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Domingo, 2 de agosto de 2009

CONTRATAPA

Noticiosos

 Por Adrián Abonizio

Los noticiosos eran dos: Sucesos Argentinos, con un jinete derrapando y deteniendo la cabalgadura justo delante de cámara y el restante uno que en letras fascistoides rezaban UFA sobre un planeta en blanco y negro girando sobre su eje. El segundo era el más aplaudido. Pues el primero se remitía a la voz de pito de un locutor que hablaba presurosamente anunciando desagües, actos gubernamentales o curiosidades criollas. El segundo Europa a pleno: En pantalla gigante uno podía espiar castillos medievales, carreras de autos, desfiles de modelos, pesca submarina o goles. Goles fantásticos de finales; goles monumentales donde el visor siempre mostraba la pelota entrando en las mallas con el ojo atrás, tomada justo y con un arquero que se movía a velocidades prodigiosas volando a veces desde una toma insuperable hasta casi dentro de nuestras pupilas.

Arribar al cine era un acontecimiento total, pero a ello le sumábamos los noticiosos. Por ende uno se fijaba puntillosamente en el horario de la película y remarcado en negritas el horario de los avisos. El papel era brillante, blanco y negro y anunciaban allí todos los comercios del barrio. La idea fue de Blanco, el pibe loco sobrino solitario del portero y de familia acomodada. "Hay que hacer uno propio o chorearles el de ellos y salir a buscar que los negocios pongan la tela, deslizando los deditos flacos, pulgar e índice". No sabemos cómo, pero una tarde apareció en una esquina con un tipo con cara de plumero, enroscado en una corbata que le quedaba pésima, tratando de parecer serio, fumando y con la mano en el bolsillo del pantalón. "El es mi otro primo, sabe un montón de ventas". Desinteresados del proyecto lo oímos sin ganas. Toledo interrumpió. "¿Y nosotros de qué jugamos en esto?". Marcial Blanco, el estafador, graficó. "Se levantan pedidos de impresión a rolete, los hace él señaló técnicamentre al escobillón fumador y nunca se publican, o se hacen como si fuesen nuestros", agregó como remate. "Nos levantamos una fortuna de una vez y desaparecemos". "Para vos es fácil, no sos del barrio, gil; a nosotros nos conocen hasta los perros". El ladroncito, ofendido por nuestro resquemor tomó a su estropajo por el brazo y se fue cruzando Mendoza hacia latitudes de norte donde planearía el robo. A los días, asitimos a Sandrini con entradas regaladas. Era una peli vieja sobre una nena secuestrada. No nos interesó. Nos fijamos en el programa. Allí estaba el mismo diseño de un logo con un caballito batiente y clarín en la mano de su jinete. Lo había hecho. Lo intuíamos. El papel era más berreta. Habían simulado ser otros. Preguntamos, indagamos sobre el precio de cada aviso y llegamos a una cuenta que se nos antojó millonaria. Nos fuimos enterando por las voces de las vecinas: Blanco y su primo se habían convertido en cobradores ficticios de la firma, merced a sus caras de piedra y habían recaudado, extendiendo recibos a lo pavote.

Nos percatamos del asunto ya en Pedrín donde festejamos la mejicaneada. "Es un hijo de puta", extendió Antonioni derramando envidia. "Si lo hacíamos nosotros estamos presos". Y nos aliviamos. El tema saltó a los días: Cuando aparecieron los verdaderos cobradores y ya el dúo estaba lejos con su primo, contando el dinero vaya a saberse en qué barrio. No tenían a nadie, ni familia ni amigos. Salvo la escribanía que pocos conocían. Una pareja de salteadores sin ralea. Miramos los noticiosos. En la semipenumbra contamos los avisos. Nos alcanzaba para media docena de bicicletas. O diez visitas al Puente de las Putas. Atardecía y al llegar a la esquina nos atropelló el hermanito de José "¿Saben la noticia? Cayeron Blanco y el otro". A los tropezones lo contó: Habían anunciado "El Romance del Mío Cid", estreno para un club, vendido las entradas antes y cuando la gente fue no había nada, ni proyector, sólo el que juega al casín mudo, el Albertito, que los recibió sorprendido y encima casi lo matan al tipo. "¿Y Blanco?" preguntamos anhelantes. "Cayó, pero lo sacó el padre que es escribano". "¿Y el primo?. Ese sí la hizo bien: se llevó toda la plata y se fugó quién sabe dónde".

Hoy leemos el diario en la estación de servicio y alguno descubre el apellido y la foto en el fangal de policiales. "Blanco, ¿te acordás? Fijate la cara, sonríe el desgraciado como antes". Lo miramos. Sí, es él. Productor de programas de televisión en Ecuador, extraditado al país luego de una estafa millonaria donde incluía jugadores de fútbol, modelos y drogas.

"Siempre dije que andaba en la joda, graficó Ansaldi. Alguien le recordó que era él quien le había facilitado el préstamo inicial para el primer embuste de los programas y la impresión. "Cierto, pero es hora de decirles la posta. ¿Cuándo teníamos? ¿Trece, catorce? Bueno, mientras Blanquito hacía esos chanchullos y su papi la juntaba con pala en el estudio meta firmitas yo me acostaba con su mamá. Así me cobré la deuda".

"!Eso si es una buena película!", exploto yo. Y todos nos quedamos azorados mirándole la cara de cuis a Ansaldi quien durante treinta años había apisonado ese secreto. "Y esto no es todo", agregó mientras se paraba para arrancar su taxi detenido en la fosa. "Aún la visito. Está rebuena la viudita. Parece una actriz, parece. Es Sofía Loren en el Mío Cid. Igualita. O a la Reina de Holanda que salía en los Noticiosos, ¿se acuerdan?".

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