SOCIEDAD › BUSCAN A UN ARGENTINO AL QUE ACUSAN DE PROPAGAR EL PALUDISMO

“El enemigo público Nº 1 de Brasil”

La prensa de Río anunció como catástrofe que un argentino se niega al tratamiento contra el mal. Y ahora lo busca la policía.

 Por Alejandra Dandan

El embajador de Brasil en Buenos Aires no tenía noticias. El de Argentina en Brasil tampoco. El consulado en Río de Janeiro todavía no había recibido ningún pedido oficial para expulsarlo. Pero Nicolás Federico Warman ya era el hombre más buscado en todo el estado. Hippie, más bohemio que artesano, algo desgarbado y escudado por un perro más flaco que él, Nicolás fue declarado “enemigo público número uno” por el estado de Río de Janeiro. La Fundación Nacional de la Salud (Funasa), un organismo público, pidió la orden de captura a la Policía Federal por encontrarlo sospechoso del delito de epidemia. Para Funasa –y a partir de allí para la televisión y toda la prensa gráfica–, Nicolás es responsable de una epidemia de malaria que arrasaría con la ciudad de Parati, donde según los brasileños, hacía años se había eliminado.
–¿Quién, mi hiiiiiiijo?
Raquel Martins Daponte no podía dar otra respuesta. Ayer a la tarde, Página/12 la encontró en medio de una de sus tardes de descanso, en su casa de Gonet, cerca de La Plata.
–¿Quién dice que mi hijo es el enemigo público número uno? ¡¿Quién?! Si a esta hora debe estar tirado en algún arroyito, ¡de esos que le encantan!
Pero nadie aún dio con él. Desde hace dos días, toda la prensa de Río de Janeiro busca los rastros del argentino de 28 años convertido en chivo expiatorio de una de las epidemias más letales que zanja el Brasil.
Con títulos catástrofe, el diario O Globo publicó ayer a seis columnas las “andanzas” del argentino más peligroso que Osama Bin Laden. “Argentino infectado –tituló– está ilegalmente en el país.” En la secuencia con claves, infografías y links a otros subtítulos, la edición on line de Río de Janeiro daba aviso de que la Policía Federal ya rastrillaba todas las ciudades siguiendo sus pasos. Para los cronistas, Nicolás ya era responsable de “haber esparcido la causa de la enfermedad en Soul Fluminense”, versión que fue distribuida durante la tarde por Funasa en todas las redacciones. Las noticias que fueron apareciendo en cables de agencias y en el Jornal de Brasil explicaban que la epidemia disparada por Nicolás había comenzado en Parati, donde a esa hora ya se habían ordenado varios operativos para examinar a turistas y pescadores: en total unos tres mil.
A la noche, el argentino era uno de los hombres más peligrosos del estado. Y era designado como “el presunto portador de una de las enfermedades más devastadoras del mundo”. Y, encima, se hacía el recio. “La superintendencia de Policía Federal –publicó O Globo– recibió la hoja para localizar el paradero” del argentino que “se resiste a los tratamientos y causa mucha preocupación porque camina en varias áreas ecológicas y es usuario de drogas inyectables”.
–¿Así que lo están buscando? –se reía su madre–, ¿y decime, ustedes que están investigando, saben cómo se contagia eso?
Raquel apuesta a que Nicolás está en Costa Fría, parte del itinerario previsto desde hace unas semanas cuando se comunicó con él. Desde hace cuatro años hablan cada treinta días. Nicolás decidió salir de viaje como parte de un proyecto de vida, casi porque sí. En estos años vivió vendiendo artesanías, primero en Venezuela y ahora en Brasil. Fue en aquel país y durante sus primeros meses de viaje cuando se contagió de malaria. Tuvo noches de fiebre altísima que lo obligaron a internarse en uno de los hospitales públicos de Venezuela. En esa ocasión, se comunicó con su madre y ella siguió el tratamiento desde La Plata: “Es cierto que es naturista y toma tés medicinales, pero en Venezuela se sometió a un tratamiento fortísimo donde le hicieron exámenes y le dieron el alta”.
Después partió para Brasil, supuestamente recuperado. Ahí pasó el fin de año y tuvo un rebrote de fiebre cuando llegó a Ubatuba, una pequeña ciudad ubicada en el Estado de San Pablo. Raquel habló con su hijo cuando lo sometían a nuevos estudios. Para la Funasa, Nicolás abandonó el tratamiento, pero su madre asegura lo contrario: “En todo caso, si le dieron el alta, la responsabilidad es de ellos”, dice mientras va buscándole cierta lógica a la historia que ahora mismo va a buscar por Internet.
Por los datos de su madre, el joven artesano llegó a Parati con el tratamiento terminado. En esa ciudad del Estado de Río estuvo alojado con su novia durante unas semanas. Cuando decidió partir, no tenía síntomas de la enfermedad ni de los supuestos efectos generados por los mosquitos que en algún traspié lo habrían picado. Y hasta ahora tampoco sabía que un escuadrón del Estado está siguiéndole los pasos.
–¿Y qué harán si lo encuentran? –quiere saber su mamá–. Porque no lo pueden mandar de vuelta, ¿a ver si contagia?

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