Encerrado en un cuarto ubicado en la azotea de un edificio de ocho pisos, desde donde asegura que se pueden ver unos amaneceres extraordinarios, un joven aspirante a escritor de diecisiete años le escribe cartas a sus ídolos, todos escritores de ciencia ficción. A la manera del Herzog de Saul Bellow, que en su desesperada locura senil redacta inútiles misivas destinadas a los líderes del mundo, el casi adolescente chileno Jan Schrella empuña papel y lápiz desde su imberbe entusiasmo, celebrando la vida pero también intentando salvar el mundo o al menos Latinoamérica. “La guerra puede ser detenida con sexo o con religión”, le escribe Schrella a Phillip José Farmer. Descartando la religión, le ofrece coordinar “una antología que reúna a los diez o veinte autores que de manera más radical y con evidente gozo para sí mismos hayan tratado el tema de las relaciones carnales y el futuro”. Los títulos que Schrella propone para la antología son Orgasmos americanos en el espacio o Un futuro radiante, pero también podría ser oportuno El espíritu de la ciencia-ficción, que es en realidad el título del nuevo-viejo libro de Bolaño que cuenta –entre otras– la historia de Schrella, la joya inédita que prácticamente inaugura el cambio de manos de su catálogo a las filas de Alfaguara.

   Aunque siempre fue un fanático confeso del género, nunca antes Bolaño había hecho explícita esa fascinación como en el título de esta pequeña novela, a la que puso punto final –está fechada en “Blanes, 1984”– pero decidió no publicar mientras estuvo con vida, quizá por su carácter de evidente borrador de lo que terminaría siendo la primera parte de Los detectives salvajes (1998), con la que ganó el premio Herralde, que significó su consagración una década y media más tarde. Tanto El espíritu de la ciencia-ficción como “Mexicanos perdidos en México” –título de esa extraordinaria primera parte de Los detectives...– son relatos de iniciación ambientados a mediados de los años 70 en la Ciudad de Mexico, protagonizados por un aspirante a escritor que deambula por talleres literarios donde queda deslumbrado ante la hipnótica aparición de los que terminarán siendo sus futuros colegas, y termina atraído por dos hermanas alrededor de las cuales parecen orbitar también los demás protagonistas masculinos de la historia. Además de Jan Schrella, el otro juvenil protagonista de El espíritu... se llama Remo Morán, que intenta ganarse la vida como periodista, pero termina detrás de José Arco –un proto Ulises Lima– , poeta motoquero que lo embarca en una investigación que busca el origen de la increible proliferación de revistas culturales mexicanas, mientras entran en el cuadro las hermanas Teresa y Angélica Torrente, primera encarnación de las hermanas Font de Los detectives salvajes. 

   Si esa primera parte de la novela ganadora del premio Herralde lo simplifica todo al estar escrita como las entradas del diario personal de su protagonista, El espíritu... en cambio está articulada por tres historias que se van alternando, tanto para hacer avanzar la trama como para enrevesarla: una extensa entrevista con el ganador de un premio literario, la narrativa en primera persona de Morán, y las prolíficas cartas que Schrella escribe a sus escritores desde su refugio en la azotea. A Alice Sheldon le habla de un escritor de ciencia ficción de Valparaíso –y luego le pide perdón por llamarla por su verdadero nombre y no por su apodo, James Tiptree Jr.–, a Forrest J. Ackerman le confiesa que nunca leyó nada suyo, a Robert Silverberg le pregunta si forma parte de un Comité de Escritores de Ciencia Ficción Pro Damnificados Totales del Tercer Mundo, y le cuenta que Chile empieza a hundirse como Latinoamérica, “nosotros nos convertimos en fugitivos, ustedes en asesinos”. Y a Ursula K Le Guin le confiesa que no cree que sus misivas lleguen a sus destinatarios, pero que su deber es esperarlo con todas sus fuerzas y seguir enviándolas. “Ah, querida Ursula, en realidad es un alivio despachar mensajes y tener todo el tiempo del mundo, decir yo he intentado convencerlos pero no les he visto, tener sueños extraños y sin embargo apacibles... aunque los sueños cada día sean menos apacibles”.  

   Mas allá del título explícito y de los homenajes a los grandes autores norteamericanos del género (“escritores a los que razonablemente supongo vivos y que me gustan”) en forma de cartas, poco tiene que ver El espíritu de la ciencia ficción con, justamente, la ciencia ficción. Apenas ese deseo explícito de Schrella (“tal vez algún día llegue a escribir buenos relatos de ciencia ficción”) justo antes de cerrar su última misiva agregándole a su firma un “alias Roberto Bolaño”. Pero el nuevo inédito recuperado del autor chileno fallecido en 2003 cuenta mas que nada una querible historia de iniciación vital, literaria y sexual, que entre sus idas y vueltas narrativas y estructurales, si bien por momentos puede terminar siendo confusa y arrebatada, regala aquí y allá algunas grandes escenas. Pero, claro, si el entusiasmo ante esos momentos y la búsqueda de referencias terminan conduciendo al lector de El espíritu... a revisar el comienzo de Los detectives..., resultará evidente el por qué de los destinos finales de cada texto. Uno al arcón de los inéditos, el otro hacia la consagración. No por nada Bolaño sólo rescató el epílogo de El espíritu... –titulado “Manifiesto mexicano”– de manera independiente para La universidad desconocida (2007), una compilación de poemas que estaba lista al momento de su muerte. Porque esa breve historia de una joven pareja perdiéndose en el laberinto del vapor y el sexo de los baños públicos mexicanos tiene claramente vida propia, espíritu de ficción antes que ciencia.

El espíritu de la ciencia-ficción. Roberto Bolaño Alfaguara 254 páginas