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Jueves, 23 de noviembre de 2006

CINE › “SIN DESTINO”, DE LAJOS KOLTAI, SOBRE NOVELA DE IMRE KERTESZ

Cuando la noche se llama infierno

El prestigioso director de fotografía de Mefisto y Coronel Redl tomó un texto autobiográfico del Premio Nobel de Literatura 2002 para poner en imágenes la vida cotidiana en el campo de concentración de Auschwitz.

 Por Horacio Bernades

“Ahora que recuerdo el tiempo que pasé en Buchenwald, la vida allí me parece más limpia y más sencilla”, afirma Gyuri, protagonista de Sin destino, apenas regresado a Budapest, tras pasar por el largo infierno del campo de concentración. Es el año 1945, Adolf Hitler acaba de caer y Gyuri, de 14 años, pone en duda que la temporada que pasó en el campo de exterminio se haya parecido al Hades. “No puedo imaginar el infierno”, dice, cuando unos vecinos le preguntan por él. “Pero los campos fueron reales.” No es que Gyuri sea un negacionista, claro. Ha experimentado en carne propia el lento roer de la aniquilación. Estuvo a punto de morir de inanición. Vio a muchos de sus compañeros sufrir, convertirse en esqueletos humanos, ir a parar a las fosas comunes. Tal vez fue justamente eso lo que lo llevó a aferrarse al más mínimo atisbo de felicidad, fuera cual fuera. Para no morir, para no volverse loco, para seguir viviendo.

Basada en la novela que Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura 2002, escribió a mediados de los años ’70 y que adaptó luego para la pantalla, Sin destino (Sin fatalidad hubiera sido más apropiado, teniendo en cuenta que el título de distribución internacional en inglés es Fateless) es fiel al modo en que el protagonista elige vivir esa experiencia, que nadie estará jamás preparado para vivir. No sólo el protagonista: a estar por sus declaraciones, la película es fiel al modo en que el propio Kertész la vivió. “He experimentado mis momentos más radicales de felicidad en los campos de concentración”, se atrevió a declarar el autor al semanario Newsweek, en entrevista que el muy completo dossier de prensa local reproduce. “Estar tan cerca de la muerte es también una experiencia de felicidad. El mero acto de sobrevivir se convierte en la mayor de las libertades”, explica enseguida.

No se trata de que el autor de la novela, la novela misma y la propia película (debut en la realización del reputadísimo director de fotografía Lajos Koltai, que participó, entre otras, de Mefisto, Coronel Redl y Hanussen) quieran convertir la experiencia del campo de concentración en una nueva La vida es bella. En lo más mínimo. Es sólo que entre toda esa muerte hallan también –de modo sin duda insospechado, evitando todo subrayado– la presencia de la vida. En verdad, Sin destino es un film tan oscuro, opresivo y agobiante como cualquier película sobre el tema no puede dejar de serlo, si se deja fuera del asunto la banalización de Benigni. Comienza con una nota tan trágica como angustiosa: la despedida del padre de Gyuri, judío húngaro, en el último día con los suyos, antes de ser llevado a Auschwitz. En su ignorancia, Gyuri cree que lo llevan a “un campo de trabajos forzados”, y así lo hace saber en el off.

Las circunstancias parecen colaborar con esa ingenua percepción del muchacho. El policía que poco más tarde lo conduce, junto con un montón de otros chicos, a su definitiva deportación, juega con ellos y hasta le aconseja, por lo bajo, que huya de allí. Tal vez por aquella ignorancia, o quizá por prestar oídos al vecino que atribuye lo que está ocurriendo al “destino común de los judíos”, Gyuri (los ojos de Marcell Nagy parecen crecer, a medida que se consume) termina subiendo al tren que lo lleva a Auschwitz y Buchenwald como oveja al matadero. Con una fotografía monocroma, que evoca de por sí la larga noche de la humanidad que el muchacho está a punto de vivir, con cielos encapotados y apocalípticas lluvias, Sin destino no ahorra ninguna de las instancias asociadas con el tema. Desde la inhumanidad del guarda ferroviario, que niega agua al pasaje sediento del vagón, hasta las grúas que recogen pilas de cadáveres para lanzarlas a las fosas comunes, pasando por las interminables pruebas de resistencia con los internos parados al sol, los que especulan con el mercado negro y los que colaboran con el verdugo, es como si Koltai revisara página a página el álbum entero del horror, tal como la memoria del siglo XX lo ha impreso para siempre. Repaso que redunda, debe reconocerse, en cierto déja-vu, ante imágenes no precisamente nuevas.

Con la música de Ennio Morricone como único e innecesario énfasis, el realizador se cuida muy bien de no incurrir en el pecado de películas como Kapo (1960), denunciado en su momento por Jacques Rivette desde las páginas de Cahiers du Cinéma. No hay aquí nada ni remotamente parecido a aquel travelling con el que, de modo tan obsceno como estetizante, se buscaba encuadrar la mano de la prisionera en el momento de electrocutarse. Muy por el contrario, Koltai estructura la narración en base a breves y sugerentes viñetas, que se cierran con secos, implacables fundidos a negro. En cada uno de ellos el espectador parecería morir, para renacer en el momento en que la imagen abre otra vez de negro, para ir a la escena siguiente. Lo mismo le pasó a un niño llamado Gyuri, o tal vez Imre, que vivió esa noche, estuvo a punto de perecer en ella y salió otra vez a la vida, sin sospechar quizá que en el mundo de los hombres, a esa noche se la llama infierno.

7-SIN DESTINO

(Sorstalanság) Hungría/Alemania/Gran Bretaña, 2005.

Dirección: Lajos Koltai.

Guión: Imre Kertész, sobre la novela homónima.

Música: Ennio Morricone.

Intérpretes: Marcell Nagy, Béla Dóra, Bálint Péntek, Aron Dimëny y Daniel Craig.

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Marcell Nagy es Gyuri, el sobreviviente bajo el cual se esconde la experiencia de Kertész.
 
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