radar

Domingo, 18 de marzo de 2007

TESOROS > EL OLIMPO DEL JAZZ EN LA CáMARA DE PANNONICA

Fotos de Idolos

La baronesa Pannonica de Koenigswarter fue de esas personas que parecen haber vivido varias vidas en una: aristócrata inglesa bautizada con el nombre de una mariposa descubierta por su padre, uno de los Rothschild, fue espía, soldado y miembro de las fuerzas de la Francia Libre durante la Segunda Guerra, se mudó a Nueva York, donde descubrió el Parnaso del jazz que los blancos trataban como perros. Se unió al sindicato para defenderlos, fue musa de monstruos como Sony Clark, Kenny Drew, Tommy Flanagan y Horace Silver, le compusieron y dedicaron alrededor de 20 temas y se ocupó personalmente de cuidar a Coleman Hawkins, Bud Powell, Charlie Parker y Thelonius Monk. Además, durante los 35 años que fue la gran dama del jazz, los fotografió a todos con su cámara Polaroid y les preguntó cuáles eran sus tres deseos. Ahora, ese material imperdible finalmente sale a la luz.

 Por Eduardo Febbro

desde París

Ninguna descripción podría tornarla más visible y completa que los poco más de 8 minutos que dura el tema musical que Thelonius Monk compuso para ella. Pannonica. Atípica, excéntrica, caprichosa, genial, rebelde, aristócrata británica refugiada en el submundo del Nueva York manchado por la violencia de la discriminación racial contra los negros, fugitiva de un orden que la aburría o simplemente aventurera, protagonista de varias vidas intensas circulando adentro de una sola: pintora, resistente contra el nazismo, espía, soldado, conductora de camiones militares, piloto de avión, madre de cinco hijos, musa del jazz, fotógrafa, mecenas de lo irrepetible. Los calificativos y las aproximaciones para definir a la baronesa Pannonica de Koenigswarter abundan tanto como las imprecisiones sobre quién fue esta mujer y el papel que desempeñó en la historia del jazz. La baronesa Pannonica de Koenigswarter albergó y protegió a casi todos los compositores e intérpretes de jazz más geniales que la historia haya conocido. En su casa de Nueva York murieron dos de ellos: Charlie Parker y Thelonius Monk.

Pannonica suena como música pura, como algo etéreo, sólo audible, sin cuerpo, inconsciente. Muchos la llamaban “Nica”. Pannonica de Koenigswarter solía llevar puestos vestidos de colores vivos, era delgada, con un rostro blanco de destellos aristocráticos, una mirada a veces nostálgica, otras vivaz, cabellos negros eternamente embebidos por el humo del cigarrillo que fumaba con una boquilla. Dos años antes de su muerte, en 1986, Pannonica de Koenigswarter no había cambiado ninguno de los hábitos forjados durante los últimos 35 años de su vida. Una de sus descendientes, Nadine de Koenigswarter, cuenta: “Cuando vi a Nica por última vez en Nueva York, en 1986, hicimos lo que siempre acostumbraba hacer: la ronda tardía de los clubes de jazz en su viejo Bentley descapotable”. Esta vida nocturna y la veintena de temas musicales que compositores como Monk, Sony Clark (“Nica”, “My dream of Nica”), Kenny Drew (“Blues for Nica”), Tommy Flanagan (“Thelonica”) y Horace Silver (“Nica’s dream”) le dedicaron, parecía algo totalmente extranjero al futuro de una mujer nacida en Londres en 1913 en el seno de una familia perteneciente a la rama inglesa de los Rothschild. Su nombre de mariposa se lo puso su padre, el banquero Charles Rothschild, un personaje singular que asumió la función familiar de banquero que le fue asignada pero conservó toda su vida una pasión por la entomología. Charles Rothschild descubrió una nueva especie de mariposas en el curso de un viaje a Hungría, el país de origen de su mujer. Hungría es “Pannonica” en latín y Charles le puso ese nombre a la mariposa y a su hija. A Pannonica le gustaba la pintura abstracta e instantánea, las formas libres que permitían recorrer los brotes de un esbozo, de manera espontánea, siguiendo los caprichos de la luz, mezclando en los cuadros leche, whisky, perfume y aceite. Cuando apareció el sistema Polaroid, Pannonica se interesó en la fotografía, un tipo de soporte que, muchos años después, daría lugar a la más extraordinaria colección de fotografías sobre los músicos de jazz norteamericanos realizadas hasta hoy. Pannonica las hizo a lo largo de su extensa relación con aquellos gigantes excluidos de los privilegios del hombre blanco.

La relación de Pannonica con el jazz nació en la abundante discoteca de su padre, y durante la Segunda Guerra Mundial se prolongó gracias a su hermano Víctor. Enviado especial de Wiston Churchill a los Estados Unidos para negociar con Roosevelt, Víctor descubrió la amplitud del jazz en América. En aquellos años londinenses, el jazz era apenas unas sílabas sin sonoridad. En Estados Unidos, Víctor, pianista clásico, descubrió al pianista Art Tatum y, de vuelta a Inglaterra, trajo los destellos de esa fascinación. Víctor y Pannonica empezaron a asistir a todos los conciertos de jazz, a beber esa música espiritual que llegó a Europa con los soldados que liberaron Francia de las tropas nazis. La Segunda Guerra Mundial la conectó con el jazz y fue también el preludio de una nueva existencia. En 1935, Pannonica conoció a Jules Koenigswarter, su futuro marido. A principios de la guerra, Jules respondió al llamado del general De Gaulle para combatir a Hitler. Junto a Pannonica, Jules se sumó a las FFL, las Fuerzas Francesas Libres. Jules fue enviado en misión a Africa Ecuatorial y Pannonica se unió a él para integrar una unidad de los servicios secretos del general De Gaulle. Pannonica fue soldado en las FFL, comentarista en radio Brazzaville, conductora de vehículos militares a través de la Costa de Oro de Ghana, Congo, Nigeria, Egipto, Libia, Túnez, Italia y Francia. Después de la guerra, la carrera diplomática de Jules le resultó estrecha. Entre una embajada en Noruega y otra en México, Pannonica se separó de su marido en 1952. La mujer vivió un tiempo entre dos mundos: Nueva York y México. Invitada a la casa del pianista Tedia Wilson, Pannonica escuchó la voz secreta que forjaría su tercer destino. Wilson le hizo escuchar el emblema de todos los emblemas, la matriz del todo, el arte de componer una melodía y descomponerla, como la luz, diluida, recuperada, alargada, concentrada, eco y silencio: “Round Midnight”, de Thelonius Monk.

En 1954, Pannonica viajó a París para asistir a un concierto que Monk dio en la Sala Playel. Mary Lou Williams, pianista y compositora de jazz, se le presentó. Pannonica de Koenigswarter tenía 41 años. Un año más tarde, junto a su primera hija, Janka, Nica se fue a vivir a Nueva York, en una suite del hotel Stanhope. Allí frecuentará a la nunca igualada galería de genios que Estados Unidos trataba como perros: Lionel Hampton, Art Blakey, Walter Davis, Bud Powell, Coleman Hawkins, Sonny Clark, Charlie Parker, Tommy Flanagan, John Coltrane, Charles Mingus, Miles Davis, Sonny Rollins y tantos otros. Como lo haría aún 35 años después, Nica recorría cada noche, al volante de su Bentley, los clubes más concurridos del momento: Five Spot, el Village Vanguard, el Birdland, Minton’s Playhouse, o el Small’s en Harlem. Implicada en los problemas y los dramas que conocían los músicos, Pannonica se volvió miembro del sindicato de músicos para defender sus derechos y conseguirles nuevos contratos. Art Blakey dirá de ella: “Hasta que la conocí no sabía cómo mantener una orquesta. Ella me enseñó a actuar con diplomacia”. Pannonica se ocupó de Coleman Hawkins, epiléptico y solitario, de Bud Powell, prisionero de una terrible depresión, y de Charlie Parker. Destruido por las drogas y el alcohol, sin siquiera ser aceptado en el Birdland fundado en su nombre, Parker se refugió en la casa de Pannonica. Tenía 35 años y un encono irrenunciable contra los médicos. Parker no quiso que los médicos lo atendieran y murió días más tarde en la casa de Nica.

Su vida era pura música, una suerte de lujuria frenética que, después de los conciertos y las rondas nocturnas, continuaba con las jam-sessions que ella organizaba en la suite del hotel. La gerencia, excedida por las quejas de los clientes, triplicaba el precio de su suite para que se fuera. Pannonica se mudó varias veces: al Algoquin, al Bolívar. En ese último hotel Pannonica compró un piano Steinway que le regaló a Monk, que en ese entonces vivía en su casa con mujer e hijos. Monk compuso en ese piano grandes standards: el famoso “Pannonica”, “Ba-Lue Bolivar Ba-lues-Are”, “Brilliant Corners”. Su vida no era simple: una mujer blanca que se desplazaba con negros, que además morían en su casa y consumían drogas y alcohol. Nica, muchas veces, asumió la responsabilidad de las infracciones en nombre propio. Fue ella quien defendió a Monk cuando, en el curso de una gira por el estado de Delaware, Monk fue denunciado por ser negro, por ser grande y por ser introvertido. Monk bajó del auto a pedir agua y el dueño del bar llamó a la policía. Thelonius Monk fue arrestado. Pannonica suplicó para que no le pegaran en las manos. Los policías revisaron el Bentley y encontraron marihuana. Dijo “eso es mío” y la condena a tres años de cárcel recayó sobre ella. Algunos años después, al cabo de varias apelaciones, la condena fue levantada pero Monk perdió el carnet de cabaret que autorizaba a los músicos negros a actuar públicamente. Hay que imaginar a Monk y a Pannonica juntos, caminando por la calle tomados del brazo, ella, la mujer blanca y delgada, y él, el gigante de dos metros, de corpulencia montañosa, con un sombrero ignoto sobre la cabeza. Pannonica contó que cuando caminaban por las calles del sur de los Estados Unidos la gente los escupía y cambiaba de vereda.

Fue una existencia de música espiritual, de exuberancia, de delirio, de exclusión racial, de confidencias y de íntimos mecenatos. Pannonica, mariposa incrustada en una noche segregacionista, donde el jazz era aún considerado como una cosa “de negros”, narra, con el contraste de su blancura, de su aristocracia heredada, el odio de un sistema social a uno de los miembros que lo constituye. Expulsada de todos los hoteles donde residió, Pannonica, gracias a los consejos de Thelonius Monk, terminó comprando una casa en Weehakem, Nueva Jersey. La casa, bautizada por Monk Catsville, se llama hoy Cathouse. Doble juego de palabras: Cat por los 120 gatos que Pannonica cuidaba ahí; Cat porque, en el lunfardo de los músicos negros, quiere decir “tipo”, “músico”. En 1957 Pannonica consiguió que Monk recuperara su carnet de cabaret, sin el cual no podía tocar. En cuanto lo obtuvo fundó uno de sus grandes cuartetos: Monk, Ahmed Abdul Malik en bajo y Roy Haynes en batería. Discriminación racial, estafas, contratos truchos, droga, falta de dinero, problemas con la policía, disposiciones administrativas excluyentes, la Norteamérica de entonces hizo todo cuanto estuvo a su alcance para destruir el núcleo de iluminados que Pannonica protegía. Nica consiguió que los carnets de cabaret fueran abolidos en 1967 así como la obligación de que los músicos de night clubs dejaran en la comisaría sus huellas digitales.

El período de la desaparición de Thelonius Monk también fue vivido bajo el techo de Nica. Monk se encerró en sí mismo, y desde 1973 hasta el fin de su vida –exceptuando tres conciertos– no salió de Cathouse. Nueve años de encierro, de silencio, de una vida vegetativa, acostado en la cama, mirando eternas horas por la ventana sin decir una palabra, hasta su muerte. En un artículo publicado en 1986 (“A remembrance of Monk”) Pannonica de Koenigswarter escribió: “Monk, como hombre, era igual a su música. Podía transformar la vida entera. Uno podía caminar por el sendero de la vida tranquilamente hasta que, de pronto, algo parecía abrirse de todas partes. (...) Monk podía tocar cualquier standard y era capaz de hacer sentir la música desde el interior y desde el exterior. Monk nos transportaba al corazón infinito de la música”. Nica y Monk. N y M. Pannonica obtuvo que la calle 63 de Nueva York, donde Monk vivió casi medio siglo, fuera bautizada Thelonius Sphere Monk Cercle. Nueva York accedió a ese pedido en 1983, cinco años antes de la muerte de Pannonica, en noviembre de 1988.

Pannonica de Koenigswarter había tenido un sueño que alimentó durante muchos años. Con su cámara Polaroid, la mujer fotografió a todos los músicos que pasaron por su casa. A cada uno de ellos les hizo la misma pregunta: ¿cuáles son tus tres deseos? Pannonica quería hacer un libro con las fotos y las respuestas. En vida no pudo, pero el libro existe hoy en francés gracias a la paciencia de quienes recuperaron las fotos y los textos. Esa mezcla de imágenes y palabras testimonia de todo lo que ocurría en la época pero, sobre todo, es un breve y profundo recorrido por la pasión, la constancia y las esperanzas de una generación de músicos que sólo sonaba con una cosa: tocar lo mejor posible. Los músicos de jazz y sus tres deseos, publicado en París por Buchet Chastel, recoge esas imágenes y esas respuestas. Miles Davis dice: “Quiero ser blanco”. Coltrane: “Tener tres veces la potencia sexual de hoy”. Cliford Jarvis: “Tener una batería nueva”. George Coleman: “Ser la mitad de lo bueno que es Bird”. Paul Wheaton: “Poder tocar lo que siento”. Sun Ra: “Un instrumento flexible para reflejar todas las emociones de cualquier ser viviente, incluido un gato o un pájaro”. Pannonica cumplió con su sueño. El libro emite sus signos y sus asombros, existe como existieron sus cenizas arrojadas en el río Hudson alrededor de medianoche. “Round Midnight”, Pannonica, eternamente.

Compartir: 

Twitter

Monk, el bentley y pannonica.
 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.