La violencia obstétrica es violencia de género: sólo a las mujeres nos ocurre. Tal vez hasta que no se vive en carne propia no se reflexiona sobre el asunto. Desde que murió mi hija recién nacida, hace tres años, comencé a prestar atención a las pequeñas fallas en el sistema de salud. Sin llegar al extremo de que se muera un hijo o que un profesional de la salud te humille durante el embarazo –a mi parecer, el momento más vulnerable–, no debe haber una sola mujer que no recuerde al menos una mala experiencia en el ginecólogo. Desnudas, abiertas de piernas y entregando el cuerpo a “un profesional”.

Mi beba tenía que nacer sí o sí, luego de un diagnóstico de incompatibilidad con la vida a raíz de una restricción del crecimiento intrauterino. Había dejado de crecer y los médicos esperaban que se muriera en mi panza. Esperé dos meses acostada en mi cama pero no se moría. Cada mañana, Catalina me despertaba con una pequeña patada. Hasta que me subió la presión y desarrollé una preeclampsia, una complicación grave del embarazo y una de las causas de mortalidad materna.

Urgente internación para estabilizar a la paciente e interrupción del embarazo, ése es el protocolo. Pero nadie me quería internar. El aborto, ese indeseable de católicos y pacatos. Me hicieron firmar un consentimiento que me responsabilizaba, junto a mi compañero, de lo que sucediera por negarnos a que me practiquen una cesárea. Nos abandonaron. Si me cortaban me estropearían el útero porque la beba era muy chiquita. Por eso nos negamos. No querían inducir el parto porque una beba tan prematura no soportaría pasar por el canal y se negaban a recibir en la guardia a un “chiquito muerto”. Tengo grabadas esas palabras.

A tres años de haber despedido a mi hija, sigo sin comprender por qué alguien se comportaría así. Médicos, médicas, enfermeros y enfermeras abusan del poder, como los policías. Y si no tenés recursos, más feroz es el abuso. Ellos mismos carecen de recursos, pero de los simbólicos: son bestiales, ignorantes.

Luego del nacimiento y muerte de mi beba por prematurez extrema, me dieron el alta en esa clínica de obstetricia. No nos cobraron un día de internación, como deferencia por el maltrato generalizado. Sigo sin poder pasar ni a cien metros de ahí. Otro pequeño detalle es que el médico se olvidó de recetarme las pastillas para cortar la leche de las mamas: no le deseo a nadie el dolor que produce una mastitis.

Son muchos los pormenores y cada uno se enquista en la violencia obstétrica. El mío no es un caso aislado: son cosas que pasan, están naturalizadas, porque las mujeres podemos soportarlo, porque siempre hemos sido así, blanco del patriarcado. Se naturalizaron los abusos, los acosos en el trabajo, en la calle, en los boliches, en el transporte, en el hospital, al parir, en nuestra propia casa. Es vital estar informadas y despiertas en cuanto a este tipo de “detalles” que parecen tan comunes. Siempre ha sido así hasta que decidimos decir basta.