Huracán puede enorgullecerse de que ganó más partidos en el amateurismo (7 triunfos, 2 empates) y suele montarse al caballito de batalla de la cancha perdida de su clásico rival. “De qué barrio sos San Lorenzo/de qué barrio sos”, cantan sus hinchas. O “Hay que saltar/hay que saltar/porque a Boedo/no vuelven más” . Golpean donde saben que duele, pero ahí se les termina su repertorio folclórico. No les da para más. 

San Lorenzo lleva una ventaja enorme en el historial. Van 77 triunfos contra 42. Tremendo. El canto “Hijos nuestros/hijos nuestros” es casi una obviedad. San Lorenzo le gana a Huracán con la camiseta. Y si no le gana, le empata, como ayer. No pierde ni cuando juega mal y es superado en gran parte del encuentro por su adversario.   

Tres minutos faltaban para el cierre, solo 3 minutos, cuando Reniero metió la cabeza tras uno de los tantos centros lanzados para ver si pasa algo y apagó el festejo. Los hinchas de Huracán, que acariciaban los tres puntos que le hacían bulto en el bolsillo, quedaron fríos. El silencio que siguió al pitazo final de Echenique, las caras sombrías de los jugadores y el tono apagado de cada una de las declaraciones son un canto a la frustración.  

A San Lorenzo no le dio para festejar demasiado el empate, aunque lo haya conseguido en el final. Es que sus jugadores y el técnico son conscientes de lo mal que están jugando, de lo lejos que va quedando la posibilidad de pelearle el campeonato a Boca, de cómo se vino desinflando el equipo en los últimos tiempos.

Con la chapa puesta se puede inferir que Huracán se empató solo porque se metió demasiado atrás en el último tramo del partido; porque limitó sus posibilidades ofensivas en el segundo tiempo a un contraataque rápido y porque le dio espacios a Rojas y Pablo Díaz para que ensayaran centros para la cabeza de Blandi o Reniero. Pero la realidad es que García no había sufrido ningún sobresalto con las débiles embestidas de San Lorenzo hasta que llegó el centro fatídico. Araujo quedó mal parado, García dudó en ir a buscar o quedarse clavado en la línea e hizo la peor: se atornilló a la línea, Reniero metió la cabeza en el área chica y a llorar al palacio. 

Huracán dio siempre una mejor impresión porque tomó bien en la marca a Belluschi y Barrios y empezó a resquebrajar a su rival. Y por lo demás manejó la pelota con más precisión y complicó al fondo visitante con la movilidad de Chávez y la habilidad de Pussetto, que jugó un gran primer tiempo. Ellos dos fueron precisamente los protagonistas del gol que sintetiza la búsqueda más vistosa de Huracán. Pussetto arrancó por la derecha, tocó a Silva y fue a buscar la pared a las espaldas de Rojas, y con la raya de fondo encima metió el pase atrás para que Chávez convirtiera sin dificultades su primer gol en Huracán. Gol de papi, valga la paradoja.

Lo ganaba Huracán y lo ganaba bien. Sin que le sobrara nada parecía tenerlo todo controlado, aunque ya no avanzara más. Tan entregado parecía San Lorenzo que recién a la media hora del segundo tiempo hubo una reacción del banco con la entrada de Romagnoli. Todo presagiaba un domingo feliz para los de Parque Patricios, una merecida alegría por fin para el más débil, pero la sufrida historia les volvió a jugar en contra.