La tecnología y el empate técnico
No se trata de construir una humanidad sintética, sino solo de abrir un nuevo capítulo de la tecnología, unos sistemas libres de un gran grado de complejidad. Dado que el hombre mismo, su cuerpo y su cerebro, pertenecen precisamente a esa clase de sistemas, la nueva tecnología significará el poder absoluto del hombre sobre sí mismo, sobre su cuerpo, lo que a su vez permitirá la realización de sueños inmemoriales, tales como el deseo de inmortalidad, y quizás hasta revertir procesos que hoy se consideran irreversibles (como los procesos biológicos, y en particular el envejecimiento). Por otra parte, quizás esos objetivos resulten ficticios, como el oro de los alquimistas. Incluso si el hombre puede todo, seguramente no es de un modo arbitrario. Si lo desea, finalmente alcanzará cualquier objetivo, pero quizás antes comprenda que el precio que debería pagar hace que el objetivo resulte absurdo.
Nosotros establecemos el punto de llegada, pero el camino hacia él lo establece la Naturaleza. Podemos volar, pero no extendiendo los brazos. Podemos caminar sobre el agua, pero no como lo presenta la Biblia. A lo mejor conquistaremos la longevidad, prácticamente la inmortalidad, pero por ella habrá que renunciar a la forma corporal que nos ha dado la Naturaleza. Quizá logremos, gracias a la hibernación, viajar libremente a través de millones de años, pero los que se despierten del sueño helado se encontrarán en un mundo desconocido, porque durante su muerte reversible habrá pasado el mundo y la cultura que los había formado. Así pues, al cumplir los deseos, el mundo material nos exige un procedimiento, cuya realización puede parecerse tanto a una victoria como a una derrota.
Del capítulo IV, “Intelectrónica”.
Humildad y humanidad
Entonces las civilizaciones cósmicas… Hasta que las preguntas formuladas por la ciencia a la Naturaleza eran cercanas a los fenómenos a escala humana (pienso en nuestra capacidad, gracias a la experiencia cotidiana, de asemejar los fenómenos investigados a aquellos que percibimos con los sentidos directamente), sus respuestas nos parecían sensatas. Pero cuando con un experimento se le preguntó: “¿la materia es una onda o una partícula?”, considerando a esta formulación como una alternativa exacta, la respuesta resultó tan inesperada como difícil de aceptar. Entonces cuando se hace la pregunta: “¿las civilizaciones cósmicas son frecuentes o raras?”, o “¿longevas o efímeras?”, se obtienen respuestas incomprensibles, llenas de aparentes contradicciones. Esas contradicciones expresan no tanto un estado real como nuestra incapacidad para formularle a la Naturaleza las preguntas adecuadas. Porque el hombre le plantea a la Naturaleza muchísimas preguntas desde “el punto de vista de ella” insensatas, deseando obtener una respuesta unívoca e incluida dentro de esquemas que le son caros. En una palabra, nos esforzamos, no por descubrir el orden, sino un determinado orden, es decir, ahorrativo, unívoco, universal, independiente de nosotros e inmutable. Pero todo eso son postulados de la investigación, no verdades reveladas. El Cosmos no ha sido creado para nosotros, ni nosotros para él. Somos un producto lateral de las transformaciones estelares y los productos que el Universo producía y produce en cantidades innumerables. Sin dudas, hay que continuar con las escuchas y observaciones, con la esperanza de que encontraremos una inteligencia que alguna vez descubriremos puede ser tan distinta de nuestras concepciones que no vamos a querer llamarla inteligencia.
Del capítulo III, “Civilizaciones cósmicas”.
El auténtico lenguaje
Este libro se diferencia de una fantasía en que busca un posible apoyo para las hipótesis, al mismo tiempo que toma como más permanente aquello que realmente existe. De allí las permanentes referencias a la Naturaleza, dado que en ella funcionan tanto los “predictores apsíquicos”, como también una “instalación inteligente” bajo la forma de raíces cromosómicas y copa cerebral del gran árbol de la evolución. Por tanto, vale el esfuerzo porque es sensato reflexionar si seremos capaces de imitarlos; en lo ateniente a la principal posibilidad de su construcción, no hay discusión, dado que todas esas “instalaciones” existen y no del peor modo, como se sabe, han superado un test empírico de miles de millones de años.
Con las veinte letras que son los aminoácidos, la Naturaleza construyó una lengua “en estado puro”, que expresa -con escasos cambios de lugar de las sílabas-nucleótidos- las polillas, los virus, las bacterias, los tiranosaurios, las termitas, los colibríes, los bosques y los pueblos, siempre que disponga de tiempo suficiente. Esa lengua, tan perfectamente no teórica, anticipa, no solo las condiciones de los fondos oceánicos y las cumbres montañosas, sino la cantidad de la luz, la termodinámica, la electroquímica, la ecolocalización, la hidrostática, ¡y vaya uno a saber qué más, y que por ahora no sabemos! Lo realiza solo “prácticamente”, dado que haciendo todo, nada entiende, pero cuánto más efectiva es su irracionalidad que nuestra sabiduría. Lo realiza de modo inseguro, porque es una repartidora que despilfarra las afirmaciones sintéticas sobre las propiedades del mundo, porque conoce su naturaleza estadística y actúa, precisamente, acorde a ella: no le da importancia a las afirmaciones únicas, para ella sólo cuenta la totalidad de una expresión de miles de millones de años. Por cierto, vale la pena aprender esa lengua, que crea filósofos, cuando la nuestra crea solo filosofías.
Del “Epílogo”.