Que Felicity Jones, una actriz británica de ojos dulces y dientes encantadores que hasta ahora consiguió papeles en películas de época como Hysteria (2011) o dramas “oscarizables” como La teoría del todo (2014) y Un monstruo viene a verme, esté haciendo de pronto películas de acción y haya conseguido el papel protagónico en la nueva entrega de la saga Star Wars, habla de nuestra época. Hubo un momento en que una actriz podía ser heroína de acción a fuerza de parecerse a un hombre, como Sigourney Weaver en Alien (1979), o una princesa delicada aunque aguerrida que eventualmente aparecía en corpiño y bombacha dorados para quedarse grabada para siempre como fetiche sexual intergaláctico, como Leia (Carrie Fisher) en aquella primera Star Wars de 1977, por nombrar dos películas contemporáneas entre sí.

La marejada de heroínas de acción y aventuras que trajeron los últimos años cambió radicalmente el espectro de roles posibles que las mujeres pueden ocupar en películas mainstream: desde Jennifer Lawrence en Los juegos del hambre (2012) hasta una gloriosa Charlize Theron como protagonista de la igualmente gloriosa y más reciente entrega de Mad Max (2015), hay algo que viene empujando desde afuera del cine y llegó para quedarse. Los papeles femeninos ya no se dividen entre chicas tradicionalmente femeninas, heroínas románticas y fortachonas que pueden empuñar una ametralladora para derribar solados, y el personaje de Felicity Jones en Rogue One: Una historia de Star Wars (2016) es uno de los ejemplos más acabados de esa amplitud de roles que la industria del cine ahora permite a las mujeres. Porque Jyn Erso, a quien interpreta en este spin-off de la saga original que se remonta a sucesos anteriores al arranque de La guerra de las galaxias en 1977, no sólo es una guerrera sino también una rebelde.

Como Luke Skywalker, Jyn arrastra una historia complicada con un padre ambiguo, Galen Erso, que diseñó esa superarma mortífera que es la Estrella de la Muerte para el Imperio y después, arrepentido, se recluyó en un planeta lejano con su esposa e hija. Separada de su familia desde muy temprano y sin conocer la verdadera identidad política de su padre, Jyn creció como un animal arisco, siempre dispuesta a pegar el salto para salir de la prisión en la que el Imperio la mantuvo. La relación con el padre es por supuesto uno de los pilares de esta nueva película, que en muchos sentidos repite sin demasiadas variaciones motivos que ya instalaron las anteriores, especialmente en lo que respecta a la historia de Luke y Han Solo. De una especie de fusión entre ellos dos pero muy sobria, muy contenida –como lo es toda la película– nace este personaje de Jyn Erso, que en cambio no tiene ningún punto de contacto con otros personajes femeninos como Leia o Amidala, sin que eso signifique en absoluto que sea masculina.

Más bien se trata, como dije, de un nuevo tipo de heroína para un nuevo tipo de Star Wars, que en este caso elige contar una historia conocida de manera muy sólida y en tono bélico más que de ciencia ficción, pero sin el componente operístico que caracterizó las películas anteriores de la saga. Al contrario, en cada momento culminante, cada clímax, cada secuencia en que la intensidad se podría desatar, la película elige una sobriedad que es muy interesante, casi diría que osada, y le da a todo el conjunto un aire menor (en relación a los grandes momentos de Star Wars como la lucha entre Kylo Ren y Han Solo en la entrega anterior) que es más que bienvenido. Con respecto a la discusión que trajo Rogue One en cuanto a si Jyn Erso es una heroína feminista o no, parece un poco excesivo pedirle a una película industrial que saque carnet de feminisimo, y creo que en realidad el planteo debe hacerse al revés: la sola presencia de un personaje así en una película tan masiva es el resultado –aunque sea de modo indirecto y a través del mercado– de tantos años del reclamo de muchas.