En septiembre de 2016, en el vuelo de Berlín a Cracovia, me asaltó una emoción muy extraña. No había estado nunca en territorio polaco, tenía pensado ir a Auschwitz- Birkenau, y era un enigma qué iba a sucederme.

Cracovia es una ciudad hermosa, vital, son muchos los jóvenes turistas de otros países europeos seducidos por los bajos precios polacos de la cerveza, la comida, el alojamiento.

En ese clima me extrañó muchísimo la cantidad de oficinas turísticas que ofrecían tanto un tour a las minas de sal como a Auschwitz-Birkenau. Visitar uno de los más grandes campos de exterminio del nazismo se ha convertido en un tour? ¿Un paseo?

Tuve que hacer un gran esfuerzo para sobreponerme y aceptarlo porque no se puede ir solo sino con un pedido anticipado, y aparentemente el recorrido por el interior tampoco puede realizarse sin un guía.

Al día siguiente, en el viaje de poco más de una hora, compartí el trayecto con españoles, chilenos y gente de otros países que iban a hacer su visita sin tener demasiada idea de aquello que verían. Mucho menos a experimentar: para la mayoría era un sitio ligado a la Segunda Guerra Mundial, a los nazis, un campo de concentración. No sabían mucho más, como iba surgiendo de las conversaciones. En ese grupo, los únicos judíos éramos mi marido y yo.

Es interesante, porque el “efecto tour” que repudio,  mueve hacia Auschwitz grandes contingentes de nacionalidades diversas, de distintas o ninguna religión y en el caso que me sirve de pequeña muestra, bastante ignorantes de la magnitud de la tragedia que tuvo lugar allí a partir del momento en que se decide “la solución final” a la cuestión de los judíos en Europa y las deportaciones alcanzan una frecuencia y una cantidad escalofriante.

La guía asignada en español es polaca. Habla con relativa fluidez, sabe lo que dice, un guion aprendido de memoria, que se hace más fácil repetir en su más desafectivizada versión... ya que nadie pregunta nada. No descarto que a muchos el impacto los deje mudos.

Recorremos edificios, pisamos la explanada. La misma donde otros, tantos, se bajaron de los trenes en los que viajaron hacinados a un destino tan incierto como aterrorizante. La misma explanada donde separaron a las familias, donde seleccionaron a los que aún podían ser útiles y mandaron a los que no lo serían a las “duchas”, engañados y despojados de todo. En primer lugar de la dignidad.

El recorrido está pautado de antemano: son aproximadamente cinco edificios que exponen algunas gigantografías, no muchas, no demasiadas, no hay abundancia de material fotográfico como en un museo puede haberlo, no hay testimonios de sobrevivientes,  como en Berlín, Washington, Yad  Vashem... Los edificios están prácticamente desnudos.

Y sin embargo, o por ello mismo, es sobrecogedor. Mucha, muchísima gente haciendo el mismo recorrido. Cada guía espera a que el anterior concluya para dar lugar a su grupo, pero la circulación es incesante. Y hablo de sólo un día, sólo un momento de una mañana de septiembre...

Y a pesar de la cantidad de gente, reina el silencio. Nadie habla, nadie pregunta.

Descubro, sí, descubro, como algo que no sabía antes, que la guía polaca habla mucho de los polacos, no de los judíos polacos, sino de los polacos... de los presos políticos polacos, del heroísmo de algunos polacos, de los partisanos  polacos, de los criminales polacos presos que fueron obligados a ejercer de capos en los campos de concentración, de los muertos polacos a manos de los nazis. Es cierto, los hubo... todo eso pasó. Pero no dice nada, absolutamente nada, acerca del atávico antisemitismo polaco, del colaboracionismo polaco, de las matanzas perpetradas contra los judíos por sus propios vecinos polacos, de cómo los polacos se apropiaron, hasta el día de hoy, de los bienes que habían pertenecido a los judíos. Es la versión polaca, pienso sorprendida y por primera vez. Esta historia trágica que tiene fechas y lugares y nombres y cifras de muertos y aldeas arrasadas, ciudades despojadas por completo de sus habitantes judíos...Tiene Su versión polaca,  y tendrá otras muchas.

La guía aclara que hay lugares donde no pueden sacarse fotos, son los lugares donde hay restos humanos. Y aclara que es por respeto. Son una enorme, desmesuradamente enorme vitrina que contiene pelos y pelos, en mechones, en trenzas. Montones, desmesurados montones de zapatos, de valijas, de utensilios de cocina que han sido parte de las vidas, de los cuerpos. Que han sido arrancados de vidas y cuerpos con la mayor de las crueldades. Son los despojos.

Me resulta muy difícil atravesar lo que fueron las cámaras de gas, las salas crematorias. Hacía no demasiado tiempo, había sabido, a partir de la dolorosa lectura del libro de Perla Sneh,  Lenguaje y exterminio, que las cenizas que emanaban de las chimeneas de los crematorios y tapizaban los campos polacos habían servido de abono a los cultivos y habían cotizado por kilo en la bolsa de comercio polaca. Polaca. Redoblamiento, oficialización de la atrocidad. De la misma manera que esta ley que intenta salvar el buen nombre y honor de los polacos, al intentar negar su participación activa, oficializa esta particular variante del negacionismo histórico: no niega lo hechos, niega su participación en ellos, y pretende penalizar a todo aquel que dentro o fuera de Polonia diga que ellos han tenido la participación que tuvieron. El pueblo polaco, con sus muchas excepciones, no actuó por sometimiento al ocupante de su territorio. No sólo cumplió órdenes. Nada debe quitar el peso de la responsabilidad individual,  ni la  responsabilidad de un pueblo mayoritariamente cómplice. Hanah Arendt, en su monumental Eichmann en Jerusalem, dedica varios capítulos a la situación política y social de los países involucrados en la Guerra, lo que incluye el trato dispensado a sus judíos.

El viaje de vuelta a Cracovia está signado por un silencio absoluto. No ha sido difícil imaginarse los gritos, la desesperación, el espanto. Mis compañeros de combi vuelven después de haber atravesado unas pequeñas celdas de castigo y reclusión. Cuánto sarcasmo, celdas de castigo y reclusión dentro de un campo de exterminio. Yo esperé afuera, ya no pude soportar ese descenso al sótano.

Los alemanes, por su parte, y los austriacos, han hecho algunas cosas en las cuales vale la pena detenerse. En medio de Berlín, un enorme Memorial del Holocausto. Disruptivo en medio de la ciudad. Bloques inmensos de cemento, entre los cuales se puede caminar, arman un gran espacio a escala humana aunque lo que representa escape a toda escala humana. Es una de las tantas maneras de intentar transmitir a las nuevas generaciones, las que ya no recibirán los testimonios directos de las víctimas. Ya no habrán sido sus padres, ni sus abuelos...

En Viena, algunas placas de bronce en las veredas forman parte del proyecto “Aquí vivió “, y recuerdan con nombre y apellido, fecha de nacimiento, de deportación y destino, a muchos de los que fueron arrancados de las vidas que tenían.

Todo esto, pese al avance de la ultraderecha en Europa, pese al territorio que va ganando y que va marcando. La resistencia a estos movimientos negacionistas y  mecanismos sociales renegatorios es la base de la producción de estos proyectos, de la construcción de los memoriales y del inagotable esfuerzo por llegar a las nuevas generaciones. Aunque los guías polacos de Auschwitz insistan en el guion que les hacen repetir.

* Psicoanalista.