Sin duda que la temporada teatral pasada fue atravesada por los tarifazos. Novedad de comienzos de año, llenó de preocupación a dos sectores de la actividad, el teatro comercial y el teatro independiente o alternativo, mientras que la otra pata de la triada, la oficial, pudo mantenerse al margen de inquietudes, no sólo porque estos aumentos de costos de los servicios se pagan por otras vías, sino porque dos de sus edificios, uno de ellos emblemático, se mantuvieron cerrados, sin actividad alguna (exceptúo de esta parálisis al Teatro Nacional Cervantes, desde hace años sostenido por una programación coherente y exitosa). Fueron los empresarios de “la calle Corrientes” quienes iniciaron las expresiones de desasosiego, habida cuenta que al aumento de los gastos fijos se agregó una merma de espectadores porque, claro, ellos también fueron afectados por los ajustes y debieron prescindir de algunos gastos, entre ellos la salida al teatro. La inquietud también cundió entre las filas de los independientes. La lectura de las primeras facturas de servicios mostraba unas cifras que hicieron temblar. Sin embargo, sea porque el desastre se enfrentó desempolvando raros ahorros o los responsables de las salas metieron la mano en sus propios bolsillos, los gritos de terror fueron enmudeciendo a medida que transcurría la temporada y, como siempre, el teatro independiente inundó el mercado con la habitual andanada de estrenos y reposiciones (la cautela y la especulación económica no son atributos del movimiento). Al contrario de las primeras previsiones, tremendistas, las lesiones todavía no parecen haber sido de consideración, sólo tres salas cerrarían (vale el condicional) sus puertas este fin de año. Es que el teatro independiente vuelve a ratificar su condición de invulnerable, nada detiene una producción que como todos los años fue caudalosa y parcialmente valiosa. Es cierto, como rumorean los críticos cuando los críticos rumorean, que esta temporada no alcanzó el brillo de la anterior, pero alcanzó un logro casi inédito: varias obras mantuvieron funciones cuatro veces a la semana, dando por tierra, al menos con estos ejemplos (Terrenal, La Pilarcita, Como si pasara un tren, Mi hijo camina un poco más lento, La omisión de la familia Coleman), que el teatro independiente puede alcanzar la misma fuerza de convocatoria que tradicionalmente ejerció el teatro comercial, y en estos casos dejó de someterse a la tiranía de una sola y tímida función por semana. Por otra parte, y como siempre, la crisis mostró otra cara, muy optimista para una de las partes. El teatro independiente no aumentó el precio de las entradas y si lo hizo fue en términos módicos, de modo que buena parte del público fue descubriendo que, a más bajo costo, se le ofrecía un variado e inagotable muestrario de buen teatro. Este dato produjo (y seguirá produciendo, sin duda) un traslado de espectadores que, alejándose de un teatro comercial de alto costo, se fue acercando a las salas alternativas, que no obstante ciertas carencias de confort y comodidad, ofrecen (con las excepciones del caso) lo que todo público quiere ver y va a buscar: una buena obra de teatro.  

* Dramaturgo.