SOCIEDAD › EL CURA CORDOBES JOSE MARIANI EXPLICA SU POLEMICO LIBRO

“Yo era muy ingenuo, muy idealista”

Por la mañana, se reunió con el obispo. Y a la tarde no dio misa, acosado por los llamados. Aquí, cuenta por qué lo escribió.

 Por Alejandra Dandan

A las siete y media de la tarde, José Mariani suspendía su misa diaria abrumado por los medios. La Cripta, su parroquia ubicada en el barrio de clase media de las cercanías de la capital cordobesa, se transformó en la pequeña sede desde donde comienzan a ponerse al descubierto no sólo ya los naufragios personales de la vida de un cura sino algunos tramos oscuros de la historia de la Iglesia. Mariani, a dos días del destape personal, comenzó a revisar las responsabilidades de la curia cordobesa durante el último golpe de Estado y el silencio del papado romano al que le adjudicó una serie de negocios y de relaciones non sanctas detrás de bambalinas. El cura habla y, a medida que lo hace, en Córdoba se aviva el escándalo sobre los tabúes centrales que sostienen la estructura de la Iglesia. A la mañana se reunió con el compungido arzobispo Carlos Ñáñez: “Estaba más nervioso que yo”, le dijo el cura a Página/12. Mariani seguirá en la Iglesia “hasta que no pueda estar”. Ñáñez le aseguró que “no lo castigaría”.
El cura está desbordado. Desde hace dos días, en su apacible parroquia de barrio nadie da abasto para responder llamados, consultas, teléfonos que no dejan de sonar. Cuando se sentó a escribir su biografía no imaginaba nada de lo que se convirtió en un poderoso tornado que crece día a día: “Con el editor dijimos –cuenta el cura–: si llegamos a los 2500 libros, nos damos por satisfechos”. En las primeras 48 horas se habían agotado los primeros 3000 ejemplares editados y las máquinas de la imprenta trabajaban con una tirada de 12.000 para responder al aluvión de pedidos que entraron sólo desde Buenos Aires.
Su biografía no sólo es la historia personal de un cura sino que justamente por eso se ha convertido en un melodrama político, que carcome los pilares quizá más sólidos sobre los que se asientan bases ancestrales de la Iglesia romana. Narra tres experiencias vividas desde su sexualidad, relaciones heterosexuales y ensayos de frustrados acercamientos entre pares, tan parecidos, dice, “a los que me he cansado de escuchar en los confesionarios”. Son diez páginas de un libro que pasa las 200. Pero bastaron.
¿Por qué Mariani lo cuenta? Porque, dice, es una realidad que pasaba por los confesionarios. Está convencido de que los escándalos por las denuncias de los curas acusados por abusos se acabarían “si la Iglesia se planteara el tema abiertamente”.
–Once personas leyeron en total el libro, antes de que lo publicara –explicó–. Once amigos, sacerdotes, psicólogos, literatos. Y me recomendaron que suprimiera las partes que les han llamado la atención a los medios.
Mariani no lo hizo no porque no midió, según explica, las repercusiones que tendrían sino porque en la articulación de su biografía, aquellas experiencias aparecen en “contextos de crisis” personales. En ese marco planteó, por ejemplo, los encuentros con dos catalanas cuando regresaba en barco desde Europa, en plena crisis con la Iglesia y con poco más de treinta años. Hacia el ’62, sus padres, dos inmigrantes, le pagaron el viaje para que recorriera su historia familiar dentro de L’Italia. Durante el viaje, recaló en el Vaticano, donde se topó con lo que ahora define como “las hipocresías” de la Iglesia: “Yo era muy ingenuo, muy idealista tal vez”, por eso cayó como si lo hubiese derribado un rayo cuando comenzó a conocer de cerca, a través de seminaristas y conocidos, lo que ocurría dentro de la santísima sede romana:
–Se hacían negocios, como la venta de las fotos de las que hablé: la agonía de Pio XII al Washington Post de parte de un conocido cardenal romano.
Ninguno de los curas romanos de aquellos años se rasgaba las vestiduras por lo que a Mariani le parecía la antesala del infierno. Se tomó el barco decidido a colgar los hábitos, le contó a Página/12. Una decisión que terminó demorada y finalmente nunca concretó. Menciona a Raúl Primatesta como el que le salvó la vida cuando la dictadura lo perseguía por su relación con los curas tercermundistas, pero al mismo tiempo lo denuncia como parte de la Iglesia del silencio que fue cómplice del terrorismo de Estado por acción u omisión.
En el seno de la Iglesia, sus declaraciones tienen el peso de las confesiones de los arrepentidos por los sobornos del Senado. La explosión mediática obligó al Arzobispado cordobés a pronunciarse públicamente. El jueves pasado, el jefe de la curia, Carlos Ñáñez, difundió un comunicado para ponerle un freno y sentar postura: “Desapruebo las manifestaciones del padre Mariani”, dijo y, aunque no mencionó la palabra castigo, anticipó que se abría una instancia de revisión para analizar eventuales sanciones “administrativas y/judiciales”.
–Yo estuve con él esta mañana –cuenta Mariani–. Estaba más nervioso que yo, si es más joven, y además me conoce de toda la vida. Me dijo que yo había provocado confusión entre los fieles y reclamos de los sacerdotes. Le pregunté si se había juntado con el libro, me dijo que ni lo había leído.
–¿Van a castigarlo?
–Me dijo que no, cuando se lo pregunté, dijo: no ha salido de mí. En todo caso, el tribunal será el que tome ahora la decisión.
–¿Y usted qué va a hacer?
–Voy a seguir acá.
–¿Hasta cuándo?
Sonríe:
–Hasta que no pueda estar más.

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Mariani dijo que el arzobispo Ñáñez estaba más nervioso que él cuando lo recibió en su despacho.
 
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