Las manos de Norma Cuevas sostienen las fotos de su hija. Ana María Acevedo es joven y tiene una sonrisa que la para de cuerpo entero. No es la misma que está deformada en una cama de un hospital con una remera rosa y sus cachetes fuera de control. Los médicos no quisieron interrumpir un embarazo inviable y tampoco curarla de un cáncer bucal ni realizarle cuidados paliativos. Norma tiene al lado a Paula Basualdo, una de las expositoras que se llaman pro vida y tiene las uñas color vía láctea que es una forma de llamar al blanco y la camisa blanca casi cerrada al cuello. A Norma el roce la perturba, hay una ofensa en la subestimación de las expositoras que se oponen a la legalización del aborto sobre el poco impacto de las muertes por aborto clandestino en Argentina. “Es una falacia que es un problema de salud pública”, dice Paula Basualdo. La rabia la hace apretar sus uñas naranjas con brillitos contra las fotos como estampita de una lucha en la que la tumba de Ana es un Nunca Mas del feminismo. 

-Ella no está donde tiene que estar- dice Norma. Y a pesar, incluso, de las normas estrictas de no intercambiar, nadie le dice nada, cuando su voz aparece enfrentada, a las que en nombre de la vida le negaron la vida a Ana. Sus pies suben y bajan, tiemblan, esperan, hasta que a la tarde del martes 24 de abril el Congreso le da siete minutos para hablar. 

Ella misma se hizo el tatuaje de Ana en su brazo que muestra su rostro como una de las formas del no olvido. Y se imprimió la remera. Casi no ve. Pero pide agrandar la letra de un poema. Y antes de hablar sabe y quiere ser escuchada. Y, a pesar, que la invitan a salir a tomar un café, ella dice que se queda, ahí donde el roce duele y el debate no es solo un paseo por discursos encontrados, ella se queda a plantar su presencia y a escuchar para rebatir. “Mi hija murió por los curas. Ya me van a escuchar”, dice, fuera del blanco inmaculado, con pantalones camuflados y zapatillas rosas, con lo que vino de Santa Fe, casi no a quedarse, solo a alzar su voz. Guarda sus papeles en una bolsita de plástico que dice “Feliz día papá” y en el que lleva su expediente y atesora el libro sobre aborto de Mariana Carbajal, pionera en cubrir su caso en PáginaI12 y que para ella, también, es otra de las formas de homenaje a su hija. 

Ana María alza la voz por su hija y las hijas colectivas se plantan en pañuelazos que vuelan corpiños y piden derechos y deseos en los colegios y en el Congreso, van a charlas y sientan a los diputados y las diputadas a que las escuchen, abren puertas en todos lados y son la juventud que pide el Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Sí, es cierto, gran parte del debate es una escena para escuchar a una inquisición que ya no tiene forma de imponer sus veredictos. Pero también explaya la voz de quienes no quieren escuchar que al deseo y a las chicas nadie las vuelve atrás.