Con la marcha del 8M, Maternidades Feministas dejó de ser sólo un grupo de Facebook (ellas prefieren hablar de “grupa” o de “colectiva incipiente”) para transformarse además en un encuentro gozoso cara a cara y marchar juntas por primera vez. A las cuatro de la tarde comenzaron a reunirse en la esquina de Perú y avenida de Mayo junto a sus pequeñxs hijxs, que jugaban entre el gentío. Esa fue otra novedad: para muchxs de estas crías también era su primera marcha. Pero claro, lxs niñxs caminan más despacio, tienen necesidades propias, ésas que no cubre un espacio público con veredas intransitables para cochecitos, autos que rugen con desconcierto frente a feministas movilizadas, con otras agrupaciones que pugnaban por avanzar bien rápido en dirección al espacio de concentración principal, en la Plaza del Congreso. De manera que esta colectiva decidió sobre las seis de la tarde, con todas las vías de acceso cubiertas de activistas, hacer un acampe en Lima al 100. La visibilidad fue su triunfo.

Violeta, de 12 años, exhibía un costado de su pelo rapado y una remera con la inscripción “Somos todas las nietas de las brujas que no pudiste quemar”. A pesar de su aspecto warrior, se refugió entre las piernas de su madre cuando el ruido de los bombos explotaba. Violeta es hija de Loana Dorfman, docente especializada en Educación Sexual Integral (ESI). En mayo de 2017, Dorfman junto a otras compañeras como la historiadora Mariana Nazar, abrieron un grupo al que se accede por admisión pero que ya tiene casi dos mil miembrxs de todo el país y el exterior. “Apuntamos a ejercer las maternidades con conciencia política. No le escapamos a ese término. Tampoco ponemos en discusión la forma en que cada una se concibe ‘feminista’. No aplicamos el ‘feministómetro’ y, a diferencia de lo que podemos elegir en otros espacios o en conversaciones con machos, acá favorecemos la pedagogía aportando puntos de vista y voces propios. Y defendemos la idea de que maternar es un acto político”, explican las administradoras de esta colectiva feisbukera. 

Maternidades Feministas está pensada como espacio de encuentro en la web (y ahora, también fuera de ella) para personas en ejercicio de crianza y cuidado. “Aquí no se cuestiona si se están maternando hijxs biológicxs o no, si se trata de personas hétero, trans o lesbianas. Eso sí, los varones cishétero no entran”, agregan Dorfman y Nazar. Y aclaran: “Tampoco tenemos la intención de ser una grupa de asesoramiento sobre embarazo, lactancia, parto, alimentación, que se puede buscar en otros lugares”.

La bandera que cuelgan cerca de una vidriera primero y que llevan orgullosamente a lo largo de las calles, después, dice: “Sin niñez no hay revolución” y “Ningún pibe nace macho”. Estas consignas son producto de una discusión y una historia. “Muchas de nosotras nos encontramos por pura necesidad, en espacios vinculados a ejercer la maternidad de otra forma frente a esa idea estereotipada de ‘mami recluida en casa rodeada de algodones’. Otras además participamos en militancias feministas. En ese cruce nos dimos cuenta de que dentro de los feminismos, la maternidad es un lugar invisibilizado”, observa Nazar al momento de pensar en términos políticos. Y agrega: “Sabemos que el feminismo luchó para que la maternidad no sea un destino. Incluso entendió que la pelea por la igualdad implicaba desentenderse de esa función. Ahora ponemos en cuestión esa idea y muchas otras. Incluso la de ‘elegir’ ser madre. Por eso estamos a favor del aborto. A la vez, maternar es una responsabilidad que no es puertas adentro: es parte de un sistema, una doctrina héterocispatriarcal que nos pretende dedicadas a adoctrinar nuevas generaciones. Respondemos que no somos sus herramientas. Y que lxs hijxs que criamos no serán esclavos de ese sistema. Como dice una de nuestras premisas, ellxs no son ni sumisas, ni machos, ni fachxs”.

Juana Ghersa

Escuchar a las crías

Dorfman cuenta que otro aspecto de esta colectiva es que la maternidad abre interrogantes sobre lxs adultxs que ejercen ese rol y también sobre el lugar de las “niñeces”. “Estamos inventando todo el tiempo palabras que nos visibilicen, como ‘niñeces’, porque las que existen muchas veces no lo hacen. Entonces, por ejemplo, no hablamos de ‘infancias’ desde que esa palabra tiene una etimología en latín que significa ‘quien no habla’. Dirás que hilamos muy finito. Y sí, es la única manera de deconstruir nuestro lugar y ayudar a nuestras crías a que vivan en un mundo con más respeto”, afirma. Por eso admira tanto a Gabriela Mansilla, mamá de la primera niña en recibir un DNI de acuerdo a su identidad de género. “El respeto se construye a partir de escuchar a las crías y sus necesidades, de saber que esas personas son vulnerables pero a la vez tiene voz, pensamiento, percepciones del mundo. El universo adulto todavía considera a lxs chicxs como objeto. Se habla mucho de ellxs pero en lo cotidiano, se lxs invisibiliza”, agrega.

Eso último se ve a simple vista. Isis, de cuatro años, anda jugueteando con otrxs chicxs mientras lxs adultxs que pasan a la carrera por Florida lxs esquivan como si fueran un obstáculo móvil, sin prestarles atención. “Estoy acostumbrada a eso. Y es agobiante”, cuenta Agostina Perrone, tatuadora y dibujante, madre de Isis. “La ‘adultocracia’ con gente que te dice cómo criar, qué hacer, qué pensar es un bajón. ¡Y encima les pasa por arriba a lxs chicxs! Respondo a eso marchando con mis cumpas y apostando al arte. El mundo de Isis y sus amigxs no está poblado de Barbies sino también de brujas y fantasmas que dibujamos juntxs”, cuenta. 

La columna comienza a desplazarse en dirección a Congreso por la avenida 9 de Julio para encontrar a lxs integrantes de la Asamblea Lésbica Permanente y marchar juntxs. “Con chicxs, tenemos que garantizar la seguridad de algún modo. Y esa red es entre nosotrxs. Por eso nos aliamos con la Asamblea”, explican desde Maternidades. Nadia Pedraza, de 27 años –docente artística y militante del Frente de Izquierda Socialista, apoya esta idea– y por eso, esta vez eligió encolumnarse con Maternidades y no con su organización partidario. “Es mi modo de aportar a la construcción de un nuevo espacio de pertenencia”, dice mientras lleva upa a un niño de un año y medio. 

Eugenia Carriés, de 32 años, elige marchar sin su hijo, que ha quedado al cuidado del padre. “Si bien la crianza en nuestro caso es cincuenta y cincuenta, la manager de la casa sigo siendo yo porque a los muchachos se les complica entender la paridad”, aclara. Samanta Solaguren, de 37 años, es puericultora ad honorem en el Hospital Gutiérrez y madre de tres varones. “El de 15 años vive con el padre, que es lo menos antipatriarcal que te puedas imaginar. Así que se hace difícil la crianza donde a las tensiones económicas para llegar a fin de mes, el consumo capitalista como medida de todas las cosas, los privilegios que tienen los varones por su mera existencia, se suman a las ideas de un ex con valores diametralmente opuestos a los míos”, explica.

El tema de las redes de cuidado es toda una discusión en el grupo. “Muchas personas te dicen que si tenés que resolver algo con las crías, las lleves con el padre. La realidad es que muchas veces no está o es un violento que debe estar lejos. Cuando pido alianzas para maternar no pienso en un chongo sino en personas conscientes de la opresión de género, mis pares”, apunta Dorfman. Nazar contempla otros aspectos: “Si las papas queman y tenés un problema o tus hijxs o vos andamos con un mal día, una repite patrones de crianza con los que creciste como hija. Y no siempre funcionan. Así que existe una interpelación permanente respecto para no repetir errores pero a la vez negociar con el entorno sin pelearte con toda tu familia y sobre todo, con la escuela, que muchas veces atrasa”.

Pasan las horas y la columna de Maternidades Feministas queda varada en Lima al 100. No tienen problemas frente a las pocas posibilidades de llegar al Congreso en medio del tumulto: lo importante es que la marcha se haya poblado de niñxs, se hayan hecho visibles por primera vez como parte de un colectivo. Ellxs parecen apoyar la medida. Sobre el asfalto dibujan con tizas de colores, entre todxs. Los trazos forman soles, personitas o simplemente, una red plural, colorida. Una huella que por un rato será indeleble, como quien toma un territorio para decir “aquí me quedo”.