Creada en 2011 por el bailaor español Iván Carrillo Jiménez, La Guapetona es una peña itinerante que convoca a bailaores, músicos, dibujantes y actores a reunirse en espacios culturales y teatros under – tanto de Buenos Aires como de Barcelona o Montevideo– para recrear el rito supremo del arte gitano. Sin otro mérito que el impulso del boca en boca, “la Guape” –tal como se la conoce en el mundillo del flamenco– se convirtió desde entonces en algo más que un fenómeno al que suelen asistir más de 300 personas. Acaso sea un síntoma de la necesidad de intérpretes y escuchas por salirse del cerco de los shows acartonados, los tablados con menú a la carta y los festivales conmemorativos, que aquí hallan un espacio donde conjurar “al duende”, misterioso espíritu que los andaluces dicen sentir en el cuerpo cuando hay improvisación, celebración y corazonada.

Este sábado, con motivo de su séptimo aniversario, la peña nómada reunirá en un mismo escenario (Teatro El Cubo, Zelaya 3053) a cuarenta artistas locales como Maximiliano Serral y Alvaro González (cante), los músicos Nicolás del Cid y Esteban Gonda (guitarra), Pablo Alexander y Juan Romero Cádiz (cajón), junto a las bailaoras Silvana Perdomo, Clara Giannoni, Guadalupe Aramburu, Eva Iglesias y Mónica Romero, entre otras.

“El objetivo es claro: hacer llegar el flamenco a todos los rincones posibles de una manera popular y cercana. Para eso buscamos crear un espacio donde también el espectador forme parte del espectáculo. Si bien el espíritu que rige es el de las peñas flamencas (improvisación y culto al flamenco), nosotros proponemos un estilo más descontracturado, donde también se dan cita la pintura y el teatro fusionándose con la música y la danza”, explica el bailaor acerca de esta suerte de varieté flamenca que incluye, además, una clase de rumba inaugural.

Carrillo Jiménez, además de eximio bailaor (adepto a la propuesta menos ortodoxa del jerezano Joaquín Grilo), ejerce la docencia en Buenos Aires destacándose por sus clases de técnica y por sus creaciones coreográficas. Con una visión moderna de la danza, sostiene que el flamenco siempre fue un arte muy cerrado: “Por ejemplo, en cuento al baile, había muchas cosas que los hombres o las mujeres no podían hacer. Hoy un bailaor tiene la libertad de moverse como quiera en el escenario, puede utilizar mantones, flecos, hasta una bata de cola, y las mujeres ya no necesitan toda la indumentaria que se les imponía antes para poder bailar. Se ha modernizado mucho el estilo gracias a grandes bailaores que están imponiendo nuevas tendencias, como Manuel Liñán o Marcos Flores. La Guapetona va por ese camino de libertad. Estas tendencias por supuesto llegan a Buenos Aires, ya que muchos de los que se dedican al flamenco aquí,viajan a España a aprender, al mismo tiempo que, en este último tiempo están viniendo regularmente al país artistas españoles a impartir cursos y espectáculos”. 

Otra es la visión del cantaor Maximiliano Serral, acaso una de las mejores voces del cante porteño, coplista por excelencia (se recomiendan escuchar por internet sus versiones de los clásicos de Miguel de Molina  en el Teatro Lope de Vega en Sevilla, por ejemplo), para quien “en el flamenco ya está todo inventado”, y las diferencias o matices sólo que se puede observar en el cante particular “en cada artista”, porque “cada uno ofrece un color o un sonido en la voz y luego en la interpretación. Esto siempre fue así. Antes existían cantaores con voces muy dulces, aterciopeladas, y también otros con voces muy rotas o con mucho o poco caudal, y todas esas voces podían transitar dignamente el género y sonar flamenco. Creo que todo depende del conocimiento, la afición y dedicación que se le dé al trabajo”.

Serral además niega que el flamenco nacido en estas tierras, pueda tener alguna característica distintiva del llamado flamenco puro: “Los que nacimos y nos criamos fuera o muy lejos de España, deberíamos plantearnos en primer lugar, mirar, escuchar e intentar imitar lo más posible el flamenco tradicional de Andalucía. Luego (si tenés la posibilidad), viajar a ese lugar, vivir un tiempo allá, convivir con una familia, compartir fiestas, cumpleaños, bodas, bautismos, desayunos en los bares, un tapeo con amigos, porque creo que es una de las mejores maneras de descubrir el flamenco. Las comidas, los olores, los sabores, forman parte del flamenco andaluz. Después, si querés podemos pasar al otro mundo, que es el de la fusión. Pero en este caso abrimos una puerta muy grande que se escapa al flamenco de raíz. En mi caso, lo que hago en algunas oportunidades, es unir las dos raíces, la Argentina y Andalucía, y los interpreto mediante el cante, algún tango argentino en ritmos flamencos (bulerías, tangos o rumbas). Pero no considero a eso un flamenco porteño. Simplemente es una canción porteña, con letra y melodía nuestra, cantada con otro compás. Desde mi humilde opinión, me parece importante dejar en claro esta diferencia. Y con el baile pasa lo mismo: hay estilos de baile más de pies, más de cuerpo, más estilizado, más visceral, académico o de calle, pero nunca se puede perder la raíz. Una patada por bulerías o un baile por alegrías es de una sola manera. No me imagino bailar unas bulerías, más allá de que nací en Buenos Aires, con la energía o una impronta arrabalera”.