“Se ha exceptuado de la transmisión por cadena nacional de radio y televisión la propalación programada para el día de la fecha del partido de fútbol que sostendrán las selecciones nacionales de Argentina y Polonia”. Esto se leía en el comunicado 23, emitido por la junta militar que el 24 de marzo de 1976 derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón. Hace 42 años comenzaba la más sangrienta dictadura del país. En la ciudad polaca de Chorzow, el seleccionado dirigido por César Luis Menotti le ganaba ese mismo día a los locales 2 a 1 en el marco de una gira que había empezado con un triunfo por 1 a 0 ante la Unión Soviética. Héctor Scotta y René Houseman hicieron los goles argentinos a Polonia. Dos años después, se jugaría el Mundial en la Argentina. Por eso, a los dos días del golpe una misión de la FIFA encabezada por el alemán Hermann Neuberger llegó al país para decir que el cambio de gobierno no tenía nada que ver con el Mundial. “Somos gente de fútbol y no políticos”, explicó el ex oficial nazi. 

Lo único que quedaba del gobierno peronista era el técnico y el famoso logo del Mundial 78, presentado por el creador de la Triple A, José López Rega. Simbolizaba los brazos abiertos de Perón. Abogado, Alfredo Cantilo, que de fútbol sabía poco y nada, asumió en la AFA en reemplazo de David Bracutto. Pero el poder real estaba en manos de un asesino: Emilio Eduardo Massera. En ese campo de batalla que era el país el 19 de agosto de 1976 fue asesinado el general Omar Actis, entonces titular del Ente Autárquico Mundial (EAM 78). En su lugar, Massera puso a otro marino Carlos Lacoste. Las sospechas sobre el asesinato de Actis siempre apuntaron a Massera.

El Mundial

El 25 de junio de 1978 Argentina le ganaba a Holanda 3 a 1 en cancha de River. El primer título mundial de su historia. Fue un triunfo merecido. Opacado por el siempre sospechado 6 a 0 a Perú. Fue el Mundial de Ubaldo Matildo Fillol, que atajó como nunca. También de Mario Alberto Kempes, que fue el goleador y la rompió. Seis goles: dos a Polonia, dos a Perú y dos a Holanda, en la final. A metros de la cancha de River funcionaba el centro clandestino de detención de la ESMA. Algunos sobrevivientes recuerdan todavía los gritos de felicidad de los hinchas que celebraban el título. El equipo de Menotti era buenísimo pero nunca pudo sacarse el mote de “seleccionado de la dictadura”. Con el paso del tiempo lo opacó el triunfo de México 86.

Talleres-Independiente

En el verano previo al Mundial había un conflicto con Chile por el canal del Beagle. Se hablaba de guerra. El genocida Luciano Benjamín Menéndez, amo y señor de gran parte del país y al frente del Tercer Cuerpo del Ejército, con sede en Córdoba, quería ir a la guerra. Acusaba a Videla de blando por su negativa. El fútbol podía servirle también a Menéndez. Es por eso que iba a la cancha a ver al Talleres cordobés lujoso del que hablaba el país. No fue la excepción la noche del 25 de enero del 78, cuando se definía la final del Nacional ante Independiente. Si ganaba Talleres, ganaba el interior. Y el interior era él. A Independiente le echaron tres jugadores tras un gol con la mano del Bocanelli que llevaba a los cordobeses al título. Faltaban casi cinco minutos cuando Bochini hizo el gol que le dio el título a los Rojos. Eso catapultó a Julio Grondona, entonces presidente de los de Avellaneda, a llegar a la AFA como reemplazante de Cantilo. Le había ganado la puja a Amadeo Nuccetelli, titular de Talleres que también quería ir a la AFA. Menéndez perdió la oportunidad de mostrarse al país como referente de una provincia pujante que, aunque llena de conflictos sindicales y represión, también ganaba en el fútbol.

“Vayan a la Plaza”

En septiembre de 1979 el seleccionado juvenil armado por Ernesto Duchini, dirigido por Menotti y comandado en la cancha por Diego Maradona logró el título juvenil en el Mundial de Japón. Los partidos se transmitían muy temprano, a primera hora del día, casi madrugada. El mundo se asombraba ante aquel equipo que jugaba muy bien. Ramón Díaz hacía los goles. Esa generación inolvidable tenía a Juan Simón, Osvaldo Rinaldi y Gabriel Calderón, entre otros. Con goles de Hugo Alves, Díaz y Maradona a Rusia en la final (3 a 1) se consagró campeón. El recuerdo del 78 estaba fresco y había que festejar que los argentinos éramos potencia futbolera, además de derechos y humanos. Ese día visitaba por primera vez el país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Los familiares de las víctimas de la represión estaban en la zona de Plaza de Mayo para hacer sus denuncias cuando llegaron cientos de hinchas. José María Muñoz, el relator de América (y de la Dictadura), instaba a sus oyentes a ir a la Plaza a celebrar. “Vayan a la plaza”, arengaba, cómplice de una maniobra para minimizar los reclamos sociales. Mirtha Legrand no se quedaba atrás: desde la mesa de sus almuerzos pedía las imágenes de la Plaza para mostrar tanta alegría. El Ministerio de Educación dio asueto para que los estudiantes vayan a celebrar. Y Videla salió al balcón de la Casa Rosada para ser vivado.

Malvinas

El Mundial del 82 se jugó en España y desde lo deportivo fue un fiasco para la selección argentina que defendía el título. Fue eliminada por dos potencias en su grupo: Italia (que sería campeón) y el tal vez mejor Brasil de la historia. “Los capos se quedaban acá y mandaban a los indiecitos. Fue un crimen. Eso dolió mucho en la concentración. Nos íbamos enterando de todo. Cuando salimos para España, íbamos ganando. Pero cuando llegamos encontramos la realidad. Toda era una mentira, una farsa. ¿Qué se sabrá en Argentina?, nos preguntábamos. Hasta que explotó todo. Tan ocultas estaban las cosas. ¿Qué podíamos hacer nosotros, si éramos futbolistas? Lo único que hicimos para aquella gente que no sabía qué pasaba era darle esos minutos de alegría. Pero no podíamos hacer otra cosa. No sabíamos nada”, decía Kempes hace unos meses a este cronista. El 13 de junio Argentina debutó con una derrota por 1 a 0 ante Bélgica. Días después, los pibes-solados se rendían en Malvinas muertos de frío, sin comida y abandonados por sus cobardes jefes militares.

Una barra detenida

El 24 de octubre de 1981 la policía detuvo a casi cincuenta hinchas de Chicago por cantar la marcha peronista en un partido que se jugó en Mataderos ante Defensores de Belgrano. El grito, que también era un desahogo, provocó que la policía montada obligara a los detenidos a ir al trote hasta la comisaría 42, en Lisandro de la Torre (entonces avenida Tellier) y Avenida de los Corrales. La policía nunca admitió la detención por cantar la marcha. Adujo que aquellos muchachos provocaron desórdenes. Algunos quedaron detenidos casi treinta días. Los vecinos salieron a las calles a reclamar la liberación a pesar del amedrentamiento de los policías que los querían echar con sus caballos. 

El vóley

“Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar” cantaba la gente en el Luna Park en octubre de 1982. Allí se jugaba por el tercer puesto del Mundial de vóley en el que el seleccionado argentino subió al podio por primera vez. Fue tercero, tras ganarle a Japón. Este deporte sin adeptos había causado sensación en la gente. Se lo miraba por televisión y se agotaban las entradas para ir a verlo en la cancha. Unos meses antes se había perdido la guerra en Malvinas. La dictadura era insostenible. Empezaban las primeras marchas sindicales y las consecuentes represiones. Pero la gente ya no daba más.

Después se sabría de los 30 mil desaparecidos. Entre ellos deportistas, como el atleta Miguel Sánchez, el tenista Daniel Schapira y hasta un equipo de rugby. Por todos bien vale la memoria.