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Lunes, 16 de septiembre de 2002

OPINION

Con o sin técnico

Por Diego Bonadeo

Durante casi ochenta minutos, River convivió con el síndrome “estamos perdiendo como locales contra un equipo casi desahuciado y sin director técnico”, como remedo de lo que quince días atrás sucedió en el 1-2 con Huracán, cuando Brindisi acababa de irse y Babington no había llegado, y los de Parque Patricios eran una sombra más de las demasiadas que oscurecen este torneo con fútbol ocasional y en grageas.
Es que tras el primer intento de River a los cinco minutos con pelota parada, tal como sucedió durante casi todo el partido, el “Polo” Quinteros marcó de cabeza el 1-0, cerca del punto del penal, de un zapatazo que más que un centro o un pase fue sacarse un compromiso de encima. Compromiso ofensivo, pero compromiso al fin.
Y River siguió buscando y buscando, por el medio con Zapata en entusiastas forcejeos y por afuera con tiros libres, porque ni Domínguez, ni Fuertes, ni D’Alessandro, ni González, le encontraban la vuelta a abrir la cancha con la pelota en movimiento.
Así las cosas, iba creciendo Islas en el arco y La Paglia como administrador de las limitaciones que Talleres tenía en la posesión de la pelota. Y River parecía limitarse a intentar sin saber bien de qué manera, y a reclamar penales cada vez que alguien se revolcaba en el área de Talleres.
La crónica del ingreso anunciado indicaba para el segundo tiempo la entrada de Cuevas. Así fue nomás, y salió Astrada. Pero las características generales del partido no cambiaron demasiado, aunque River llegara un poco más en cantidad y en calidad. Ese aumento en el predominio local iba siendo directamente proporcional a ciertos desconciertos defensivos de Talleres y al crecimiento en el rendimiento de Luis Islas.
Pasando los diez minutos entró Cavenaghi por Fuertes, y a los veinte el arquero de Talleres le tapó un mano a mano justamente a Cavenaghi. Tres minutos después otra vez Islas salva a Talleres manoteando un tiro libre de D’Alessandro.
Y todo seguía igual, salvo los cambios de jugadores, pero no el trámite del partido, hasta que ochenta minutos después del gol de Quinteros, y cuando todo River era impaciencia y desconcierto, Cavenaghi marcó el empate a los 40 minutos.
Trossero ya se fue de Talleres. El Checho Batista todavía no llegó. Y River estuvo a punto de repetir el “síndrome Huracán”. Casi todo parece ser más o menos igual. Casi nada parece ser más o menos mejor. Con o sin director técnico.

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