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Jueves, 23 de noviembre de 2006

MUSICA › EL TEATRO COLON PRESENTO LA OPERA EN EL LUNA PARK

Turandot, nuevo patrón de medida

Visualmente impactante, con buenas voces, magnífica actuación de coro y orquesta y un notable manejo de la amplificación, la ópera de Puccini es un megaespectáculo de gran calidad.

 Por Diego Fischerman

En la fiesta de casamiento de María de Medici con Enrique IV de Francia –-el mismo que habría dicho que París bien valía una misa– se estrenó una nueva clase de entretenimiento. Los personajes cantaban en lugar de hablar –en realidad utilizaban una especie de mezcla que, más tarde, derivó en los recitativos–, pero el acento estaba puesto en el impacto escénico. Apolo bajaba del cielo en un carro volador, los ángeles y las musas atravesaban el aire y los vestuarios eran, por supuesto, deslumbrantes. Podría pensarse que hay una gran distancia entre esa Euridice compuesta por Jacopo Peri en 1600 y la versión de Turandot de Giacomo Puccini que, con producción del Teatro Colón, acaba de subir a escena en el Luna Park. Sin embargo, hay algo que permanece incólume: la idea de un gran espectáculo que recurre a todos los artificios a mano para contar ni más ni menos que las más grandes historias jamás contadas.

El Colón, en su primera fecha sin sala propia y para terminar un 2006 en que se presentaron producciones de gran nivel, como La Bohème, también de Puccini, Jonny Spielt auf, de Krenek, o Boris Godunov, de Mussorgsky, se propuso el desafío de montar una ópera a gran escala. Del lado de las ventajas, la posibilidad de que este espectáculo sea visto por unas 40.000 personas en lugar de las 15.000 que, con suerte –y con gran cantidad de funciones–, podrían hacerlo en una sala convencional, no es un dato menor. Y el hecho de que el Luna Park es una sala menos intimidatoria que el Colón, tampoco. Más allá de la verdad o falsedad de esta creencia, de hecho hay una gran cantidad de público que concurre a ver ópera a otras salas y que, a un precio similar, no osa acercarse al Colón. Del lado de las contras, este tipo de producciones acarrea, fundamentalmente, dos peligros. Uno es el empobrecimiento del nivel técnico del espectáculo. Ya se sabe, no puede pretenderse que lo que no es un teatro de ópera se convierta en él de la noche a la mañana. Y el otro es la acústica, obviamente incomparable con la de su sala –salvo por el hecho de que el Colón está cerrado y, por lo tanto, en este momento no tiene ninguna acústica en absoluto–. Y el Colón sorteó ambos riesgos con altura. Es más, fijó un nuevo patrón de medida, hasta el momento nunca alcanzado, para espectáculos de esta naturaleza.

El formidable trabajo de los técnicos de sonido del teatro, comandados por Gabriel Anechina, consiguió, por ejemplo, que el comienzo del segundo acto sonara camarístico y que a pesar de la inevitable alteración de los timbres, los sonidos de los instrumentos conservaran sus rasgos característicos y se diferenciaran con facilidad y que las voces no perdieran su color y propiedades. Los talleres de escenografía y vestuario lograron un nivel de detalle y perfección que, en este momento, difícilmente podría lograrse en otra parte. Y Roberto Oswald, régisseur, escenógrafo e iluminador, junto al vestuarista Aníbal Lápiz, transformó las limitaciones –la imposibilidad de cambiar escenografías de un acto a otro– en fuentes para la imaginación. Un dominio técnico apabullante, en todo caso, permitió el manejo del gigantesco escenario del Luna Park como si se tratara de un teatro. El virtuosismo de la iluminación –el acto nocturno fue soberbio– y la hábil utilización de unos pocos materiales –telas que caían, un redondel central que se transforma con naturalidad, de gong en espejo, en luna o en la puerta circular por la que hace su aparición Turandot, unas hojas suspendidas en el aire, los tres gigantes arrodillados que custodian toda la escena– alcanzan para sorprender, una y otra vez, con la riqueza y variedad de los climas creados.

Desde el punto de vista dramático, Turandot tiene, para cualquier director de escena, dos problemas difíciles de resolver. Uno es la cantidad de personas en escena mientras se desarrollan escenas más o menos íntimas, sobre todo en el primer acto. Y el otro es, desde ya, el final. Es casi imposible que esa princesa que ha asesinado a medio mundo se enternezca por algo, y casi tan inverosímil como eso que un príncipe más o menos sensato, que por añadidura debe resultar querible para el público, abandone a la buena de Liù a la tortura y se empeñe en el amor por ese monstruo. En el primer caso, Oswald resolvió no tratar de disimular esas presencias –Timur, los verdugos, los casi bufos Ping, Pang y Pong– y jugar lo individual, precisamente, como parte de un destino colectivo. Así como el pueblo va y viene y pasa de pedir tormento y sangre a reclamar piedad, todos parecen ser más juguetes de un destino un poco incomprensible que dueños de sus voluntades. En cuanto al final, la manera en que aparece señalada la reacción de Turandot ante la conmovedora muerte de Liù –magníficamente actuadas por Cynthia Makris y por una Eliana Bayón que fue saludada en el final con una gigantesca ovación– alcanza, si no para hacer creíble esa conclusión que ni el propio Puccini fue capaz de tragar –se murió antes de componerla–, por lo menos para hacerla fluida.

Volonté –vitoreado después de su “Nessun dorma”– fue un Calaf sólido, de buenos agudos, fraseo elegante y convincente potencia. Bayón fue una Liù memorable y tanto el coro, muy bien preparado por Salvatore Caputo, como la orquesta tuvieron una actuación de gran nivel. Ariel Cazes fue un correcto Timur y Carrión, Folger y Ullán no desentonaron como Ping, Pang y Pong. La dirección de Carlos Vieu fue detallada en los planos y estuvo siempre atenta a la acción. Tal vez el único punto flaco fue la voz de Makris, con un vibrato exageradamente amplio y un timbre ingratamente metálico que, no obstante, resulta adecuado para la frialdad del personaje.

9-TURANDOT

Drama lírico en tres actos

Música de Giacomo Puccini con libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni sobre la obra original de Carlo Gozzi

Dirección musical: Carlos Vieu

Puesta en escena, escenografía e iluminación: Roberto Oswald

Vestuario: Aníbal Lápiz

Director del coro: Salvatore Caputo

Producción de sonido: Gabriel Anechina

Orquesta Estable del Teatro Colón

Coro Estable del Teatro Colón

Elenco: Cynthia Makris, Darío Volonté, Eliana Bayón, Ariel Cazes, Omar Carrión, Enrique Folger, Carlos Ullán, Oscar Grassi, Walter Schwarz, Carlos Natale, Ana Laura Menéndez, Susana Moreno, Gisela Barok, Mariela Schemper, Vanesa Tomas, Cecilia Layseca y Vanesa Aguado Benítez

Luna Park (Producción del Teatro Colón). Martes 21.

Nuevas funciones: hoy, mañana y el sábado 25 a las 20.30, domingo 26 a las 17 y martes 28 y miércoles 29, a las 20.30 (se alternarán dos elencos).

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El Colón produjo la puesta de Turandot que subió a escena en el Luna Park y demostró un altísimo nivel técnico y artístico.
 
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