A esta altura del 20° Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente es hora de destacar la ausencia de documentales en su principal sección competitiva, cuya inclusión era toda una tradición desde hace muchas ediciones. Las razones, desde luego, pueden ser muy diversas. Pero a falta de docs, no una sino dos películas de animación se sumaron a la Competencia Oficial Internacional –que ya comienza a atravesar los últimos tramos antes de la deliberación del jurado–, además de un tercer largometraje interpretado por actores de carne y hueso. En la japonesa Violence Voyager un niño se transforma en mutante y, eventualmente, en el héroe que deberá terminar con cierto reinado de terror, mientras que en la colombiana Virus tropical los avatares de la vida en familia son una cantera inagotable de historias personales y colectivas. Azougue Nazaré, en tanto, registra en formato de ficción las realidades de un grupo de habitantes del norte de Brasil y su afición por las particulares artes del maracatu, estilo performático que tiene su apogeo durante los días de carnaval.

El primer largometraje del recifense Tiago Melo –ganador del premio a la Mejor Película en la sección Bright Future del Festival de Rotterdam– contrapone la religión establecida al paganismo, la realidad evidente con la fantasía y el mito, los rigores de las obligaciones con el placer del canto y el baile (del cuerpo, en definitiva). Rodada en la ciudad de Narazé da Mata, en el estado de Pernambuco, Azougue Nazaré construye a un protagonista que hace las veces de impulsor y receptor de las tensiones que atraviesan todo el relato. Fiel a la tradición del travestismo carnavalesco, durante la época de las fiestas Tiao se transforma en Catita Daiana, exponente de un estilo de maracatu que incluye el desafío de frases en rima improvisadas en el momento (pariente cercano de la payada criolla y del actual freestyle rapero). Ni su devota mujer ni los responsables de la iglesia evangélica local ven con buenos ojos esa práctica forjada en el afro-americanismo, a tal punto que la señalan como sendero de perdición y vehículo seguro para los designios del Diablo. Poco parecen importarles a Tiago y a sus compañeros esas admoniciones, al tiempo que continúan con las preparaciones de los coloridos vestidos y trajes que harán las veces de máscaras durante los días festivos.

La afición por el fútbol –que en algún momento es comparada con el fervor religioso–, la aparición de fenómenos fuera de lo común en los campos de cañaverales aledaños y una lectura particularísima de un pasaje bíblico le van dando forma final a una película libre de ataduras formales, alejada de cualquier clase de pintoresquismo de fácil consumo y digestión global. Y dueña, además, de un sentido del humor que aparece como latigazo en los momentos menos pensados. Gracias a la dirección actoral de un reparto de habitantes de la zona y un guion estructurado a partir de la idea de aguafuerte, la película de Melo consigue zambullir al espectador en un universo paralelo, en el cual las tradiciones y culturas propias de la región terminan por resultar familiares a pesar de su extranjería. Pero a diferencia de cómo podría construirlo un registro rigurosamente documental, Azougue Nazaré logra ese objetivo a partir de la cercanía con los personajes y sus peripecias cotidianas y un concepto de narración cinematográfica que adopta la estructura de la fábula, batiendo y mezclando ficciones y realidades en busca de un sincretismo formal comparable al de la cultura que describe.

En su segunda película de largo metraje luego de The Burning Buddha Man –que se presenta en el Bafici en calidad de estreno mundial–, el realizador japonés Ujicha continúa desarrollando su particular proceso de animación, bautizado como gekimation, cuyos resultados en pantalla se asemejan al recorte de figuras de papel movidas artesanalmente con las manos. La rusticidad naif de esa técnica le sienta bien a la historia de Violence Voyager, suerte de cuento de hadas sin moraleja (o de lecciones morales atípicas) donde el bosque del lobo es reconvertido en parque de atracciones maléfico y el rol de Caperucita Roja es encarnado por Bobby, un chico de unos diez años rubio como la miel. Bobby es mitad americano, mitad japonés, y su particular aspecto –en particular en un pequeño poblado rural– tendrá algunas consecuencias en el desarrollo de la historia, en particular luego de ser atrapado, junto a su mejor amigo, por un maligno científico enfrascado en la manufactura de niños mutantes, una especie de Dr. Moreau nipón y demente. Una vez que los chicos cruzan hacia el otro lado del espejo, desoyendo el deseo de una madre enferma y un anciano de la zona, la pesadilla se desata y no hará más que empeorar con cada nueva vuelta de tuerca.

Definitivamente no apta para los más pequeños –el gore campea y la idea de un campo de experimentación y exterminio de niños puede ser un poco extrema–, Violence Voyager es al mismo tiempo una curiosidad y una interesante traslación del cuento infantil para adultos, a mitad de camino entre un libro de recortes animado y un febril relato de ciencia ficción. En la mejor tradición animista oriental, aquí también hay animales con capacidades especiales: un mono, un gato y hasta un murciélago serán los aliados de Bobby una vez que la transformación de su propio cuerpo llega a un punto de no retorno. 

Muy diferentes a las de Bobby son las aventuras de Paola, la protagonista de Virus tropical, adaptación de la novela gráfica homónima de la historietista ecuatoriana-colombiana (pero instalada en Buenos Aires) Paola Gaviria, más conocida como Powerpaola. Dirigida por el debutante Santiago Caicedo y de producción enteramente colombiana, la película traslada a la pantalla algunas de las viñetas originales respetando a rajatabla el estilo de dibujo y los rasgos de los personajes centrales: una madre, su marido y sus tres hijas.

“En Colombia un director me había propuesto hacerla con actores y eso me parecía fatal. Dije que no, que tenía que ser dibujo”, declaró la autora de la historieta a PáginaI12 en una entrevista publicada hace algunos días. Y tiene razón: la historia del film –que comienza con la concepción de la protagonista y atraviesa varias etapas de su vida, desde los primeros meses como beba hasta los últimos años de la secundaria– podría haber sido realizada con actores y actrices, pero una parte esencial de su gracia radica en las posibilidades que la animación permite a la hora de encarnar en realidad y representación abstracta al mismo tiempo. Una de las varias historias de crecimiento incluidas en esta competencia, Virus tropical logra conmover en más de una instancia y es, en definitiva, un retrato sensible sobre un clan de mujeres que se atraen y repulsan, se aman y se extrañan. Y, sobre todo, se necesitan. Como le ocurre a cualquier madre y a cualquier hija.

  • Azougue Nazaré se exhibe hoy a las 16 en Village Recoleta 8 y el sábado 21 a las 00 en Village Caballito 7.
  • Violence Voyager se exhibe hoy a las 23.20 en Village Recoleta 8 y el sábado 21 a las 21.50 en Village Caballito 7.
  • Virus tropical se exhibe hoy a las 14 en Village Recoleta 7 y el sábado 21 a las 16.10 en el cine Gaumont.
Azougue Nazaré, una película libre de ataduras formales.