Cuando Nubia despierta, una mañana de otoño, lo único que le parece familiar es un fuerte aroma a eucaliptos. No reconoce la habitación donde está ni al hombre rubio que no pasa los 35 años, que le sirve café y le habla sin parar de una carrera de autos que vio y otros detalles que se escurren por la perplejidad y la extrañeza que le generan las muestras de cariño de alguien a quien no conoce. No es la primera vez que le pasa que una porción de sus recuerdos recientes se hunden en el olvido. Nubia decide viajar a una comunidad neohippie y casi vegetariana en Traslasierra para intentar recuperar las piezas extraviadas de su identidad, esa memoria esquiva que la expulsa de su propia intimidad como si fuera una extranjera. “Recordar en realidad es coleccionar. Y cualquiera sabe que el criterio de selección es lo principal para un coleccionista. ¿Cuál sería ese criterio esquivo, esa clasificación que la dejaba con once meses y medio en blanco?”, se pregunta la narradora de Laguna (Bajo la luna), primera novela de la poeta y editora Vanina Colagiovanni, el cuarto libro que publica después de los poemarios Travelling, Sala de espera y Lo último que se esfuma. Si muchos se refugian en pequeñas comunas para exorcizar trabajos alienantes o relaciones dañinas, Nubia practica el camino inverso: olvida para poder experimentar una vida austera y despreocupada.

La primera experiencia de Colagiovanni (Buenos Aires, 1976) con la escritura narrativa le resultó “muy extraña” porque no estaba acostumbrada a pensar en tramas. “Todo empezó por Nubia y por el hecho de despertarse en un lugar y no recordar nada, con esa sensación de extrañamiento total. Anoté esa escena, que no era un poema, y a partir de ahí creí que tenía un cuento y empecé a escribir; pero se fue haciendo cada vez más largo hasta que terminó siendo una novela. También se cruzó el tema de la memoria, de la laguna, con otro tema que me interesa, que es el de la dinámica de los pequeños grupos o de las comunidades cerradas. Me parecía una buena idea que ella, que había perdido el contexto de referencia y que estaba un poco desorientada y no sabía adónde ir, cayera en un lugar que no tuviera nada que ver con lo anterior y que le diera cierto permiso introspectivo para poder bucear un poco en su historia”, explica la escritora y editora que integra el trío editorial del sello Gog & Magog junto con Miguel Ángel Petrecca y Laura Lobov.

–Nubia recuerda algo que le decía su abuela: “Cuando cierres los ojos, algo de todo lo que viste hoy se va nadando al olvido”. ¿De dónde viene esa frase?

–Leí mucho sobre memoria y olvido, desde psicoanálisis hasta tragedia griega. Estaba metida en el mundo de la novela y todo lo que leía me llevaba al olvido como algo líquido, al Leteo donde uno se sumerge y olvida su vida anterior. Me parecía interesante pensar el olvido como algo acuático. A partir de esta idea surge la frase. También leí libros sobre neurociencia, que ahora están de moda con el discurso del cerebro y cómo hacemos para recordar y construir recuerdos. De ahí tomé la idea de que todos los recuerdos son falsos; no es que vas del presente al pasado y pescás un recuerdo y lo traés al presente tal cual y lo revivís, sino que lo estás recreando, modificando, lo volvés a construir, le agregás y le sacás cosas, entonces es otro recuerdo. Esta idea me pareció interesante literariamente: Nubia le agrega y le saca cosas a sus recuerdos. Si la memoria fuera rigurosamente fiel, no serviría de nada. Una frase de Eurípides que me gusta –y que al final no la puse en la novela– es “poder olvidar la desgracia es ya la mitad de la dicha”. El olvido es necesario; nuestras lagunas son parte de nuestra identidad. Si bien Nubia es un personaje particular, te podés identificar porque todos necesitamos del olvido y mil veces uno tiene lapsus y cosas que no puede creer. A mí me da gracia cómo a veces uno va perdiendo recuerdos infantiles y te acordás quién es (Marcelo) Tinelli. Yo prefiero mi recuerdo infantil, pero no tenemos capacidad de discernimiento para decir “este recuerdo lo voy a conservar” y “estos no los quiero recordar más”; es algo inconsciente. Igual aunque no lo recuerdes, están ahí disponibles.

–Hay una pregunta que formula la propia novela: ¿por qué una ficción puede ser más real que lo real?

–La ficción tiene efectos muy fuertes; me ha pasado con libros que leí o con poemas, que tienen incluso más impacto en mí que conversaciones reales o que muchas cosas que pasaron sin pena ni gloria, que pueden llegar a ser hasta intrascendentes. Uno puede decir que la poesía no sirve para nada o que la literatura no sirve para nada, que es cierto, pero también puede tener efectos tan interesantes en una vida como el encuentro con otra persona o una conversación. En la novela, la ficción que ella se crea es necesaria, más que la vida cotidiana que está viviendo en ese momento.

–¿Qué explicación encuentra a la fantasía de escaparse de las grandes ciudades al campo o a lugares más pequeños?

–La idea de que las ciudades no se soportan más y es necesario irse al campo para formar una comunidad o tratar de generar vínculos con los otros es muy atractiva. Yo soy lo menos hippie que hay, no soy así, pero me cae bien, me resulta interesante. Hay casos en los que funciona, pero en otros todo se va al tacho muy rápido porque la gente no cambia, es la misma vaya donde vaya, y termina reproduciendo las mismas relaciones que tenía en la ciudad y en sus trabajos. Si uno no resuelve sus problemas, da lo mismo irte a la India estando angustiada y llorando.