SOCIEDAD › DECLARO EL MEDICO QUE SOSPECHO UNA MUERTE VIOLENTA

El testigo que abrió el caso

Santiago Biasi llegó al Carmel en la segunda ambulancia. Sospechó de la muerte violenta. No creyó en la versión del grifo. Y advirtió a Carrascosa para llamar a la policía. Tuvo diferencias con su chofer y los carearon sin resultados. Otra escenita entre fiscales.

 Por Horacio Cecchi

Dos robustos policías (uno de ellos después cambió por una Angie Dickinson morena), se ubicaron como columnas de un lado y del otro de los pasillos. Su presencia era estrictamente preventiva. Eran las 18.04 y podría decirse que a esa hora el escenario estaba bajo control para iniciar el catch as can. Al frente, los jueces; de uno de los lados la fiscalía oficial y la disidente y la querella que no querella; y del otro, la defensa que acusa. Por detrás, periodistas, familiares, amigos y público. A esa hora, entraron los contendientes. En un rincón el médico Santiago Biasi y en el otro el chofer bombero Antonio Cachi (coequipers de ambulancia). Dos pesos pesado dentro y fuera de la causa. Quince minutos después, cualquiera podía darse cuenta de que las expectativas sobre el careo se habían desinflado. El espectáculo frustrado, las claras diferencias entre ambos contendientes, los pedidos de conste en actas, las preguntas repetidas, y las peleítas entre fiscalía oficial y defensa, terminaron por perder en el barullo uno de los pocos detalles en que coincidieron ambos testigos: tal como había declarado Biasi antes, Cachi dijo que vio a Juan Gauvry Gordon (el primer médico, procesado) y a Biasi que juntos le decían a Carrascosa que debía llamar a la policía y el viudo célebre les decía que se despreocuparan.

Biasi ayer declaró durante cuatro horas. Era previsible. La importancia que tiene el médico de la ambulancia de Emernord que llegó a la casa del Carmel en segundo lugar no es estratégica ni mediática, sino única. Biasi fue el que hizo de la muerte de María Marta un caso policial y luego judicial (“Sentí que en ese lugar era un paracaidista y al mismo tiempo si no hubiera estado el caso no se habría conocido.”). El 11 de noviembre de 2002, 15 días después de la muerte de MM, Biasi se presentó en la fiscalía para declarar sus sospechas de que el rostro de paz descripto por la familia encubría en realidad una mueca de espanto, una muerte violenta y “arreglada” como si no, y tres agujeros con pérdida de masa encefálica. Su importancia terminó por investirlo como eje inicial de la investigación que derivó en la autopsia y como objetivo central de la defensa por desmentirlo.

Se comprende que Biasi haya sido denunciado en aquel momento por falso testimonio. Ayer, Biasi se sentó frente al tribunal alrededor de las 11.15, y salvo una interrupción continuó hasta el almuerzo y después aún, hasta las 15. Y más tarde, al careo. Además de las preguntas de la querella, de la defensa y de alguna de la fiscalía en disidencia, que lo pasearon por todo el caso como una mesa examinadora, Biasi estuvo sentado en contra de sí mismo. Porque parecía aplastar las dudas con convicción y conocimiento de causa, para después desparramarse en acotaciones que lo enredaban o complicaban.

Fue claro cuando describió que “el cadáver estaba con un aspecto dantesco en el suelo”. Más tarde indicó que tenía el rostro cubierto de sangre y que “no creía que nadie se hubiera atrevido a hacerle respiración boca a boca con sangre de por medio”. También dijo que había “lamparones en las paredes”, como si hubieran limpiado, y olor a lavandina (“cualquiera que trabajó en un hospital sabe que la sangre se lava con cloro puro”, dijo, en una de esas acotaciones interpretativas que agregaban complicaciones más que certezas). Describió la escena en que Michelini lavaba las manchas, y cuando palpó el cráneo de MM y encontró los tres orificios, en uno de los cuales introdujo una falange de un dedo.

También cuestionó la hipótesis inicial de la familia, la del grifo asesino, que luego de la autopsia quedaría sobreseído y libre de culpa y cargo. Pero una cosa es decirlo después de la autopsia y otra antes: “No hay antecedentes de que hayan matado a alguien con un canillazo en la cabeza”, dijo en referencia a los “bordes redondeados de la manivela” de la canilla. Habló de la abundante masa encefálica, de las sospechas de que Gordon no cumpliría con su obligación de llamar a la policía, de que ordenó a Cachi que pidiera el código azul, los aprietes de su empresa, su despido luego de presentar el informe en el que hacía mención de sus sospechas.

Con Cachi tuvo diferencias que motivaron el pedido de careo entre ambos: la diferencia de tiempos en que estuvieron detenidos en la guardia, si usó un guante izquierdo o derecho, si había olor a lavandina, si vio o no a la patrulla, si ordenó o no el código azul, e incluso si palpó o no el cadáver (ya que los tres huecos de los que habló existieron y abrieron el caso). El careo, como cualquier careo, no llevó a nada porque los dos se mantuvieron en su posición y para colmo no se agarraron a trompadas.

Después, la defensa volvió a mostrar la hilacha. El defensor Alberto Cafetzoglus no pidió el procesamiento de Biasi por falso testimonio (no podía: la semana anterior se había opuesto al pedido de la fiscalía contra Delfina Figueroa, porque “sería intimidar a los demás testigos”), pero sí intentó sin éxito que Biasi fuera investigado por encubrimiento. No se sabe qué se supone que encubrió, pero seguro que no los tres agujeros.

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La fiscalía en acción: Molina Pico (der.), rogando; Apolo, orando; Broyad, consultando, y Grau, analizando.
Imagen: DyN
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