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Jueves, 25 de agosto de 2005

CINE › WKW, UNA ABERRACION EN EL SISTEMA DE ESTUDIOS

Hollywood made in Hong Kong

Ante los ojos de Occidente el nombre de Wong Kar-wai es sinónimo de cine de Hong Kong, su embajador y autor más celebérrimo. Paradójicamente, su figura es apenas reconocida por los poco más de seis millones de habitantes de la península. La industria cinematográfica hongkonesa ha mantenido históricamente una fuerte inclinación, casi excluyente, por los films de neto corte genérico. Un cine basado en estructuras narrativas probadas de antemano, con estrellas populares y un énfasis en la idea de “entretenimiento”. Y ello es así desde que, a mediados de los años ’50, los dos grandes estudios que dominarían gran parte del mercado asiático durante las dos décadas subsiguientes –Shaw Brothers y el consorcio Cathay– comenzaron a lanzar alrededor de una centena de títulos al año. Melodramas, musicales, comedias, películas de artes marciales, films de horror y de acción han demostrado ser los favoritos de los productores y espectadores de la otrora colonia británica. El cine “de autor” o “de arte”, como se lo entiende en Argentina, no tuvo posibilidades de desarrollarse en ese contexto, más allá de alguna fugaz nueva ola a comienzos de los 80. Wong Kar-wai encarna una aberración dentro de un esquema industrial rígido y poco propenso a la experimentación sin límites. Basta con navegar por el sitio oficial del ente de turismo de Hong Kong para caer en la cuenta de quién es sinónimo de cine para los locales: en su portada es Jackie Chan quien abre sus brazos en fraternal bienvenida.
El impensado estreno internacional del último largometraje del comediante y realizador Stephen Chow, conocido aquí bajo el título Kung-Fusión, vuelve a esperanzar a los productores hongkoneses con la imagen de un futuro venturoso. Desde el breve reinado de Bruce Lee que no lograban vender tan exitosamente un producto al mercado global. Pero para comprender, al menos superficialmente, la situación actual del cine de la zona es necesario repensar los dorados años ochenta, cuando la producción anual trepaba a los trescientos títulos (y los medios periodísticos hablaban de lavado de dinero de las mafias). Ese “globo” de hiperactividad explotó más temprano que tarde, a punto tal que la recesión se hizo sentir con fuerza durante toda la década de los ’90, no ayudada precisamente por el desembarco del cine surcoreano, nuevo “monstruo” del cine del sudeste asiático, y el creciente miedo por el traspaso del poder político a la China, ocurrido finalmente en 1997.
Calmadas las aguas, y con el apoyo económico no sólo de las grandes compañías chinas, sino también de las locales filiales de las majors estadounidenses, Hong Kong volvió lentamente a posicionarse como un competidor de fuste. Al éxito del film de Chow se sumaron recientemente películas como Infernal Affairs –editada aquí directamente en formato hogareño como Asuntos infernales–, el policial de los realizadores Andrew Lau y Alan Mak que ya tiene una remake made in USA en camino, comandada nada menos que por Martin Scorsese. Y el Festival de Venecia, que comienza la semana próxima, celebrará la ceremonia de apertura de su 62ª edición con la proyección de Siete espadas, aventura épica de artes marciales y romance que marca el retorno a las primeras filas de Tsui Hark, el productor-director más exitoso del cine de Hong Kong de los últimos veinticinco años. El panorama no podría resultar más alentador.

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