La fragmentación del Ministerio de Economía fue una medida inicial de administración del poder interno dispuesta por el presidente Mauricio Macri, decisión que explica la descoordinación de la gestión desde entonces en un área sensible. Un ministro dijo que las tensiones inflacionarias disminuirían cuando pase el primer trimestre, pero abril comenzó con un alza de los combustibles porque otro ministro liberó los precios de las naftas en octubre pasado. La tasa de inflación se proyecta así por arriba del 2 por ciento en el mes que debía empezar a aflojar, según la previsión oficial. El principal responsable del gabinete de administrar las obras públicas promete un boom, pero uno de sus colegas lo entorpece porque está demorando los pagos y actualizaciones de las iniciadas por el estrecho margen que exhibe las cuentas fiscales. Estas son dos de varias otras incoherencias de gestión que se suceden en el Gobierno de Cambiemos. A la ausencia de un ministro de Economía se le agregó, desde el Día de los Inocentes último, la devaluación del Banco Central. Intervenido de facto por el Poder Ejecutivo, la conducción sólo obedece órdenes: no sube la tasa de interés y vende dólares de las reservas para fijar el tipo de cambio, contrariando sus deseos, en una muestra más del trastornado manejo de la economía macrista.

Si de algo se puede jactar la ortodoxia es que se dedica a estudiar las cuestiones monetarias y financieras. Por eso se piensan como los más aptos para manejar el Banco Central y el área de las finanzas de un gobierno. Cualquiera que los desafíe conceptualmente, y mucho más si economistas ajenos a esa logia pasan a ocupar esos cargos, son inmediatamente descalificados como “no profesionales”. Es una extraordinaria inversión del sentido puesto que los descalabros más notables fueron provocados por los autodenominados “expertos”: la cuenta de regulación monetaria de 1977 a 1985, la remuneración de encajes de 1986 a 1989, el descalce de monedas en depósitos y créditos con la convertibilidad, la afectación de la integración de encajes a la compra de deuda pública también en los ‘90 y, lo más reciente, la inmensa bola de nieve de las Lebac.

Esas experiencias que tuvieron como máximos ejecutores a expertos monetaristas, que colonizan desde hace décadas el Banco Central, terminaron en fracasos rotundos derivando en crisis de proporciones. Con esas estrategias monetarias no desalentaron la suba de la tasa de interés, provocaron transferencias millonarias a favor de los bancos vía emisión monetaria para cubrir sus desequilibrios y profundizaron el crónico subdesarrollo del crédito bancario, además de debilitar los espacios de autonomía del Banco Central. El saldo de esas políticas fue un déficit cuasifiscal creciente que sumó otro factor de inestabilidad para poner en jaque a la economía.

Balance

El último informe de Fide apunta a un factor poco mencionado de ese tipo de medidas: el impacto de esa política monetaria en el balance del Banco Central. Indica que la restricción de la liquidez con tasas de interés elevadas se ha mostrado ineficaz para reducir la inflación, y que lejos de haber sido neutro para la composición del balance del Central, lo ha deteriorado. Detalla que en apenas dos años los pasivos remunerados (Lebac, fundamentalmente) pasaron a representar de 28 a 42 por ciento del total del pasivo del BCRA. En contrapartida, se redujo principalmente la ponderación de la Base Monetaria, que constituye un pasivo no remunerado del BC. Para sentenciar que “esta situación, además de suponer un recorte de los espacios de política del BCRA (por la pulseada permanente en las subastas por el nivel de la tasa de interés y su juego con la cotización del dólar), también generó un elevado costo cuasifiscal por el pago de los intereses que devengan las Lebac que, el año pasado, ascendió a un monto equivalente al 2 por ciento del PIB”.

Ese dinero se suma a la creciente carga de los intereses de la deuda del Tesoro que pone bajo tensión las cuentas públicas. El reporte de Fide realiza una comparación entre el recorte de subsidios a los servicios públicos, contrapartida de los tarifazos de agua, luz, gas y transporte, y el costo cuasifiscal de la política monetaria (Lebac). La disminución de recursos públicos para subsidiar servicios públicos esenciales para la población alcanzó los 65 mil millones de pesos. Ese monto se ubica apenas por debajo de los casi 70 mil millones de pesos que pagó el Banco Central a los poseedores de Lebac.  

La titular de Fide, Mercedes Marcó del Pont, afirma que no hay que ser demasiado sutil para advertir que las reglas de juego de la economía macrista garantizan buenos rendimientos para las inversiones financieras, y que “ese avance notable del proceso de financierización achica en contrapartida los espacios para la generación de riqueza (y empleo) en la esfera real de la economía”. Para advertir que el discurso dominante defiende el conjunto de políticas promercado financiero como condición necesaria para la inversión productiva, pero la historia económica argentina demuestra que “la tasa de inversión no está correlacionada con la desregulación y apertura financiera”.

Dólar

El presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, se ha autoelogiado, conducta que no desentona con el resto de los funcionarios macristas, diciendo que, liberado del “cepo”, el tipo de cambio pasó a ser determinado por el mercado sin intervención de la autoridad monetaria. Nunca fue así en su gestión y en una herida más a la impostada independencia del BC, la supuesta flotación libre del tipo de cambio quedó archivada. Para evitar que la paridad supere los 21 pesos empezó a vender dólares de las reservas. Ya liquidó casi 2500 millones de dólares desde principios del mes pasado. De ese modo apuesta a no seguir alimentando las tensiones inflacionarias vía el mercado cambiario, en un retardado reconocimiento de que existe traslación a precios de las devaluaciones.

También debería abandonar la simulación de estar liderando un esquema de Metas de Inflación. Antes de ser degradado a ser un simple ejecutor de órdenes de la Jefatura de Gabinete, Sturzenegger se entretenía subiendo y bajando la tasa de interés mientras la dinámica inflacionaria adquiría un movimiento ajeno al laboratorio teórico del Central. Ahora, directamente no toca la tasa de interés, que debería ser la respuesta en un régimen de Metas de Inflación cuando se registra una fuerte demanda de dólares y una suba más intensa de los precios.

Un reciente informe del Instituto de Trabajo y Economía-Fundación Germán Abdala pregunta cuántas reservas más piensa utilizar el BCRA sin dejar que suba el dólar y/o la tasa de interés. Especula con que la autoridad monetaria está apostando a que la estacionalidad en la liquidación de divisas provenientes de las exportaciones del agro alivie las presiones cambiarias. Estima que las ventas promedio del complejo agroexportador en mayo fueron de 3200 millones de dólares en los últimos dos años. Sin embargo, no es seguro que se repita ese monto debido a la retención de cosecha que se verifica por parte de los productores y a la ultraflexibilidad dispuesta por el Banco Central para que los exportadores liquiden divisas.

Los economistas del ITE-FGA explican que, aun si hubiera un nivel de ventas similar al mayo de los últimos dos años, el mercado cambiario estaría necesitando unos 300 millones de dólares semanales adicionales para atender la actual demanda. Concluyen entonces que la venta de reservas del Banco Central “será una constante a lo largo de 2018” a menos que se modifiquen el precio del dólar y/o el nivel de la tasa de interés.

Una u otra opción, una mayor devaluación o una suba de la tasa de interés, impactarán negativamente generando una mayor presión inflacionaria o castigando el nivel de actividad. A esa trampa fue arrojada la economía nuevamente por los expertos monetaristas.

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