“Soy Alison Parker y soy la puta ama”, se grita Alison Parker, en corpiño, frente al espejo del baño. Esta estudiante secundaria de un selecto colegio privado de España es uno de los personajes de la serie-hit La casa de papel, que explora un asalto con toma de rehenes al edificio público español donde se imprimen los euros y cuya segunda parte está disponible desde hoy en el menú de Netflix. Alison es precisamente una de los cautivos, pero la más importante de todos, puesto que es la hija del embajador británico en Madrid. Y resulta el principal personaje adolescente de la serie, pese a que no es la única teen (de hecho, está allí con sus compañeros de estudios, en una visita guiada a la Casa de Moneda).

Desde el primer episodio, Alison es puesta en el papel de víctima. Pero es una curiosa víctima. A esta chica nacida en diplomática cuna de oro, en una familia tan poderosa que hace temblar el servicio de Inteligencia español, sus compañeros le hacen bullying, los otros rehenes la consideran “culpable” del calvario y su casi novio la humilla sacándole una foto hot y subiéndola a las redes sociales. Pero entre criminales bien organizados, rehenes incontables y policías desesperados, ella empieza a mostrar ese activo de la adolescencia que es tan atractivo: la potencial transformación.

La chica cheta amaga con mostrar su lado border. Se revela buena para agarrar un rifle. Los tironeos con sus chiquilines compañeros de aula le quedan chicos pronto y pasa a tensar relaciones con miembros de la banda de atracadores, como los coqueteos con el pibe Río, los mordisqueos de la avasallante Tokio y las arengas maternales de la enérgica Nairobi.

Alison es interpretada por María Pedraza, una madrileña de 22 años, bailarina de danza clásica, que empezó a actuar tras haber sido “descubierta” vía Instagram. Pero su personaje carga con dos maldiciones inherentes al espíritu de la serie. La primera es el lugar que le toca en el juego de subtramas, un desfile de personajes que ocultará hasta el final la principal historia dramática que anida allí. Y la segunda es el juego de empatías: hay que buscar que los ladrones sean vistos como los buenos de la película (por algo es que, inicialmente, la serie iba a llamarse Los desahuciados).

Lo dice el líder de la banda: “Si en el Mundial está jugando Brasil contra Camerún, ¿quién querrías que gane? Instintivamente, el ser humano siempre se pone del lado de los más débiles”. Así es que la pobre Alison, ante el ojo de La casa de papel, por más transformaciones que sufra y pese a los abusos sufridos, nunca termina de parecer débil. Y nunca termina de quitarse el sambenito de cheta mimada.