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Viernes, 14 de febrero de 2003

PLáSTICA

obsesiones

Una es fotógrafa, la otra psicóloga y plástica; las dos forman parte del grupo de artistas que a lo largo del año pasado expusieron su obra en el Hotel Boquitas Pintadas y ahora la reunieron en el Centro Cultural Recoleta. Recién entonces María Kusmuk y Diana Schufer supieron que aunque usen distintos leguajes, comparten la misma obsesión de indagar sobre los cuerpos, las fantasías, los encuentros y los desencuentros.
En fin, sobre el amor y la carne.

 Por Sandra Chaher

Diana Schufer y María Kusmuk prácticamente no se conocían más que de haber visto sus trabajos expuestos en el mismo espacio y de haberse cruzado, herramientas en mano, armando el montaje de sus obras. Sin embargo, sus obsesiones artísticas tienen bastantes similitudes, aunque una enorme diferencia en la forma de manifestarlas.
María nació el 20 de febrero de 1964, es de Piscis y trabaja sobre los miedos frente a la sexualidad, la castración, la mitología del puerperio y las carencias emocionales. Usa la fotografía como soporte de una construcción temática en la que aparecen la escultura, la pintura, los objetos. Nada de realismo, al menos por ahora. Quizá para eso ya es suficiente con su trabajo como reportera gráfica.
Diana nació también un 20, pero de marzo, también pisciana, y tiene siete años más que María. Psicóloga a la vez que artista plástica, en el ‘94 empezó a diseñar instalaciones como vehículo para hablar del discurso amoroso. Andando y andando, las cartas de amor la llevaron a los textos eróticos y de ahí a la sexualidad. Hoy está instalada entre el cruce del lenguaje verbal y el plástico, armando estructuras cada vez menos sutiles, más definidamente eróticas. “No sé cómo llegué hasta acá, porque yo considero a lo erótico parte de lo amoroso. Lo que yo en verdad creo es que, finalmente, lo que más nos preocupa a todos, nos angustia o nos llena de alegría es el amor, sea con los padres, los hijos, las parejas, los amantes. Encuentros y desencuentros, siempre terminamos hablando del amor.”
Algunas de las obras de ambas pueden ser vistas hasta el domingo 16 de febrero en el Centro Cultural Recoleta. Junto con otros 12 artistas están presentando la muestra Boquitas pintadas, que es la unificación de las exposiciones que cada uno hizo en forma individual a lo largo del año 2002 en el Hotel Boquitas Pintadas. Por primera vez ahora pueden ver sus trabajos reunidos en un espacio único, ellas y el público, que para las dos es importante: el que “completa la mirada”, según María; o el que “puede encontrar algo que le resuene en lo que ve y oye y eso le motiva una reflexión que ya es terapéutica”, para Diana.

Intimidades
Una cabina de terciopelo rojo, un foquito muy tenue de luz, y la voz de un hombre y una mujer que se escuchan a través del paño. Cada uno relata cómo es hacer el amor con el otro. Las entrevistas las dieron en forma separada, pero son pareja. Es difícil jugar con ellos a las trampas. Sus testimonios coinciden. “Por algo hace diez años que están juntos”, dice Diana. Las voces son suaves, acariciadoras, sobre todo la de ella. No hacefalta mucho más que ese ronroneo para entrar en la intimidad de la pareja y quedarse prendado de los recovecos de sus confesiones.
Antes de ésta, Diana montó dos instalaciones similares. Una era una almohada colgada en la pared, en la que la gente ponía la oreja y escuchaba a una mujer relatando las huellas que había dejado en su cuerpo y su alma una relación sexual. Hay que tener algo de voyeur para seguir a esta mujer que dice de sí misma que es psicóloga porque le gusta conocer la vida de los otros. En la primera, un pasillo largo, también en terciopelo rojo, en penumbras, donde apenas entrar se escucha un murmullo de voces femeninas, “tipo gallinero”, pero si uno se va deteniendo de voz en voz, encuentra a trece mujeres relatando sus orgasmos: “Tengo dos clases de orgasmos –dice alguien que parece mayor–. Los extraordinarios y los que no lo son. Mi orgasmo extraordinario apareció en estos últimos años y se despliega y expande cada vez más, y me hace sentir relajada y muy completa. La sensación post es totalmente diferente antes que ahora. La sensación comienza cuando mi conciencia se ubica en un centro que está en algún lugar entre el clítoris y la vagina, y todo lo demás queda en penumbras”.
“El orgasmo para mí es como una descarga de energía, directamente –dice otra, auditivamente más joven y seca–. Obviamente que te conecta con el otro, pero es conmigo misma. Si yo estoy in the mood, en estado, voy a tener un orgasmo, voy a estar relajada y conectada con mi placer. Y si yo no... no pasa nada. No tiene mucho que ver con el que tenga al lado.”
Diana es pelirroja, “trucha”. De las que llevan el anaranjado en la cabeza casi como un letrero: “acá estoy, véanme”. Es madre de dos hijas adolescentes, y parece despreocupada, como de vuelta de varias travesías. “Empecé a trabajar lo amoroso y después la sexualidad dentro de lo amoroso. Lo primero que aparecieron, en el ‘94, fueron proyecciones de cartas de amor sobre camas, y con eso armé una muestra en la sala Cronopios, acá en Recoleta. Después empecé a hacer serigrafías sobre las sábanas con las mismas cartas. Eso derivó en un trabajo que se llamó Las palabras se las lleva el viento, con promesas típicas de esas que se dicen y después se olvidan. Y así llegué a las entrevistas. Y con lo que me encontré, que me sorprendió y me gustó, es que a las que entrevisté les encantó escucharse a sí mismas hablar de su sexualidad. Es como cotejar eso que tenés sólo en la cabeza, darle sentido, contenido. En general no es fácil hablar de sexualidad. Y para las mujeres, creo, menos. A pesar de que parece que se hablara mucho, no se habla tan específicamente de qué te pasa. Cuando pregunto en el consultorio ‘¿Y, qué tal? ¿Cómo te fue?’ Te dicen ‘Bien’. ‘Bueno, ¿pero bien qué?’ ‘Bien, estuvo lindo.’ Es muy difícil que alguien te haga una descripción detallada de un acto amoroso. Pero en la medida en que uno se mete a decir un poquito más se abre el horizonte para otro lado completamente distinto al que venías.”

Huecos de ausencia
En la muestra del Centro Cultural Recoleta, María presentó tres fotografías: un cuadro con cortinas en el que se ve a un cerdo alimentándose de los granos de maíz, o de sangre, que brotan de una vagina con colmillos; un cuerpo acostado –una escultura– con las piernas abiertas que expone, pareciera, con orgullo su vagina dentada; y una vagina que intenta salirse del cuerpo que la cobija como un alien quiere escapar del útero humano que le dio cobijo para reproducir sus flujos por el mundo. María dice que es todo una humorada, un reírse de las fantasías masculinas más primarias. “Intenté mostrar las fantasías de los tipos -dice con una voz gravísima–, cómo se plantan frente a la vida con su auto, su pelota de fútbol, con la sexualidad. Son sus miedos, que la vagina se los va a comer. Por eso le puse La comedia de la vida.” Ella tiene el pelo muy negro, y es grandota y exuberante. Pero se viste con sencillez, intenta pasar desapercibida y se preocupa por el alto impacto de sus trabajos –hasta el punto de que, si puede, alerta a los visitantes que pueden ser imágenes demasiado fuertes para los niños–. Sin embargo se nota que dentro bulle la fragua y que ella todavía está alimentando el fuego de sus propias fauces con los trabajos que hace. La comedia de la vida y El deseo es el deseo del otro son sus primeros ensayos artísticos. Los empezó cuando quedó embarazada de su primer hijo, hace más de seis años, y los terminó cuando nació el segundo. En el catálogo de presentación de El deseo es el deseo del otro, que se expuso en el 2002 en la Alianza Francesa, escribió: “Pienso en la gente. Pienso en nosotros. Desde dónde somos, quiénes nos formaron. Qué lograron. En especial en las actitudes que tenemos en la vida. La ‘forma’ que nos caracteriza. De cómo algunos somos ‘comedores’ y otros ‘comidos’, algunos ‘castradores’ y otros ‘castrados’. De cómo algunos somos proclives a detectar y tener huecos, y otros, propensos a llenarlos (sexo-comida-dinero). De cómo se gestan nuestras imposibilidades, nuestras falencias, más que nuestras habilidades. De la actitud expectante, en definitiva, ante el ‘agujero’”. Las fotos muestran a niños pequeños llevados de la mano por adultos con las caras desfiguradas por trompas dentadas de animales.
María Kusmuk nació en Santiago del Estero. Tenía una hermana que fue traductora y el mandato familiar indicó que ella fuera abogada. En Tucumán se recibió de escribana, pero llegó a Buenos Aires y nunca ejerció. Entró a la escuela de fotografía Andy Goldstein, empezó a trabajar como reportera gráfica en varios diarios hasta que ancló en Clarín y hace siete años empezó un taller con el fotógrafo Eduardo Gil. En ese laboratorio tomaron forma sus ensayos. El último, casi terminado, es sobre la sexualidad, la lactancia y el puerperio. “Lo pude hacer después que nació mi segundo hijo, cuando ya podía ver el tema con humor. De hecho ni usaba las cosas que muestro (adminículos para sacar la leche, cubre-pezones y corpiños para amamantar). “Yo no tuve rollos con el puerperio. Para mí el parto fue mucha revoleada (modismo santiagueño que significa algo así como movilización), pero no depresión. Y ahora, después del segundo parto, salieron estas cosas. Creo que los trabajos que mostré hasta ahora eran mucho más para mí que para la gente –reconoce–. Recién ahora estoy empezando a trabajar temas no tan personales. Siempre sentí la necesidad de que lo que hacía se completara con la mirada de la gente. Y cuando hice la muestra en la Alianza alguien me dejó un papel diciendo que mis fotos ‘eran un grave atentado a la higiene mental’.”

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