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Nacer en medio del monte

Elena está sentada sobre una frazada que la separa de la tierra seca y polvorienta del chaco salteño. Se cobija del sol bajo el toldo de su vivienda, cimentada sobre unos troncos que hacen más evidente la ausencia del bosque que los aislaba del mundo exterior y que les daba comida y cobijo. Sobre su pecho de madre se aprieta su hijo más reciente. Nació hace apenas cinco días y su papá, Carlos Frías, el hermano del cacique, aclara que todavía no le han puesto nombre.

Elena tiene 38 años, que parecen más. La vida es dura, sobre todo ahora que se han quedado sin el entorno proveedor de alimentos. Ni siquiera tienen agua. Los que llegaron de Buenos Aires quieren saber algo más acerca de cómo fue el parto.

–¿Con qué le cortaron el cordón (umbilical)? –pregunta, curiosa, una de las visitantes.

–¿El pupo? –corrige Carlos.

–Sí, el pupo.

–Con Gillette –responde Carlos con la amabilidad de siempre.

El parto fue de noche. No se sabe si había luna. El bebé se prende a la teta despreocupado. Tiene su madre, tiene su teta. Ignora todo lo que falta. Los wichís creen en la cura de los chamanes (los sabios de la comunidad), pero también irían al médico, si tuvieran uno cerca. Alguna vez hubo salas de primeros auxilios que compartían criollos y aborígenes, pero también se las llevó la topadora.

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