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A Cecilia Reale se la conoció como la chica a la que, de no haber sido por la prudencia de un enfermero, casi la trasladan junto con el resto de las víctimas fatales de Cromañón. Para ella, que tiene 19 años, la vida retrocedió con la muerte de Maximiliano, su novio, que había sido su sostén en un momento traumático de su infancia. Ella aún se pregunta cómo y por qué sobrevivió. Ahora se define como “la persona más pesimista que hay”. No va al santuario de Once “porque no creo en nada; tampoco fui a ninguna marcha porque me parece todo inútil. Entiendo a los que hacen eso, pero a mí no me gusta porque en la Argentina no se hace justicia y nada cambió. Hoy por hoy, si hay otra catástrofe no van a alcanzar los hospitales”, dice, y asegura que “todo el mundo sabe lo que pasa con los controles, pero nadie le da bola”.
Para Cecilia “todo es la misma mierda: a (Omar) Chabán lo dejaron libre, a (Raúl) Villarreal lo van a largar y a Ibarra no le hicieron nada ni se lo van a hacer”. Meses antes de la noche negra, Cecilia practicaba boxeo, patín, atletismo, ciclismo y hacía aparatos. Trabajaban con Maxi en una empresa gráfica. “Ahora no trabajo y no puedo volver al boxeo porque me agito, sigo escupiendo hollín.”
Mientras habla se mira las palmas de las manos con cicatrices de quemaduras por haberse agarrado de un pasamanos caliente al escapar de Cromañón. “Perdí todo –dice–. Nunca creí en nada y ahora menos. No estoy con mi familia, me la paso en lo de una vecina. El psicólogo me encaja antidepresivos y cambia de pastillas cada dos por tres porque no me arreglan un carajo. Las cosas no cambiaron. O, mejor dicho, volvieron a ser como antes de conocer a Maxi”, con quien había superado un problema de la infancia. “Lo último que me acuerdo es que llevaba a Maxi de la mano, me dijo ‘Ceci te amo’ y después se me escapó. Todavía no le encuentro la vuelta a lo que pasó.”

Informe: A.F.D.