buscar solución a todo esto. Denme tiempo –repitió.
El grupo volvió a la plaza. Y cinco minutos después, unas 300 personas rodearon el Arzobispado. Algunos corrieron para llegar antes y bloquear las puertas. Otro insulto se multiplicó en gritos y después en un pedido: “¡Que salga, que salga!”. Eran las 11 de la mañana.
Poco después comenzaron a llegar los refuerzos. Un cordón deuniformados cerró las puerta de la Curia. Y un pelotón de Infantería, con escudos y bastones, se desplegó frente a la Catedral. “No vamos a reprimir”, prometió el subjefe de Policía de la provincia, Jorge Pallavidini, rodeado de oficiales. Esa era la orden de Obeid.
Pero la tensión aumentó con las horas. Aparecieron los palos. Y la ironía. “¡Obeid salí, que acá está el helicóptero!”, gritó un viejo. El hombre estaba sacado, pero no tanto como para olvidar a Fernando de la Rúa.
El obispo intentó mediar. Salió dos veces a pedir calma. “El gobernador vino a visitarme. Está acá. Por ahora no quiere salir. Ya conversó. Va a esperar. Yo no puedo hablar en nombre de él”, dijo Arancedo. Un griterío le respondió. “¡Vos tenés que garantizar que nos den una audiencia!”
–Yo no soy vocero del gobernador –dijo el obispo–. Lo que me puedo comprometer con ustedes es a transmitirle que los reciba, no creo que hoy.
–Nooooooooo –le contestaron.
–¡Que venga a la puerta! –pidió uno– ¡Que salga al balcón! –gritó otro. Un hombre se acordó de los curas. Y otro del pasado de Storni. Arancedo se dio cuenta de que la tensión explotaba en insultos y optó por retirarse.

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El 11 de diciembre, Jorge Obeid inició su gobierno: “Se terminó el tiempo de las palabras”.
 
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