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Jueves, 25 de agosto de 2005

CINE › WKW O LA MELANCOLIA DE UN ROMANTICO A DESTIEMPO

Un poeta de la memoria y del olvido

 Por Horacio Bernades

Esculpir en el tiempo es el título del libro que recoge los ensayos sobre cine de Andrei Tarkovski, y a eso, a esculpir en el tiempo –tiempo como tema y motivo, como forma y contenido–, es a lo que se viene dedicando Wong Kar-wai desde que a fines de los ‘80 debutó en el cine. Su primera película llevaba un título revelador: As Tears Go By, paráfrasis del leit motif musical de Casablanca que podría traducirse por Como pasan las lágrimas. A la hora de los leit motivs, la incesante evocación, la nostalgia por lo irrecuperable, el pasado como fantasma permanente, la acechanza del olvido y una infinita melancolía por el amor perdido o no consumado son, en el cine de este romántico a destiempo, algunos de los que más saltan a la vista. Todos ellos derivan de un motivo central, tema obsesionante y principio estructurador de su obra entera: la idea de que el tiempo pasa y a su paso va dejando rezagos, escombros, cenizas. De allí también el título de otra de sus películas, Ashes of Time (Cenizas del tiempo), que bien podría ser el de cualquier ensayo sobre su obra.
Pero si hay cenizas es porque algo queda, algo puede volver a encenderse con un simple soplido, y quizá de eso se traten sus películas. El propio autor lo reconoce cuando asegura que su nuevo film se le impuso casi a su pesar, en lugar de otro que pensaba filmar en su lugar. “Traté de cambiar pero fallé”, dijo en entrevista reciente. “Quería hacer algo distinto, pero todavía estoy buscándolo. Al principio pensé: ‘Me olvido y hago otra cosa’. Pero cuanto más pensaba en irme, más terminaba volviendo.” Esta última afirmación, que suena casi a Atahualpa Yupanqui –ese otro poeta de la memoria y el olvido, de la soledad y la distancia– mueve a pensar en Wong como alguien que no engrasa los ejes de su carreta cinematográfica, sólo para escuchar cómo suenan. Pero si sus películas son de mucho sonar, se debe al enorme peso que en ellas tiene la música (la música no sólo como palanca sensorial y evocativa, sino como modelo de composición del relato) y no porque sus goznes rechinen. Las de Wong son –2046 más que ninguna otra– carretas de aceitadísimos engranajes, sopesados y relucientes. Hasta el punto de que sólo forzando mucho las comparaciones puede pensarse en ellas como instrumentos tan precarios, tan de otra época.
Es verdad que 2046 completa una trilogía sobre otra época, unos años ’60 que el realizador conoció de pequeño (nació en Shanghai en 1958 y reside en Hong Kong desde los 5 años) y que se extiende a partir de su segundo film (Days of Being Wild, 1990). Dentro de esa trilogía, Con ánimo de amar ocupa el lugar central, el de la historia de amor que tanto él como su alter ego cinematográfico (Tony Chow, el escritor que se gana la vida como periodista) quieren olvidar pero no pueden. Pero si en la anterior Chow se sentía in the mood for love, el picoteo entre tres distintas figuras femeninas que lleva a cabo en 2046 –que deriva en una indefectible inconclusión amorosa– mueve a pensar en el nuevo opus como un verdadero desánimo de amar.
En el reino de este mundo –del que los héroes y heroínas de Wong parecerían tan lejanos–, 2046 es el año en que Hong Kong está llamada a pasar definitivamente a manos chinas, perdiendo los últimos restos de independencia que todavía le quedan. En las películas del autor más próximas a la galaxia MTV (Chungking Express, de 1994; Fallen Angels, de 1995) la fuga y la rapsodia son las formas que el relato asume para sí, disgregándose en minúsculos fragmentos y altas velocidades y volviendo a recomponerse mediante el relato en off. En 2046 la fuga es hacia delante. Hacia un futuro del que, paradójicamente, el protagonista quiere huir. En el medio quedan Happy Together, la película argentina de Wong (1997), donde la fuga es hacia el confín (de Hong Kong a Buenos Aires, de Buenos Aires a Iguazú, de Iguazú hasta Ushuaia), y Con ánimo de amar (2000), en la que a la fuga se le contrapone el intento de fijar momentos privilegiados. Esa voluntad se materializa en una serie de éxtasis sucesivos –sensoriales, amorosos, eróticos y emocionales– que hallan en la forma del ralenti su más apropiada expresión visual.

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