SOCIEDAD › UNA RECORRIDA EN LA PRIMERA JORNADA DE GUARDIA URBANA

El día del conductor daltónico

Ellas llevaban el cabello trenzado o atado en cola de caballo, según su pelo fuera enrulado o lacio. Ellos habían abusado del gel para peinar sus cortísimos pelos. Todos vestían chomba blanca inmaculada, pantalón largo negro y zapatillas deportivas (por si había que correr a algún infractor). Así lucieron ayer, en su debut, los flamantes controladores de tránsito del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Unos 600 que, en dos turnos, comenzaron sus tareas en las esquinas más críticas: labrar infracciones, advertir y educar a motorizados y peatones y fiscalizar la circulación vehicular en la Ciudad. Página/12 asistió a diálogos cruzados, escuchó silbatazos en cada corte de semáforo y conversó con los actores del tránsito porteño. Pese a ser “nuevos” –aunque la mayoría fue parte de la Guardia Urbana– en las calles, los jóvenes controladores se animaron a soplar el silbato contra los más aguerridos: colectiveros y taxistas. En la esquina de Cabildo y Congreso, un interno de la línea 60 quedó varado porque su chofer no tenía sus documentos. Y a los automovilistas que no tenían registro les enviaron sus coches al depósito. No obstante, los nuevos “zorros grises” no dieron abasto con todas las faltas cometidas.

Luego de soplar su silbato, un joven controlador de pelo rubio enrulado y pose fácil para las fotos salió corriendo tras el Volkswagen Polo rojo que cruzó Corrientes, por Cerrito, a las 11.08, con el semáforo en rojo. Parecía un juez de línea moderno, agitando un handy con el que daba aviso al puesto de detención, a media cuadra. Allí, otros dos controladores y un policía identificaron el coche indicado y lo detuvieron. El chofer, de unos 55 años, gesticuló y balbuceó cuando el policía le pidió el registro, justo cuando el guardia que lo había anotado in fraganti llegaba a su lado. La escena se repitió incesantemente: los que controlaban desde esquinas veían una infracción y labraban el acta, pero si la falta era grave daban aviso al puesto de detención para que detuvieran el coche e iban hacia allí.

El conductor del Polo no tenía registro. Hizo seis llamadas, movió las manos, pero no zafó. Mientras llegaba el federal que lo escoltaría al depósito de autos, otro lo acompañó al baño de una confitería, lo esperó fuera y lo regresó al coche. El chofer de un colectivo de la línea 60 también cruzó en rojo, en el cruce de Cabildo y Congreso, y también sin registro. Chofer y pasajeros estuvieron varados cerca de media hora, hasta que se “remitió” el coche. Es decir, hasta que se lo secuestró.

Al frente del hotel República, sobre Cerrito, un policía pedía a un remisero que estacionara el auto en paralelo a la 9 de Julio, y no a 45 grados. El remisero pensaba que lo hacían “para figurar, de pesado nomás”, como murmuró después. El rubio controlador volvió a su esquina original, a tiempo para aleccionar al chofer de un Chevrolet Corsa champagne que había quedado sobre la senda peatonal al cortar el semáforo.

Por los otros carriles, Página/12 vio pasar a diez, veinte, treinta ciclistas sin luces ni casco, y cruzar a cinco, diez, quince personas por la mitad de cuadra. Pero, según se había anunciado, los primeros días estarían dedicados a ajustes de práctica y a trabajar fundamentalmente sobre cruces de semáforo en rojo. Para peatones y ciclistas sólo se reservaron algunas recomendaciones. Por el contrario, en respuesta, algunos controladores se llevaron agradecidos saludos de señoras, enardecidos insultos de choferes y risas de ciclistas.

Hubo, por qué no, situaciones alejadas del caos y la infracción. Una mujer preguntó donde quedaba la calle Libertad, y el controlador respondió amable y con precisión. Le echó una sonrisa de plástico a la señora y siguió con lo suyo, o sea, silbato a fondo y registro de patentes.

Desde un Fiat Duna, una treintañera muy bronceada dio su apoyo al operativo sin poner rojo al semáforo: “Está bien que se controle porque la ciudad es un caos”, dijo y se soltó el rubio cabello. Al lado de la treintañera bronceada cabello rubio al viento se detuvo un taxi. No se sabe si por mirar a la bronceada rubia al viento o por costumbres acuñadas en el oficio, frenó con la mitad del cuerpo de su Corsa taxi nunca joya sobre las líneas peatonales. Fue un escándalo de silbatos lo que lo hizo retroceder, más rojo que el semáforo que lo retuvo. Con él dieron marcha atrás una Chevrolet S10, para que el nunca joya no le rayara el cromado, y el Peugeot 505 Weekend, para que la S10 no lo transformara en un 206 descapotable. El que casi sufre tanto retroceso fue el pibe delivery que intentó bancar la parada sin que le diera el cuero. Arrancó, el pibe, y con voz de flauta (pero con casco, ojo) arrojó al aire epítetos no figurables.

“Señor, por favor, arriba del cordón”, pidió otro amable adolescente uniformado dirigido a los peatones. “¡Pero por qué no me dejás de romper, estoy apurado!”, fue la respuesta del canoso que llevaba un metro en el bolsillo trasero. El calor del mediodía había comenzado a alborotar los ánimos. Al reparo del toldo de un restaurante en Córdoba y Callao, un controlador miembro de otra brigada –de entre las 40 que ayer comenzaron su actividad– hizo sonar el silbato. No se sabe si la chica del Hyundai lo escuchó o no, pero siguió de largo, cruzando en rojo, a esa hora transformada en la falta más grave y, paradójicamente, la más común.

El agente llamó rápidamente al puesto de detención, sobre Córdoba. Pero el federal no supo reconocer el moderno Hyundai y la infracción no tuvo autor. En los pocos segundos que pasaron entre esa falta y el retorno de la atención del controlador a su esquina, una docena de peatones apurados cruzó en rojo avenida Callao. “Somos muy pocos, no damos abasto así”, pensaba el agente. No obstante, estaba tranquilo. El jefe de Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta, había dicho que la misión de los nuevos zorros grises consistía en “reducir los accidentes”.

Informe: Luis Paz

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La Guardia Urbana salió remozada, entrenada y acompañada. Secuestraron autos y levantaron actas.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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