Hay un magnetismo en Piel de Lava. La sala llena del Teatro Sarmiento que festeja la retrospectiva de todas sus obras así lo demuestra, y también la cantidad de espectadores dispuestos a asistir al maratón de cuatro obras por fin de semana para ver en tres días lo que el grupo fue presentando a lo largo de catorce años. Fue en el 2004 que las Piel de Lava se constituyeron como grupo y este dato importa mucho más de lo que parece: además de colegas y muy jóvenes, eran amigas. Todavía lo son. Y eso se siente, lo transmiten en cada escena, quizás hasta de modo inconsciente. Sobre el escenario hay cuatro chicas, mujeres, que aman lo que hacen como el primer día, están en su elemento y sobre todo aparecen tan concentradas en la tarea de hacer teatro que el aire de humildad, de tomarse en serio el propio trabajo y que nada importe más, es palpable. Es ese impulso de los veintipico, esa voracidad por crear algo nuevo y ponerlo en escena con inteligencia, lo que las mantiene afiladas.

Se conocieron en talleres en los que se estaban formando como actrices: Elisa Carricajo, Valeria Correa y Laura Paredes coincidieron en un taller de montaje que dictó Rafael Spregelburd y del que salió Fractal, una obra que se mantuvo en escena durante varios años. Elisa y Pilar Gamboa, por su parte, se conocían del taller de Alejandro Catalán y Colores verdaderos, que sería la primera experiencia de Piel de lava, era originalmente una escena que ellas trabajaron en ese contexto. Valeria Correa empezó a dirigir la obra en la que actuaban Elisa y Pilar; luego se sumó Laura Paredes como asistente de dirección. Pero con Neblina llegó la conformación definitiva del grupo en concreto y también como idea, la de un pequeño colectivo sin jerarquías en el que todas hacen todo; si bien fue la segunda obra, fue la primera en la que decidieron escribir, dirigir y actuar las cuatro. Con el tiempo estrenarían además Tren y Museo, y la retrospectiva que por estos días repone las cuatro obras en el Teatro Sarmiento deja ver, además de cuatro piezas divertidas con el sello particular del grupo, un trabajo de años al que subyace una manera de entender el teatro.

La clave es, cada vez, la inmersión en un mundo, que no es realista sino más bien una re-creación llevada a cabo con mucha libertad, volviendo a ese universo lo suficientemente flexible como para que al mismo tiempo permita decir algo sobre la ficción, la puesta en escena, el arte. En Colores verdaderos, Carla (Elisa Carricajo) y Marina (Pilar Gamboa) son amigas que comparten una oficina. El trabajo cruzado por la amistad remite también al momento de hacerse adulto (de “no quiero más moto”, como dice en un momento Marina, al mismo tiempo que enuncia el deseo de tener un novio con auto). Las dos chicas repasan la adolescencia, discuten el levante más reciente y sueñan con otra cosa pero están atadas a esos escritorios en los que se dedican a vender algo que es tan del orden del sinsentido como mucho del trabajo adulto (un misterioso producto que se llama Flo Bloc). Y a pesar de que la obra es más breve y de menor complejidad que las otras, basta con ver la secuencia de pelea y reconciliación entre Marina y Carla para darse cuenta de que las Piel de lava tenían veintipico y ya habían entendido todo: las relaciones entre amigos o parejas, lo que hay en el teatro de espectáculo en el sentido más originario del término, incluso con su cuota de papelitos de colores, o lo que pasa en el escenario cuando los que toman la posta son los cuerpos.

Con respecto a Neblina, casi mítica -porque fue además la obra que vieron Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu y que les dio la idea de “hacer algo con las chicas”, ese pequeño impulso que creció como una bola de nieve hasta dar esa película de 14 horas protagonizada por las Piel de lava que es La flor-, las actrices decidieron por distintos motivos no repetirla y en cambio ofrecer una conferencia sobre la obra a la que titularon Neblina revisitada. En este caso el mundo es el del propio grupo y su manera de hacer teatro pero no en abstracto, sino atravesada por ese factor real que las transformó a lo largo de estos años: el tiempo, y ese arco que va también de los veintipico hasta los casi cuarenta. Un arco que coincide, a grandes rasgos, con el momento en que cualquier artista, de la rama que sea, sueña con una “carrera”, éxitos, poder vivir de lo que hace, y el momento en que muchas de esas cosas ya están definidas, las posibilidades son menos pero también se vuelve sobre lo pasado para darse cuenta de que mucho de lo que se pensaba como un tiempo de proyectar fue también tiempo vivido. El tema desborda, termina por exceder al grupo: Neblina revisitada se trata tanto sobre Piel de lava como sobre la relación que puede establecer cada unx ya llegando a los cuarenta, artista o no, con el o la joven que fue.

En Tren el mundo es el de la fe en un sentido amplio, enfocado en cierta difusa iglesia evangélica que remite en su discurso también a la superación personal y la autoayuda y, por extensión, a los lenguajes en los que nos armamos para sostenernos, sus límites y sus debilidades, la medida de ficción y de puesta en escena que suponen. Hay un momento brillante en el que Melisa (Pilar Gamboa) está escribiendo una carta a los fieles, una especie de sermón con conceptos prefabricados que le va dictando Silvia (Valeria Correa). Lo que se muestra ahí es el andamiaje de una obra cuya efectividad consistiría, como en el caso de la religión, en que solo se perciba el contenido. Hay cierta maldad al respecto -el contraste entre las caras largas, deprimidas de algunas de las pasajeras del tren que concurren al seminario, con lo que dicen- pero también una cuota de piedad o comprensión; el seminario, después de todo, y la iglesia misma, son la ocasión que encuentran estas mujeres para estar juntas, para subirse a algo más grande que ellas mismas. Pero solo el arte, se podría decir a partir de esta obra, se puede dar el lujo de poner en escena la construcción al mismo tiempo que el contenido y hacer del vínculo entre esos dos órdenes algo dinámico, tanto como los movimientos de las cuatro actrices en escena.

En Museo, quizás el objeto más complejo que crearon las Piel de lava, el nivel de la representación se multiplica: cuatro mujeres están en un museo que pronto se va a inaugurar, acaban de terminar una visita guiada y discuten los detalles de la construcción teniendo a la vista una maqueta del propio edificio, y luego un mapa. Otra red de conceptos más abstractos se teje en la conversación, que discurre con gracia sobre la creación artística, la institucionalización del artista, el sostén material que se necesita para producir una obra. Pero Museo agrega una capa más de sentido para experimentar, de la manera más literal posible, con el propio grupo y sus integrantes, los roles que cumplen, la posibilidad de volverlos intercambiables, a partir de una secuencia donde una de las actrices, Valeria Correa, se retira de la escena y las demás comienzan a imitarla. Primero como un chiste a cargo de Pilar Gamboa, la más comediante en un grupo de comediantes, y luego como una especie de ensayo, una calesita donde cada una ocupa el lugar de la otra y dice sus diálogos. ¿Qué pasa con la identidad y hasta con la personalidad cuando se trabaja de a cuatro? Hay risa pero también angustia, cierta tensión imposible de resolver, entre el trabajo grupal y la necesidad individual de ser irremplazables, irrepetibles.

Pero lo que es más importante: para investigar cómo se arma y desarma la ficción es necesario mostrar sus bordes. Por eso cada obra de Piel de lava es una composición de momentos que cristalizan y se disuelven frente a nuestros ojos, que constituyen un todo coherente pero también tienen vida propia, desvían la atención hacia horizontes que están mucho más allá de la escena, tienden líneas hacia otros puntos. Esa capacidad para construir artefactos que propongan un “tema” más bien como un dibujo más o menos nítido alrededor del cual se vayan ordenando otras cuestiones, ejercicios, experimentos, y que a la vez remita al funcionamiento del propio grupo -y todo eso aligerado por la risa, desprovisto de solemnidad- probablemente sea lo característico de Piel de lava. Por estos días el grupo ensaya su próxima obra, Petróleo, de la que hasta el momento saben menos de lo que podría esperarse. Sumergidas en una materia que de verdad irá tomando forma solo a medida que se acerque la fecha de estreno, lo que pueden decir sobre Petróleo es que transcurre en la Patagonia, en un pozo petrolero. Pilar, Valeria, Elisa y Laura van a interpretar a cuatro trabajadores que conviven en un trailer. Saben eso, y que probablemente la obra tenga que ver con las construcciones de masculinidad y femineidad además de con el mundo del trabajo, y que recién están probándose pelucas y bigotes.