Para Estela Carlotto salir a buscar a su hija y a su nieto no fue una decisión meditada, algo que hubo que pensar. No había opción. Primero se llevaron a Guido, su esposo, su compañero y padre de sus cuatro hijos. Así que comenzó a tocar todas las puertas que podía: tribunales, cuarteles, iglesias, las casas de conocidos, amigos de amigos. Guido volvió. Y cuando se llevaron a Laura, en ese caso para siempre, salió otra vez. Y allí se encontró con otras mujeres que buscaban a sus hijos e hijas y a los hijos e hijas de los hijos y las hijas. La primera vez que fue a la Plaza de Mayo para dar vueltas a la Pirámide temblaba como una hoja, dice, pero la sostuvieron dos compañeras, que la llevaban de los brazos. Iban en grupos de a tres, porque más implicaba violar el estado de sitio: “A nosotras nos llamaron locas, y después, decían, ‘son mujeres, se van a cansar, se van a ir a la casa a llorar, déjenlas que caminen’. Nos dejaron caminar. Su machismo los engañó. La fortaleza de la mujer es tremenda. A veces me pregunto qué madres habrán tenido que pensaban que nosotras éramos flojas. Se equivocaron de medio a medio”.

Nora Cortiñas recuerda que la decisión de que no fueran los hombres a la plaza estuvo desde el principio, desde que Azucena Villafor propuso, en la vicaría castrense de Emilio Graselli, donde coincidían en busca de datos que nunca les daban, reunirse frente a la Casa Rosada. “A los hombres les daba temor que nosotras fuéramos protagonistas, pero a veces también les deba celos que hayamos pasado de la vida privada a la pública. A mi marido a veces le incomodaba, hasta que se acostumbró. Se tuvo que acostumbrar. Las Madres éramos protagonistas de esta historia. Ellos eran el apoyo.” Nora coincide con Estela acerca del prejuicio que tenían los militares sobre las mujeres y, por lo tanto, las Madres. “Creían que éramos débiles y que después del secuestro de las Madres íbamos a volver cada una a su casa muertas de miedo. Y no fue así. Nosotras tampoco creíamos que arremeterían con tanta fuerza. Cuando se llevaron a Azucena Villaflor, a Mari Ponce y Esther Ballestrino de Careaga supimos con crudeza que no éramos invulnerables. Fue muy fuerte, se llevaron madres que buscaban a sus hijos. Fue muy duro. Pero inclusive nos aumentó la fuerza”.  

Para Taty Almeida unirse a las Madres no fue fácil. Su hijo Alejandro desapareció en 1975 y en su familia eran todos militares. La culpa de todo, para ellos, la tenía el peronismo. Cuando se dio cuenta de que las Madres eran como ella, todavía se resistía, creía que iban a pensar que era una espía. Hasta que venció sus temores y se acercó, como pidiendo disculpas. La recibió María Adela Antokoletz. “Lo único que me preguntó fue ‘¿quién te falta?’. Y me dijo que cada una llegaba cuando era su momento”, cuenta ahora.

Machismo. Feminismo. Patriarcado. No eran palabras que estuvieran en su horizonte cuando salieron a pedir por sus hijos. Se reconocían como madres antes que mujeres. Pero fueron sin quererlo también una referencia. Y a la vez, con el tiempo, aprendieron de otras mujeres sobre derechos y peleas que aunque no les eran ajenos casi ninguna tenía presentes. 

“Las Madres tuvimos ese doble rol, seguíamos con nuestras ‘tareas’, las obligaciones, como decíamos, de amas de casa. Yo por muchos años creí que eran obligaciones y después aprendí que teníamos derechos”, cuenta Nora.

“En mi caso –dice Estela– me jubilé para dedicarme todo el tiempo a buscar a Laura y a mi nieto. Guido tenía que trabajar y quedarse con Remo, porque los dos chicos más grandes se fueron al exilio. Mi marido se ocupaba de Remo las horas en que yo no estaba. Y en esa época hice viajes muy largos. En el 80 dos Abuelas fuimos por dos meses a Canadá. Y en el 81 por dos meses a Europa. La vida de Remo no fue fácil, porque Guido estaba solo y tenía una enfermedad agravada por su secuestro.”

Estela fue maestra y directora de escuela. Dice que las Madres y las Abuelas pertenecen a una generación que, en muchos casos, antes de convertirse en Madres y Abuelas, ya había desafiado el mandato de quedarse en la casa. “Yo fui a la Misericordia y quiero mucho a las monjas, pero ellas nos decían: ‘cuando se casen y tengan hijos tienen que esperar a los maridos bien arregladitas y pintaditas porque el hombre viene cansado, los hijos comiditos y dormidos y ustedes a atenderlos. Nosotras salimos, trabajamos. Muchas Abuelas eran profesionales, docentes, empleadas. Pero era mitad y mitad. Porque también habíamos aprendido a coser, a bordar, a limpiar la casa. Teníamos una crianza de sometimiento al hombre. Y también hubo Abuelas a las que los maridos les decían que tenían que estar en la casa. En mi caso, una vez le dije a Guido que no iba a ir más, porque me parecía que faltaba y él me dijo que no, que las Abuelas me necesitaban”.

“¿Si mi marido cambiaba pañales?, pero noooo –se sorprende Taty–, los chicos comían temprano para que cuando llegara el padre estuviera todo en orden. Por suerte esas cosas han cambiado. Creo que hay un cambio que operamos las mujeres y las Madres también, muchas salieron a la calle, aun siendo amas de casa, bueno, nada más ni nada menos que amas de casa, que es mucho; otras eran profesionales, pero igual casi ninguna tenía ni idea de lo que era un hábeas corpus”. 

Nora dice que se crió en un hogar machista, sin violencia física, pero con un modelo patriarcal en las pequeñas cosas de la vida cotidiana y que entonces eso se reprodujo luego en su matrimonio: “Mi hijo atendía al bebé a veces cuando mi nuera salía a militar y mi marido decía ‘¿estamos todos locos?’ No podía entender que se quedara bañando al bebé y dándole de comer mientras la mujer estaba afuera”.

Estela, Taty y Nora ven al movimiento feminista con admiración y admiten que sí, tal vez, ellas mismas pueden haber sido un poco inspiradoras para otras mujeres, como las que salieron a la calle de a millares el último 8 de marzo. Pero sostienen que también tuvieron que aprender de ellas, que ellas levantaron demandas nuevas que no estaban en la agenda de Madres y Abuelas, que incluso fueron resistidas por algunas de ellas. Hoy las tres se pronuncian por la vida, a favor del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y, por lo tanto, por la legalización del aborto.

“Veo que las mujeres buscan su expresión, su libertad y que se está avanzando mucho. Creo que fuimos ejemplo para otras madres que fueron víctimas de trata o de gatillo fácil. Fuimos un movimiento  inédito, pero tenemos que reconocer a mujeres sindicalistas, trabajadoras, que también tuvieron su participación en la vida pública de nuestro país, en la lucha de la mujer. Y estar en contacto con feministas nos ayudó, fue un ejemplo de ese estado de libertad”, dice Nora, que estuvo en el escenario el 8 de marzo, así como está en tantos y tantos lugares. “Sobre el aborto –agrega–, soy partidaria de la determinación de la mujer.” 

“Ya en el siglo XXI el tema de las diferencias en los sueldos, las jerarquías y las ofensas que se reciben por ser mujer se tienen que terminar. Cuando te dicen que te pasó algo por cómo estabas vestidas o te preguntan si hiciste algo para que te pegue... No es así la cosa. Es el hombre que somete a la mujer, la discrimina, la golpea, la martiriza y hasta la mata. Ahora las chicas tienen mucha más libertad y exponen su forma de pensar con mucha claridad, están despiertas, actualizadas, comunicadas. La movilización de las mujeres me pareció fantástica”, afirma Estela. Sobre el aborto, cree que la prioridad es salvar la vida de la mujer, que no tiene recursos, que es menor, que tiene un embarazo no deseado. Y también que “hay que educar desde el Estado para evitar esas situaciones”. “Maravillosa, apoteótica”, califica Taty a la marcha del 8 de marzo. Y sostiene que la mujer tiene que tener derecho a decidir. “Soy católica y sigo teniendo fe. No te voy a misa ni comulgo, tengo una charla con mi sagrado corazón. Pero he cambiado muchísimo mi forma de pensar. Fue un cambio se fue operando a partir de la desaparición de Alejandro y después, cuando me incorporé a Madres. No he perdido la fe, pero leí, me informé”.