El inminente bestseller de Mario Vargas Llosa que en breve estará presentando en la Feria de Buenos Aires, se titula La llamada de la tribu y no es ficción ni ensayo literario sino un conjunto de textos muy entretenidos de divulgación sobre sus guías racionales: aquellos que lo despertaron del hechizo del marxismo de juventud y vienen moldeando desde hace más de medio siglo su subjetividad. Aunque él no la denominaría así sino “pensamiento objetivo político liberal” o algo por el estilo. 

Esta “autobiografía intelectual y política” (así define en realidad a este libro) está compuesta por una introducción y seis ensayos que recorren vida y obra de los filósofos Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich August von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel. Es, por si no quedó claro desde el índice, un canto al liberalismo y en particular a las democracias liberales, y específicamente a las democracias liberales de derecha, aunque a nadie le guste usar esa palabra. Desde las primeras páginas nombra a sus líderes faro a quienes conoció personalmente y admira por no haber tenido “complejos de inferioridad frente al comunismo”: Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Milton Friedman. 

Su encendida defensa de la libertad de mercado y del individuo (sobreentendido como un ser racional, sensato y preferentemente varón) se contrapone a las restricciones supersticiosas de la “tribu”, o sea, a cualquier tipo de proyecto político de corte colectivista y estatista, a los que (atención a la metáfora) también llama “placenta gregaria”. Lugar donde inserta desde cualquier regulación económica hasta el estalinismo, pasando por el peronismo y las dictaduras latinoamericanas. Como su liberalismo es sentido y amplio, Vargas Llosa dice también oponerse al nacionalismo, al colonialismo, al racismo, a la pobreza (aunque no expone muchas ideas sobre cómo paliarla) e incluso se declara a favor de los derechos de las minorías sexuales.

Eso sí, en trescientas páginas, no se hace ninguna mención a los derechos y libertades de las mujeres. De hecho, más allá de Thatcher, de algunas esposas y madres de filósofos y de “placentas gregarias”, cualquier cosa que reenvíe al “segundo sexo” brilla por su ausencia. Esto no llamaría la atención ni vendría a cuento si no fuera por el reciente y resonante interés del escritor peruano por el feminismo. 

En una de sus columnas del diario El País, hace un par de semanas, directamente comparó al feminismo con la Inquisición y, con su mesura y elegancia habitual, lo declaró uno de los mayores enemigos actuales de la literatura porque algunas feministas sugirieron modificar programas escolares o hacer lecturas críticas de autores teniendo en cuenta una perspectiva de géneros. 

Además de repetir la gestualidad histérica de quienes temen que el feminismo  –como si hubiera uno solo– desemboque en un puritanismo, Vargas Llosa elige ignorar por completo la idea del canon literario como una construcción. Y, sin decirlo y por eso la columna se resignifica con la publicación de La llamada de la tribu, traslada su visión económica también al terreno de los mercados de capitales simbólicos.

Siguiendo su lógica meritócrata, así como la libre competencia garantiza el triunfo de los individuos (varones) más aptos impulsando la economía de mercado, el talento literario garantiza la inclusión de escritores (varones) en un canon. Y si allí hay pocas escritoras mujeres o perspectiva de género no sería por una invisibilización o falta de acceso sino por falta de dotes: no tienen lo que hace falta. Y querer desmontar la operación o hacer lecturas críticas, como plantearon algunas feministas, sería caer en un relativismo y hacer intervencionismo, o sea censura, o sea totalitarismo, o sea populismo, es decir Inquisición. Simple, claro y tan científico como la economía y sus manos invisibles. 

“¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?” pregunta la periodista sueca Katrine Marçal, titulando así un libro sobre economía y género, que funciona como contracara perfecta de La llamada de la Tribu. La respuesta la contesta ella, claro, pero también el Nobel peruano –aunque mirando para otro lado– en su capítulo dedicado al filósofo británico. Y la respuesta es: su mamá.  

Así como la economía no puede explicarse, como pregona el liberalismo, solamente a partir del interés propio (para que el modelo “funcione” hay todo un segmento de la población que hace trabajos no remunerados y/o en condiciones de explotación) la literatura no puede explicarse mediante una supuesta “mano invisible” que regula el canon y excluye a muchas escritoras porque así lo valen.

Si pensar esto nos ubica del lado de las tentaciones colectivistas de la “placentas gregarias” y nos aleja de la ciencia (ideología) económica liberal y motores individuales, vamos bien: es probable que nos estemos acercando a los feminismos, o al menos a alguno de ellos.