Después de haber andado toda la noche de ronda por los antros de maricas en busca de una alegría, Alfredo llega a la iglesia con resaca. Tiene que vestir a la Virgen Negra para la procesión, y aprovecha esa intimidad con ella, entre mantos, costuras, puntillas y rosarios, para evocar su vida desde que nació: los primeros toqueteos con un compañerito de colegio en la adolescencia, las salidas con la Girasol, loca y amiga de correrías a quien conoció durante “la mili”, los días en el calabozo, los desengaños y las dificultades para encontrar un amor después de los 50 años.

Alfredo nació en plena dictadura de Franco. Así como es de chispeante es tremendista, y atribuye a su nacimiento la desgracia: en 1954, el generalísimo modificaba La Ley de Vagos y Maleantes, para agregar a los homosexuales a la lista  junto a “los rufianes y proxenetas, a los mendigos profesionales y a los que vivan de la mendicidad ajena” –según reza la ley–. Y a pesar de haber sido incluidos en la misma lista, para cumplir su condena, los homosexuales debían ser internados “en instituciones especiales, aparte de todas las demás”. 

La Virgen como confidente es perfecta, siempre atenta y piadosa, tanto que a ella, la loca puede también decirle que no entiende cómo para el cura con el que se confesaba de niño era peor haber estado toqueteándose con su amiguito de la escuela durante, que haberse abalanzado contra el padre para frenar la golpiza que este le estaba propinando a su madre. Hasta para el más ateo de los espectadores, resulta entrañable esa química de complicidad entre  la Virgen Negra y el maricón con peluquín, cuando este recuerda, por ejemplo, la anécdota de la mujer que le reza día y noche para que su hija deje de frecuentar al novio negro que conoció en la vendimia: “¡Qué contradicción más grande!: Mujer blanca pide a Virgen negra, con niño blanco, que hija blanca deje de querer a muchacho negro. ¡Y se queda tan pancha!”. 

Madre amadísima fue estrenada en Sevilla en 2006, dirigida por el autor, Santiago Escalante, e interpretada por su marido, Ramón Rivero (quien protagoniza también su versión cinematográfica). Así como acá tenemos al obispo crítico de cine que arremetió contra Llámame por tu nombre, la versión sevillana de Madre Amadísima tuvo también su propio cura crítico de teatro: “Todos los días, micrófono en mano, iba a mi caza y captura – cuenta Escalante, a la revista española EGF and the City–. ¿Cómo yo ponía a un marica como vestidor de la virgen? Pues miré usted, señor, de toda la vida de Dios, en los pueblos, a las vírgenes andaluzas las han vestido los maricones.” 

En la versión argentina, dirigida por Daniel Cinelli, es destacable la actuación de Oscar Giménez, que logra atrapar a la platea durante casi una hora y media, potenciando un texto donde se combinan a la perfección el humor agudísimo de la loca y el salero andaluz. l

Madre amadísima: los miércoles a las 20.30 en el Teatro Buenos Aires, Rodríguez Peña 411.