El término francés terroir puede traducirse al español sin mayores complicaciones como “terruño”. Pero todo aquel que no utilice la palabra “roquefort” para referirse al queso azul del almacén de la esquina sabe que hay algo más detrás de esas seis letras: un territorio geográfico definido, una denominación de origen, un sentido de pertenencia que posee características propias, definidas por las condiciones del espacio. “Eso que nos une” es el título original del último largometraje del francés Cédric Klapisch, señalando la región de la Borgoña donde los protagonistas cosechan sus uvas y también disfrutan del resultado final de su esfuerzo: el vino finamente embotellado. El título local Entre viñedos parece querer forzar una filiación posible con Entre copas, el film de Alexander Payne, pero aquí no hay un par de amigos en plan tour de cata sino un trío de hermanos firmemente enraizados en una tradición centenaria de producción vitivinícola, la caza del mejor pinot noir reemplazada por el terco orgullo de las bondades del blend más añejo.

Cine y vino, un maridaje que en el caso de la película de Klapisch (el director de Las muñecas rusas y Piso compartido, entre otros títulos) se cruza con dos constantes narrativas que existen desde que el ser humano comenzó a relatar historias al lado de una fogata: la figura paterna como tronco grueso y recio de la genealogía familiar y la vuelta al nido del hijo díscolo, que no casualmente es el primogénito. Es la grave enfermedad del padre la que dispara ese regreso, punto de partida de las reuniones y desavenencias entre hermanos. Luego de rehacer su vida en Australia –previo paso por Mendoza–, Jean (Pio Marmaï) pisa por primera vez en diez años la finca, ahora a cargo de su hermana Juliette (Ana Girardot), con algo de ayuda del hijo menor, Jérémie (François Civil), quien parece ser el que más rencor le guarda al viajero. ¿Vender o no vender algunas parcelas ante una deuda económica de cierta relevancia? ¿Cosechar el martes o esperar hasta el sábado, con el riesgo de que la vid potencie en exceso algunas de sus virtudes? ¿Quedarse un tiempo en Francia o regresar rápidamente al hogar, donde hay otro hijo observando atentamente las actitudes del padre?

El guion de Klapisch y el argentino Santiago Amigorena entrelaza escenas didácticas de los procesos de recolección, fermentación y maduración –que bien podrían haber formado parte de una clase de merceología– con el relato central, que parte de una serie de vínculos quebrados para ir acercándose a una reconciliación, sumando en el camino un puñado de lugares comunes dramáticos. Una serie de apuntes de clase parecen insertados como parche culpógeno algo innecesario: los recolectores de temporada de la película se parecen en poco y nada a los trabajadores golondrina de otras regiones del mundo. Lo más interesante de Entre viñedos no es la cepa sino algunos de sus racimos: algunos diálogos libres que no ilustran la evolución dramática de los personajes, la relación de amistad de Jean con una joven de la región, la secuencia algo desmañada del festejo por el fin de la recolección, que remota y actualiza la alegría exuberante que los griegos le atribuían a Dionisio.