La mujer esa noche irá sola a una fiesta después de años. Deja a las nenas jugando solas, a su marido frente al televisor con una cerveza en la mano. Estrena atuendo, y esas sandalias de taco que hace tanto no usa. Pero durante esa tarde previa, los detalles van a ir dejando señales: se le salta el esmalte, el mate que prepara cae al piso y le mancha la remera, el shopping donde va a comprar el vestido está abarrotado y hay cola para llegar al probador. Como las migas que Hansel y Gretel van dejando en el camino, esa acumulación de tensión en los detalles alcanza para poder presentir que algo en esa historia no va a terminar bien. Lo extraordinario que forma un pequeño oleaje en la quietud de las aguas de todos los días, es el vector que atraviesa los cuentos de El mundo no necesita más canciones, de María Eugenia Ludueña, periodista, nacida en Buenos Aires en 1969 y autora además de Laura: Vida y militancia de Laura Carlotto. 

“Instrucciones para despedirse” es el cuento que abre el libro donde una narradora –en un estilo muy cultivado por Lorrie Moore– utiliza la segunda persona para hablarse a sí misma: “Y llegará un día en que él se sentará delante de un cortado, en un bar. Cualquiera de esos impersonales sobre la Avenida Santa Fe. Y es probable que no te mire a los ojos cuando diga: –Creo que me estoy enamorando de Alejandra. Entonces, vas a decir:  Mirá vos”. Este primer cuento opera como indicador de lectura de todo el libro: porque en cada una de las historias que siguen, habrá una pérdida: un novio, (como en este caso), un amante, una hija, una madre. También ilusiones o ideales. O a veces simplemente, una oportunidad de cambiar el curso de las cosas, como ocurre en el cuento mencionado, donde la mujer se prepara para la fiesta. Nada será lo que era al final de cada historia, alguna pieza de la totalidad primera, cae y compone algo nuevo. 

Las parejas en trances complicados es una de las temáticas centrales del libro. En “Paddington” una pareja de novios se desencuentra en la estación de Londres que lleva ese nombre. Y más allá de la anécdota, de saber qué tren hay que tomar para llegar al aeropuerto y volar juntos a casa, para Renata será la oportunidad de darse cuenta cuánto hace que Juan ya no la escucha de verdad y que posterga sin argumento, la posibilidad de mudarse para vivir juntos. En “Jota” también una pareja se arma y se desarma. La protagonista conoce a J en la clase de pintura. los dos tienen sus respectivos novios y durante un tiempo arman una burbuja por fuera de esa realidad. Otra vez Ludueña logra dejar en claro que es imposible tenerlo todo, y que la realidad siempre es un cuadro a medio terminar. “Aprendo una lección. Los vínculos no se mendigan y menos así, de migajas. Pero con J yo no puedo aplicar nada, no tengo estrategias, me dejo llevar”.

Hay un cuento que sobresale no solo por su virtuosismo sino también por lograr abordar el tema de la dictadura de un modo original. “La canasta mágica” narra desde la voz de una niña, cómo su madre y la vecina idean una estrategia para mantenerla a salvo en caso que los militares vengan a buscarlas. La dictadura es el otro gran campo temático del libro de Ludueña. También habla de sus secuelas. Como ocurre en “La cena”, llaman a la protagonista para avisarle que su madre está parada arriba de la cama, vestida como para salir y diciendo que espera un micro. “Mamá está acostada sobre el acolchado. Tiene uno de esos trajecitos color té con leche que usa para ir a la oficina cuando tiene reuniones, los ojos pintados y muy abiertos, el pelo revuelto”. Lo no dicho y el horror atrapado en una mente, de repente irrumpe y lo cambia todo. “Cándida” es esa tía tan especial que viene de visita desde Santa Fe a Buenos Aires cada tanto. “Me daba pelotitas de masa y, mientras yo las aplastaba entre mis manos, me contaba cuentos rusos que hablaban de niñas con habichuelas, un malvado sin rabo y el pastorcito trulalá. Los libros y la música, decía, son como varitas mágicas. Acto seguido ponía un disco de Joan Báez o de Édith Piaf a todo volumen y la casa se inundaba de algo que nos hacía felices”. Hasta que Cándida tiene que permanecer “guardada” y todo cambia para siempre. 

Más allá de las temáticas, un aire de infelicidad soterrada atraviesa el corpus de los cuentos de Ludueña. La vida no cierra y el avance de cada historia va componiendo un entramado que deja al descubierto la imperfección del mundo.