Un encargo sponsoreado por una tarjeta de crédito, pero a la vez un cortometraje con evidente firma de autor. Una realización audiovisual hecha y derecha, pero efímera: se vio en el Faena Arts Center, en un evento lleno de figuras del espectáculo, e inmediatamente después su director sumergió en agua la laptop donde se alojaba la única copia (aunque con los alcances del mundo virtual nunca se sabe). También una historia de humor negro, capaz de desatar la carcajada. Todo eso cabe en el universo de Alex de la Iglesia, que en la noche del miércoles presentó Una vez en la vida, el cortometraje auspiciado por American Express que, sí, tiene una aparición estelar de su tarjeta Platinum, pero también una historia propia.

Pedro (Secun de la Rosa, visto en otras películas del vasco como Las Brujas de Zugarramurdi y El Bar) se está muriendo. Al menos es lo que le dice el doctor Estremera, aunque el pequeño detalle de que el galeno en realidad tenga un juego del solitario en su pantalla produce algunas dudas. La cuestión es que el hecho de tener solo dos semanas de vida lleva a un raid hedonista de paciente y médico, dándose la gran vida y hasta descubriendo que “hay que sufrir el caviar beluga para disfrutar más los huevos con chorizo”. Pedro se va en un taxi, sentenciado pero feliz. El médico, con la perfecta máscara del humorista y actor Arturo Valls, recibe a un nuevo paciente... y le informa que le quedan dos semanas de vida. Con esa pequeña historia, casi un buen chiste, el realizador español le dio forma a un corto potente, que elude el simple marketing.

“La verdad es que trabajé con total libertad, y de hecho solo tuve ayuda y apoyo por parte de Ogilvy y de Amex”, dijo De la Iglesia en la conferencia de prensa posterior. “Eso es lo que lo hace fascinante, poder hacer una piecita encantadora y simpática sobre la felicidad y sobre disfrutar las cosas de la vida y sobre el hecho de que las cosas a veces no sean como uno quiere. El hecho mismo de que sea tan efímero, un corto que solo se iba a disfrutar una vez, lo hizo particularmente atractivo, porque de eso trata la historia, que ocurriría si no tienes todo el tiempo del mundo para hacer lo que quieres. Normalmente en la vida siempre postergamos todo, todo en nuestras vidas es porvisional, todo es esperar ese gran momento en el que vamos a hacer eso que nos va a colocar en el mundo o va dar sentido a todo... y ese momento no llega nunca, y cuando lo ves desde afuera descubres que lo más importante o lo que recuerdas o te queda grabado de tus experiencias o vivencias son pequeñas cosas. Y afortunadamente es así, descubrir que fuiste feliz con un pequeño momento, nunca buscado, siempre improvisado. Contar eso era muy atractivo.”

El intercambio con el director sirvió también para que relatara el llamado de Steven Spielberg para que le enviaran una copia de 800 Balas (“Pensamos que era una broma y no les hicimos caso, y a la semana nos volvieron a llamnar a ver qué pasaba que n les enviábamos la película”) y su encuentro de ese mismo día con Diego Capusotto, afirmando que mantiene la esperanza de hacer algo con el actor argentino. “Hace algunos años quise que participara en una película mía y hablé con él, pero me dijo que estaba haciendo Peter Capusotto y sus videos y no podía trasladarse a España y la verdad es que admiro mucho su libertad para decidir qué es lo que quiere hacer... pero tengo tantas ganas de hacer algo con él que ya se dará, si es necesario lo dejaré dirigir a él y yo actuaré o manejaré la cámara, lo que sea”, señaló entre risas.

–Es curioso el acto efímero de Un día en la vida en un momento de debate sobre cuál es la forma para garantizar la continuidad del cine. ¿Dónde se ubica usted en estas discusiones sobre lo digital y el celuloide, con opiniones tan férreas como la de Quentin Tarantino? –preguntó este diario.

–Me parece como la comida, hay un día que te apetece una hamburguesa o un huevo frito con patatas, y otro que prefieres algo muchísimo más elaborado, de alta cocina. A la hora de rodar a mí me fascina el formato Panavisión, el formato clásico de los ‘80; de hecho este corto fue rodado con lentes anamórficas porque me gusta mucho rodar con cámaras digitales pero que la imagen mantenga el look clásico. Lo que pasa es que es un hecho que el rodaje es más complicado y lo encarece, las cámaras Panavisión son muy grandes, todo se hace más difícil. El que reivindica el rodaje clásico es porque... ¡pues porque puede pagarlo! (se ríe). Pero hay trucos para hacer que lo digital tenga el sabor de un rodaje clásico. Todos los que amamos el cine y nos gusta verlo en ese gran formato desearíamos rodar en 70 mm. Pero también al cabo todo termina pasando por un proyector digital, hoy es muy difícil conseguir un proyector óptico. Quentin lo ha conseguido, pero a los que contamos historias y producimos películas nos interesa llegar al público, y el público está en otra historia, y es fantástico que siga yendo al cine pero también está en las computadoras y en los dispositivos móviles. Y todo eso forma parte de lo que yo entiendo como cine. Para mí el cine es imagen en movimiento, y no quiero circunscribirlo al formato o a la sala: no tenemos que ser nosotros los que ponemos impedimentos para llegar al público.