Al recibir el Premio Cervantes, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez aseguró que "no hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura" y que “cerrar los ojos ante la realidad de la violencia, el narcotráfico o el exilio es traicionar el oficio".

Antes de comenzar el discurso, el escritor nicaragüense, que lució un lazo negro por los recientes sucesos en su país, dedicó el Premio Cervantes, que recibió de manos del rey Felipe VI, a la memoria de sus compatriotas que en los últimos días han muerto "por salir a la calle a reclamar justicia y democracia".

El ex vicepresidente de Nicaragua, entre 1985 y 1990, durante el primer gobierno de Daniel Ortega, dedicó el premio también "a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales por que Nicaragua vuelva a ser república".

En su discurso, consideró que no se puede ignorar la realidad de los "caudillos del narcotráfico" ni "el exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos impuesto por la marginación y la miseria, y el tren de la muerte que atraviesa México con su eterno silbido de bestia herida, y la violencia como la más funesta de nuestras deidades (...) o las fosas clandestinas que se siguen abriendo, los basureros convertidos en cementerios".

Ramírez recordó en su discurso a su país, a sus abuelos y a su madre, quien le enseñó a leer el Quijote, y reiteró su admiración por Cervantes y por Rubén Darío, con quienes la lengua española hizo un viaje de "ida y vuelta".

Precisamente ese fue el título de su discurso, en el que explicó cómo la lengua de Cervantes hizo a Centroamérica el viaje de ida cuando en 1605 llegaron los primeros ejemplares del Quijote. Tres siglos después, Rubén Darío devolvió a la península "novedades liberadoras" de la lengua que recibió en herencia de Cervantes, "sacudiéndola del marasmo".

Una lengua que nunca ha dejado de ser cervantina, reconoció Ramírez, que señaló que el castellano se reinventa de manera constante en el siglo XXI mientras se multiplica y se expande: una lengua viva que "reclama cada vez más espacios y no entiende de muros ni fronteras".

Rubén Darío fue "quien creó nuestra identidad, no sólo en sentido literario, sino como país", afirmó Sergio Ramírez sobre Nicaragua, y consideró curioso "que una nación americana haya sido fundada por un poeta con las palabras, y no por un general a caballo con la espada al aire".

También se refirió a su paso por la política. "Si un día me aparté de la literatura para entrar en la vorágine de una revolución que derrocó a una dictadura, es porque seguía siendo el niño que se imagina de rodillas en el suelo de la venta presenciando la función de títeres del retablo de Maese Pedro, ansioso de coger un mandoble para ayudar a don Quijote a descabezar malvados", recordó.

Y rindió homenaje al mexicano Sergio Pitol, Premio Cervantes 2005 y recientemente fallecido, un "cervantino hasta la médula, porque nunca se atuvo a la pesadez y supo trocarla por el humor, la ironía y la parodia, un raro de los de Rubén, que supo hacer de la escritura una fiesta".

Ramírez, con un crespón negro en su solapa y tono grave, recordó la situación de su país a su llegada al paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), donde se celebró la ceremonia. Resaltó su "historia reiteradamente desdichada" y los sucesos ocurridos en estos cinco días de protestas contra la reforma previsional anunciada por el Gobierno de Daniel Ortega -y posteriormente derogada-, que han dejado al menos 27 muertos y más de 100 heridos.

El Autor de más de cincuenta títulos, ente ellos "Margarita, está linda la mar", "La marca del zorro" o "Adiós, muchachos", volvió a aunar literatura y política, algo que le ha perseguido en su vida por su compromiso como escritor. Un novelista, ensayista, cuentista, que no ha estado nunca en una torre de marfil.

"Escribo entre cuatro paredes -dijo el escritor-, pero con las ventanas abiertas, porque como un novelista no puedo ignorar la anormalidad constante de las ocurrencias de la realidad en que vivo, tan desconcertantes y tornadizas, y no pocas veces tan trágicas pero siempre seductoras".

Ramírez, sostuvo, además que la novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas. Tras el discurso del flamante Cervantes, que estaba acompañado de su mujer Tulita, sus tres hijos y ocho nietos, el rey Felipe VI elogió su "compromiso con la lengua y con la ciudadanía".