SOCIEDAD › EL REY DE LOS CLIENTES

UN HABITUE DEL ROSEDAL

 Por Cristian Alarcón

Podríamos asegurar que Carlos Alberto González tiene un nombre por lo menos argentino. Con ese nombre, podemos pensar, el rey de los clientes del Rosedal porteño ya tiene ganado un sitial. Carlos, Carlitos para las chicas, es tan fundamental para comprender la lógica de goce, deseo y comercio que se vive en el óvalo de Palermo, como ese costado poco trabajado de la zona roja: el cliente. “Soy un apasionado por las chicas –-confiesa de entrada y no para–. Conozco los cirujanos plásticos. Los que hacen la ropa. He acompañado a varias a operarse, y a muchas las he cuidado mientras se recuperan en mi casa. Salgo a los boliches con ellas. Vamos al shopping. No me drogo ni afano. Tengo una remisería en Olivos que anda bien. Disfruto de una buena posición y lo comparto mucho con ellas. Generalmente ando con las rubiecitas más lindas y jóvenes. Me gustan de entre 20 y 25. También me gustan las mujeres, pero éstas son todas como vedettes del Maipo.”

Imposible no ver a Carlitos al recorrer el Rosedal. Su Toyota del 2004 preparado para correr, blanco con figuras azules, es toda una presencia rondando la zona. El mismo y su look no desentonan con el coche. De jeans, zapatillas, campera de campeón de la Fórmula 1 y gorrita blanca, nadie notaría los casi 62 años de Carlitos. Sentado en el carro, el cliente ejemplar se enorgullece de su pasión por los fetiches. “Sin fetiches para mí no pasa nada. Vos podés ponerme una mina hermosa desnuda y no me pasa nada. Pero veo una de estas chicas con las botas, con la producción que tienen, y me vuelvo loco”, confiesa. Tuvo mujeres, sí. Con la primera estuvo diecisiete años y tuvieron un hijo que ahora vive en Córdoba y ya le dio un nieto. Nunca más quiso buscar una novia mujer. Ya era un adepto a la zona roja de Godoy Cruz. Cuando se inauguró el Rosedal travesti, él fue el primero. No se volvió a ir. Cada noche pasa, da unas vueltas, se toma algo en lo del cafetero Juan, charla con las chicas, tantea las nuevas, se vuelve a enamorar.

“Es raro lo que pasa –diagnostica Carlitos–. Está lleno de tipos que andan con travestis porque las mujeres le pudrieron los sesos. Los hay de varios tipos, pero las chicas me dicen que la mayoría de ellos no vienen a coger, sino que vienen a hacerse coger.” Su convencimiento es total. Laburó, dice, veinticinco años en los micros de larga distancia. Después le fue bien con los remises. Ahora puede disfrutar. Sin miedo, dice, se permite enamorarse. “Me enamoro y sufro. Porque uno puede ofrecer todo, la casa, el cuidado, el respeto, pero ellas tienen este trabajo y hay que saberlo aceptar”, dice.

–¿En qué momento dejás de ser cliente para ser novio?

–Bueno, todo depende de ellas. Yo por suerte aprendí a dejarlas volar cuando quieran.

–¿Está enamorado ahora?

–Todavía no. Recién vi a una rubiecita. Salir con ella me sale 50 pesos. Eso no es imporante para mí. Capaz después pasa otra cosa. Eso sí, lo tengo claro, ellas escriben el final.

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Carlos Alberto González, cliente y novio de travestis.
Imagen: Leandro Teysseire
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