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Miércoles, 12 de octubre de 2005

MUSICA › LA RELACION PROFESIONAL CON SU HIJA LUCILA, DE 24 AÑOS

Juntando broncas y abrazos

“Yo le digo la guerrera. Es Juárez hasta la médula”, dice Rubén Juárez de su hija, sin ocultar su orgullo. Lucila Juárez tiene 24 años, unos ojos verdes bellísimos y una voz que cautivó, entre otros, al guitarrista Juanjo Domínguez, que la invitó a grabar un tema en su último disco, Eterno. “Es que todos los artistas amigos de mi papá son como mis tíos, me tratan como hija postiza”, explica ella. Antes de participar en El tango en Broadway fue cantante invitada del espectáculo Disculpe la molestia, que presentaron en Carlos Paz su padre, Juanjo Domínguez y José Angel Trelles. “Yo salía con esos monstruos y decía: ¿qué hago acá?”, recuerda. Hace un año formó su propia banda en Córdoba, donde vive. “De a poco estoy armando mi primer disco. Y definiendo mi estilo, que es lo más difícil. Quiero empezar bien, no me quiero equivocar”, aclara con seriedad.
–¿Cómo llegó a El tango en Broadway?
–Mi viejo me dijo: “Tengo este espectáculo, necesito a una cantante que haga todos los estilos, si me decís que no busco a otra persona, y la tengo. Si me decís que sí empezamos ya”. Para mí era un desafío, porque es la primera vez que encaro algo profesional, y encima dirigida por mi viejo. En dos meses me enseñó todo. Y en Carlos Paz me llevé el Premio Revelación Femenina, o sea que hice las cosas bien.
–¿Y cómo es la relación padre-hija en el mismo escenario?
–Nos llevamos bien en lo profesional, pero en lo personal los dos tenemos carácter muy fuerte. Encima él como director es requete exigente y me exige más a mí que al resto. Por ahí en medio de un tema el tipo de atrás de bambalinas me gritaba: “¡No, no, te estás aluismiguelando!”. Y eso en pleno show. Hay veces que tiene técnicas poco ortodoxas, pero bueno...
–¿Hay peleas?
–Una vez nos peleamos segundos antes de que entrara a escena. Yo me angustié, me puse mal, pero no podía decir “no canto”. Salí y canté con una bronca... Cuando bajo del escenario y el chabón me abraza y me grita: “¡Es así, es así!”, mientras yo lloraba y lo odiaba...
“¡Sí, pero decile el aplauso que lograste!”, la interrumpe su padre. “Es que los dos somos muy extremistas y muy ciclotímicos. Nos odiamos y al segundo estamos abrazados. ¡Somos Juárez!”, sintetiza Lucila.

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