Jorge Reyna fue algo más que el candidato a presidente de la Nación por el Frente de la Resistencia en 1999, exiliado en los 70 y militante montonero. Su historia también estuvo vinculada al deporte, con la curiosidad de que transcurrió en tres países muy diferentes entre sí: Argentina, Suecia y Mozambique. Cordobés, nacido en Laboulaye, su familia lo trasladó a La Plata cuando él apenas tenía seis meses. Jugó por poco tiempo y en simultáneo en las divisiones inferiores de Estudiantes y en las categorías menores de La Plata Rugby Club, que tiene el triste récord de veinte desaparecidos en sus distintos planteles durante la última dictadura cívico-militar.

En la época en que Osvaldo Zubeldía, Juan Ramón Verón y Carlos Bilardo se aprestaban a ganar todo, Reyna tuvo a compañeros que tiempo después llegaron a integrar la Primera: “Jugué hasta la quinta división y me acuerdo de Zucarelli, De Marta, Taverna y el Bambi Flores. Como yo era arquero, con el Bambi teníamos una disputa desde el baby-fútbol. El técnico que más recuerdo es Miguel Ignomiriello”. El mismo que reparó en él cuando lo fichó Estudiantes.

Reyna dejó el fútbol y el rugby por su militancia en el GEL (Guerrilla del Ejército de Liberación), las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros. Estuvo detenido en el penal de Rawson, recobró su libertad cuando asumió el gobierno Héctor Cámpora y salió al exilio desde la clandestinidad durante la dictadura. Vivió una fugaz estadía en Brasil y se trasladó a Suecia bajo el amparo de la ONU. Esas sucesivas experiencias políticas culminaron en su reencuentro con el fútbol.

“Estaba en un campamento de refugiados y ahí se organizó un torneo en la ciudad de Alvesta, que tenía un equipo en la Primera B sueca. Me vieron jugar de arquero y al día siguiente vino el asistente social para decirme si quería jugar en ese club. Cuando me lo preguntaron, pregunté: ¿Cuánto pagan? Me respondieron que lo mismo que por limpiar hospitales o cuidar enfermos y no lo dudé”.

Pese a esa oferta seductora, Reyna recordaba que trató de zafar de Alvesta –el lugar, una especie de páramo, lo comparó con Siberia– y terminó jugando en el Limhamns, un equipo filial del Malmöe FC, el club más importante de Suecia. “Estuve como un año y medio, pero me fue tan mal con la relación humana, que en los últimos seis meses preferí limpiar escuelas. Y no exagero, pero durante el tiempo que pasé en el Limhamns, que también era de la B sueca, solo tres jugadores me dirigieron la palabra en un plantel donde éramos como veinticinco. Ganaba tres mil y pico de coronas, unos setecientos dólares”.

Cuando decidió abandonar Suecia tenía dos posibles destinos para viajar como cooperante internacionalista: Nicaragua o Mozambique. La alternativa del país africano salió primero y hacia allí viajó, con su primera mujer y sus hijos.

“Fui a trabajar a la Empresa Nacional de Propaganda donde hacíamos campañas para el Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) y de apoyo a Mandela en Sudáfrica. Cuando llegué me mandaron a Nampula, que es una provincia al norte de Maputo, la capital. Y bueno, el problema era que en Mozambique, cuando terminabas de trabajar a las cinco de la tarde no tenías nada para hacer. Entonces me ofrecí a la Dirección Nacional de Deportes y les conté la experiencia que tenía, sobre todo, la que había vivido en Suecia, donde aprendí algunos métodos de entrenamiento. Me puse a disposición y agarraron viaje enseguida. Designado director técnico del Muhaivire, un equipo provincial, ganamos el torneo que jugábamos, un certamen clasificatorio para el Nacional de Mozambique”, contaba Reyna.

El buen desempeño de sus jugadores provocó que recibiera una oferta para dirigir a uno de los grandes de la ex colonia portuguesa: el Costa do Sol, los canarinhos. “Cuando me vinieron a buscar les pedí casa y comida. Un tarro de leche para las pibas, una docena de huevos por semana, que me consiguieran eso. Se comprometieron y volví desde Nampula a Maputo”. Con su nuevo club, Reyna ganó la Copa de Mozambique.

“Yo había mamado un fútbol muy planificado, muy táctico. Había vivido la época de Zubeldía y Bilardo. Ellos, los mozambiqueños, eran de otra escuela, la portuguesa”, decía. Tiempo después, reconocido por sus progresos en el fútbol local, le ofrecieron conducir a la selección nacional africana. Había rechazado el cargo el portugués Coluna, ex compañero de Eusebio en el exitoso Benfica de los años 60 y el seleccionado de su país. Reyna también dijo que no y regresó a la Argentina para siempre. En Mozambique le pusieron de apodo el Míster Montonero, como se llama a los entrenadores en España.

El 4 de junio de 2016 murió tras una enfermedad que le devoró rápidamente toda la vitalidad que tenía. Sus compañeros de militancia lo reivindicaron como lo que era: un luchador del campo popular que casi seis meses antes de su fallecimiento había sido reprimido de manera brutal en La Plata, frente a la intendencia. La gestión de Julio Garro, de Cambiemos, había dejado cesante a su compañera Marcela López. El la acompañaba en una manifestación pacífica. Reyna era diabético y recibió varios balazos de goma que impactaron en sus brazos y espalda. Tenía 67 años. Dejó a un hijo discapacitado y a una mujer desocupada.

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* Míster Montonero integra el capítulo “Vidas apasionadas” del libro La vuelta al fútbol en 50 historias. El trabajo será presentado el miércoles 21, a las 19.30 en el auditorio de TEA, Lavalle 2083, CABA, con la participación de Ezequiel Fernández Moores, Angela Lerena, Claudio Morresi y el autor.