Descubierto para el espectador local en el primer Bafici, veinte años atrás, el director coreano Hong Sang-soo se convirtió en un clásico porteño. Casi no ha habido edición del festival que no haya tenido alguno de sus films, con lo cual su cine creció a la par del Bafici y de sus espectadores. Ahora Hong envía a Buenos Aires (donde nunca estuvo, pese a que se le consagró una retrospectiva unos años atrás) Grass, un film que llega directo de la última Berlinale y que es su cuarto largometraje en poco más de un año. No hay actualmente en el mundo un cineasta tan prolífico y tan talentoso. Como en casi todos los films de Hong, en Grass hay gente que come, que bebe, que ama, pero sobre todo que habla: sobre sus dudas, inseguridades, conflictos y proyectos. ¿Será Hong el Bergman contemporáneo?

Más de un cinéfilo arqueará las cejas en señal de sorpresa o desacuerdo, pero si hay un film que permite al menos formularse esta pregunta es Grass. Se trata aquí de constatar lo que ya era muy evidente en el film inmediatamente anterior de Hong, El día después, estrenado en diciembre pasado en Buenos Aires: el director coreano es un excelente “dramaturgo cinematográfico”, como se decía de  Ingmar Bergman. Filma a un ritmo equivalente al del maestro sueco, que en los años ’50 y ‘60 supo ser también muy prolífico; trabaja siempre con una misma troupe de actores y técnicos; tiene desde hace ya varios films una actriz que es a la vez su musa y su compañera (Kim Min-hee), a la manera en que Ingrid Thulin o Liv Ullmann lo fueron para Bergman; y las “escenas de la vida conyugal” son materia frecuente de ambos directores.

En Grass más que nunca, porque a falta de una hay cuatro parejas. Reunidas alternativa o simultáneamente en una misma, íntima cafetería, apta para las confesiones, resuelven o profundizan sus diferencias en largas sobremesas donde el café va siendo reemplazado por el soju, como es costumbre en Hong. A esos ocho personajes hay que sumarle un noveno, una joven solitaria (de nuevo Kim Min-hee), que sentada a una mesa vecina escucha las conversaciones y vuelca parte de ellas en su computadora portátil, como si fuera el alter ego del director. Que la mayoría de esos hombres y mujeres sean gente del mundo artístico (escritores, actores, cineastas) y que un preocupación recurrente en ellos sea la humillación viene a reforzar esta temeraria asociación con Bergman, que el despojado, abstracto blanco y negro no hace sino acrecentar. ¿La gran diferencia? No se trata solamente de culturas diametralmente opuestas. En el cine de Hong siempre hay algo que inexorablemente faltaba incluso en las comedias de Ingmar Bergman: humor. (Jueves 19 a las 21.10 y sábado 21 a las 23.59 en el Village Recoleta).