Una sentencia de la política tan vieja como el tiempo, aplicable a otras áreas y disciplinas, dice que un argumento o acción son defendibles en tanto haya manifestaciones de sentido exactamente inverso capaces de sostenerse.

Es aquello de que no resiste hablar a favor de la felicidad, de todo lo que podríamos hacer juntos los argentinos, de la lucha contra la corrupción, del recato que se necesita en la función pública, porque nadie, en absoluto, podría ser contrario a aspiraciones de ese tipo. 

Para el caso, voceros periodísticos del macrismo –todos ellos, en verdad– arguyen que el malhumor extendido por los tarifazos sorprendió al Gobierno. Pero no por la esperable reacción social sino porque los cuestionamientos partieron desde la propia alianza oficialista, a través de Elisa Carrió y de la conducción de la UCR encabezada por el gobernador mendocino Alfredo Cornejo.

La conclusión de los pregoneros oficiales es que Cambiemos afronta su aprieto más serio desde la asunción de Macri, porque los tiros salieron de la tropa aliada. Y que entonces debe seguirse muy de cerca la evolución del asunto porque tanto la diputada del bloque Sólo Importo Yo como los radicales habrían tomado nota de que la bronca popular crece hasta el punto de querer cortarse solos en, para empezar, aspectos de advertencia. Aquí es donde surge lo insostenible del argumento, porque no hay literalmente ninguno en contrario que aguante el más mínimo análisis.  

El gobernador de Mendoza debutó como presidente del radicalismo nacional hacia fines de febrero pasado, bajo escolta del cordobés Mario Negri, el chaqueño Ángel Rozas –titulares ucerreístas en Diputados y Senadores, respectivamente– y, entre otros, el autócrata que gobierna Jujuy, Gerardo Morales. Los medios oficialistas, con toda razón, presentaron el escenario como un acercamiento más profundo de los radicales hacia Macri. De hecho, en esa presentación en un hotel porteño, Cornejo no dudó en apoyar al policía Luis Chocobar, procesado por haber asesinado a un ladrón por la espalda. Y dijo que esa era “la posición del partido”, también entre otras perlas de adhesión completa al Gobierno. 

Cuando comenzó a caldearse el tema tarifas, al llegar las facturas de los servicios públicos que preanunciaron el clima reinante y seguramente porque todavía deben quedar algunos radicales “orgánicos” sin mayores ganas de seguir comiendo vidrio,  Cornejo afirmó que Juan José Aranguren no es un ministro que les haga bien. Después de todo, el cimbronazo de aumentos tarifarios que llegan al 1600 por ciento, desde que preside Macri, les cae a pequeños y medianos comerciantes e industriales nucleados en derredor del voto Cambiemos. Una cosa es que el tradicional voto gorila de los radicales haya sido captado por el macrismo, y otra que con el gorilismo puedan pagarse los tarifazos. En la misma sintonía saltó Carrió, que además juega sus batallas personales contra Lorenzetti, Angelici y la compañía que mejor le siente a su papel de monja impoluta.

Acerca del presunto trance de Cambiemos, en síntesis, cabe observar a qué conduciría la hipótesis de un estallido interno como el que mentan sus tan independientes agentes de prensa. 

¿Carrió se abriría para lanzar una candidatura testimonial, siendo que ella misma acepta su influencia positiva sólo como producto de la efigie anticorruptela y nunca porque pudiera ser vista al mando ejecutivo de nada de nada?

¿Cornejo, algún capitoste del radicalismo o quienes fueren en lo que queda de ese partido –un aparato de algunas gobernaciones e intendencias, en lo básico– plantearían una opción alternativa a lo único que les queda –Macri, el PRO– para sobrevivir territorialmente?

Ni siquiera es necesario subrayar la especulación de que Carrió desempeña el rol de policía buena versus el malo al que se le va la mano del ajuste imprescindible contra la herencia kernerista. 

Ni siquiera se impone que el apremio de los radicales empieza y termina en marcar la cancha, para conseguir lugares más expectables en el reparto de la torta electoral. Sin ir más lejos, el propio Cornejo trabaja para acompañar a Macri en la fórmula presidencial 2019.

Es la obviedad de que la una y los otros consiguieron que la agenda pública contra los tarifazos pase por ellos. Por la “interna” gubernamental. Hay que sacarse el sombrero frente a esa forma de manejar la cuestión, así sea coyuntural y, quizás, sin más alcances que el de sus recursos propagandísticos. El Gobierno fija el discurso, y los medios oficialistas lo traducen como una crisis intestina entre halcones y palomas que sólo buscan, patrióticamente, resolver el desastre del período K. En verdad: chapeau. 

La táctica no termina ahí.

Producto del inconveniente/crisis autogenerados; del escándalo en Diputados, que en las redes y los medios habilitaron desviar la atención con el legislador ausente en el momento justo y con el que espiaba atrás de una cortina; de que en efecto constataron nubes sociales espesas, hubo convocatoria “urgente” a Jefatura de Gabinete para reunión con los díscolos amigos radicales. De allí se salió con el anuncio del aplanamiento de las tarifas, consistente en que los mazazos se podrán pagar en cuotas pero con recargo de intereses. Y eso tampoco es todo porque, para que el Gobierno satisfaga su previsión de déficit fiscal sin afectar en absoluto el ingreso de quienes más tienen, resta un quite de subsidios que incrementará las tarifas en otro porcentaje abusivo entre lo que resta del año y comienzos del próximo. Sacaron cuentas, encima, sobre el consumo energético del invierno anterior, que fue el más caluroso de la historia. Pero como el pago podrá ser en cuotas, nunca se descarta la probabilidad de que la zanahoria prenda entre tanto impávido que nunca falta. Como fuera, a la salida de la reunión en Casa Rosada, los traviesos radicales coincidieron en que hubo acuerdo y en que, Cornejo dixit, “los argentinos deben consumir menos”. Por si no fuese suficiente, el gobernador y Marcos Peña se mostraron a codo a codo, el sábado, para advertir que “más que nunca tenemos que demostrar entre nosotros y hacia afuera por qué estamos juntos”. Esa fue toda la crisis de Cambiemos. 

El ruidazo y la marcha de las velas, aun con sus pesos acotados; la reaparición del hit del verano; el antecedente tan próximo de la manifestación espontánea e impresionante de sectores de clase media contra la reforma previsional, lo que se detecta en casi cualquier diálogo de esos que miden la temperatura callejera, revelan o descubrirían un aire donde se cruzan indignación, desengaño, incertidumbre, falta creciente de credibilidad respecto del oficialismo. Sin embargo, como tan bien sintetizó Luis Bruschtein en su columna de anteayer, los golpes son más fuertes que las respuestas. Para abundar ya cansadora pero irremediablemente, el problema es un paisaje opositor que el Gobierno explota casi de maravillas (no requiere de mucho esfuerzo, también es cierto) y en el que una figura como la de Luis Barrionuevo (capaz de hablar del prontuario de CFK) aparece como ordenador del PJ, ladeado por rostros que tienen de todo menos imagen de renovación o de naturaleza alguna de ese tipo. 

Por ahora, podría asegurarse que el Gobierno que se supo conseguir tiene de sobra para estar intranquilo y seguro a la vez.