“Fin de discurso”, recuerda Claudia Piñeiro que dijo antes de dejar las páginas ya leídas, el micrófono, y sacar de un bolsillo el pañuelo verde, por el derecho al aborto, que enarboló como bandera en la apertura de la Feria del Libro. Recuerda, también, que esas tres palabras no estaban escritas, pero que necesitó decirlas. Acababa de dar un discurso profundamente político y en un escenario conflictivo, tanto que la protesta de la comunidad educativa de los profesorados porteños impidió a los funcionarios argentinos tomar la palabra. Habían hablado el presidente de la Fundación El Libro, Martín Gremmelspacher, y el director de Ciencias y Artes de Montevideo, Juan Canessa;  era el turno del ministro de Cultura porteño, Enrique Avogadro, y estalló la manifestación inesperada, que sólo se detuvo cuando Piñeiro subió una escalera breve, dejó atrás el atril, se paró en medio del escenario, con su saco verde brillante, y empezó a hablar.

-Cuando empecé a pensar el discurso para la Feria, había una cosa que estaba clara desde el principio, y era la pregunta acerca de qué se espera de un escritor. Yo me lo vengo preguntando. Cuál es el rol, que se ha perdido justamente en la sociedad, en un punto de intervención o no. Está lleno de escritores que dicen que no les interesa intervenir y me parece válido. Pero nosotros, en Argentina, tenemos una tradición de escritores que han intervenido políticamente y  eso desapareció.

–El discurso que dio en la Feria fue político: se define como trabajadora, propone recuperar el lugar del intelectual público, se planta como ciudadana y exige como tal y como mujer en todos esos roles. Seguramente se había preparado para que el discurso tuviera un efecto, una repercusión también política. Pero las circunstancias cambiaron, no eran las previsibles

-Las circunstancias cambiaron claramente, porque faltaron dos discursos que no se pudieron dar. Yo mencioné algo de los premios nacionales y alguien me dijo que el ministro (de Cultura de la Nación, Pablo) Avelluto  tenía para anunciar que los premios volvían, aunque no sé en qué condiciones. Hubiera sido un lindo intercambio ése, porque a lo mejor yo hice algún comentario que él o alguien podía contestarme, porque lo que interesa es el debate. Eso no se pudo dar. Ahora, independientemente de eso, el escándalo, entre comillas, que sucedió ahí, yo no sé si hizo que el discurso se leyera más. En los grandes medios se habló del escándalo, eso es cierto, pero la circulación del discurso fue extraordinaria. Si no hubiera habido ese escándalo, ¿se habrían preocupado por cuál era el discurso de apertura de la Feria? No lo sé. No sé si la potencia del discurso era suficiente para que igual se disparara de esa manera o el tema del escándalo hizo que mucha gente estuviera mirando qué pasaba en la Feria del libro. Lo que sí me pareció como mágico fue estar sentada en una silla, esperando para subir al escenario, y que lo que tengo escrito de repente dé cuenta de lo que está sucediendo en ese lugar. Eso es lo mágico de escribir, esa cosa que decís no anticipatoria, porque no es que vos anticipás: vos tenés la sintonía con lo que está pasando. Eso es lo que no tienen a veces los políticos, la sintonía. Vos leés lo que está pasando y decís “de esto hay que hablar, esto es lo que está pasando”. ¡Y vas ahí y está pasando! Resulta mágico en un punto. En un momento, cuando leía el discurso, los que estaban protestando me decían “¿por qué no hablás de tal cosa?” y yo respondía “esperame, que está escrito”. Ellos preguntaban quién les va a enseñar a los chicos, y mi discurso tenía una fuerte apelación a que si de la escuela pública los chicos no salen con las habilidades básicas de lector, por mucho que queramos fomentar la lectura no lo vamos a lograr. Nadie que no lea de corrido puede encontrar placer en la lectura. Entonces, yo, sin saber por supuesto que iba a pasar lo que pasó, en mi discurso contestaba algunas de las cuestiones que se estaban planteando, o por lo menos tenía puntos que permitían un diálogo con el humor social en ese momento. 

–En la sala, cuando estalló la protesta fue un momento intenso.

–Había que tomar muchas decisiones. Si subís o no subís, si te vas, porque otras propuestas eran “vámonos todos”, y estaba la pregunta de “si subís qué hacés”. Cuando yo subí al escenario, los que protestaban seguían reclamando y hablando. No es que subí y se callaron: yo empecé a hablar y no se habían callado. Se callaron cuando dejé el atril y me paré adelante. No es lo mismo pararte detrás del atril y hablar en un tono monocorde que pararte en el centro del escenario y hablar. Son todas decisiones que uno toma de cómo plantarte frente a alguien que te está interpelando. No lo digo como un valor mío, resolví hacer eso porque intuitivamente sentí que si no lo hacía, no paraban. Después algunos me criticaron porque dijeron que yo los convalidé hablándoles a ellos. Yo quisiera saber por qué no le hablaron los demás a ellos. Porque me parece que una de las formas de calmar las cosas es hablar. Dejaron que eso creciera y después, cuando Avelluto sí quiso hablar, porque él en realidad sí tomó el toro por las astas, se había desmadrado todo. Todo llegó a una tensión tal que era difícil de manejar. Yo digo: ¿cuál es la solución que planteaban? ¿Que los sacara la policía? Esto era de entrada libre y gratuita, no estaban cometiendo ningún crimen. Sí, no dejaban dar los discursos, eso es verdad. ¿Y eso justifica que vos los saques? Yo creo que no. Yo opino que las personas deben reclamar lo que tienen que reclamar y que lamentablemente si a vos no te escuchan, tenés que ir a un lugar de visibilidad. Es lo mismo que cuando alguien corta una calle. Por supuesto que no me gusta que las calles estén cortadas y por supuesto que me incomoda, pero entiendo que si no cortan la calle, vos ni te enterás de lo que pasó. Entonces, ¿cómo no se puede resolver eso de otra manera? O sea, enterándote de qué es lo quiere la gente antes de que suceda. Yo no sé cómo fue exactamente la previa, pero evidentemente algo pasa ahí. Y lo que me da un poco de pena es que el reclamo haya sido a Avogadro y Avelluto, porque no es su área, ninguno de los dos tiene que ver con esa cuestión. ¿Pero dónde más podían ir a hacerse notar, dónde podían ir a que los escucharan los que protestaban? No lo sé. Los reclamos que no son escuchados a tiempo producen estas explosiones. 

–Hubo también quienes criticaron que usted no condenara la protesta.

–Con eso me pasan dos cosas: primero, que nadie más se había animado a intentar parar lo que pasaba. Es gracioso que piensen que yo, como soy la única que pude hablar, tenía sobre mis espaldas la responsabilidad de pararlo. Es malicioso por parte de quienes lo sugieren cargar sobre una mujer, que fue la única que pudo parar la cosa, una responsabilidad que ninguno de los varones ahí presentes pudo asumir. Me parece miserable ese comentario. Además, si condeno eso, digo algo que no es lo que pienso; no pienso que la gente no debe manifestarse. Sí pienso que debían haber dejado hablar a los ministros, no tengo ninguna duda de eso. ¿Yo podría haber pedido que los dejaran hablar? Tal vez sí, pero yo tenía que terminar mi discurso, acomodar los papeles y levantar un pañuelo verde, que era lo más importante para mí. Reaccioné como pude.

–Volviendo al rescate de esa tradición argentina de la figura del escritor que interviene públicamente y toma parte en debates sociales, ¿en quiénes piensa o quiénes le parecen interesantes, más allá de si comparte o no sus posiciones?

–Rodolfo Walsh, claramente. Lo que pasa es que si pensás en cómo terminó Walsh decís bueno, a lo mejor hay que cuidarse. Porque también está ese problema en Argentina: cuando hay una intervención pública muy fuerte, sabés que tenés cosas para perder. Por supuesto, no estamos en este momento en una situación igual a la de la represión clandestina que mató a Walsh, pero de todos modos sabés que según la intervención que vas a hacer te van a salir a pegar con las herramientas del momento. Ahora hay prácticas usuales en redes sociales. Yo, por ejemplo, uso Twitter, y después del discurso en la Feria hubo gente que para agredirme empezó a hacer circular un tuit mío de hace un año, en el que preguntaba “¿dónde está Santiago Maldonado?”, como si con eso me fueran a insultar. ¡Me parece increíble que alguien crea que te está insultando con eso! Cuando yo pedí cuentas por eso, me dijeron “era para marcar que siempre estás del lado equivocado”. Bueno, me quedó claro que estamos en distintos lados, pero no sé quién está del lado equivocado, porque haya pasado lo que haya pasado con Santiago Maldonado, obviamente la sociedad y nosotros teníamos que preguntar dónde estaba, ¿o porque apareció después está mal que hayamos preguntado? Yo no tengo ninguna duda de que teníamos que preguntar. 

–Se esgrime la intervención pública pasada como carpetazo

–Exacto. Y me pareció realmente grave, porque además, ¡hay que ir a buscar qué dijo Fulana hace meses sobre tal cosa! Es impactante que en función a un discurso alguien se tome el trabajo de ir a buscar qué dijiste hace un tiempo sobre tal otra cosa.

–Cuando estaba vigente esta tradición del escritor interviniendo en la cosa pública, políticamente, desde un lugar no partidario pero sí político, se armaban debates entre intelectuales, entre revistas. Argentina tiene una tradición fuerte de eso. Ahora, en cambio, no sucede, se hace este uso de redes que usted marca y la posibilidad de debate queda subsumida como en pequeñas reyertas.

–Y que enseguida se acaban de esta manera, porque te cuidás de no decir porque van a salir a decirte alguna cosa, o van a atacarte o lo que sea. ¡Y la cantidad de gente que aparece en las redes insultándote! A mí con lo que más me insultaron en este último tiempo, en realidad, es con lo de las estatuas (N. de R.: fotos de estatuas en espacios públicos que habían sido intervenidas con el pañuelo de la Campaña por el derecho al aborto). Cuando subí foto de la estatua de Alfonsín con el pañuelo, me dijeron todo lo que se te ocurra. Me llamó la atención también, porque uno tiene un discurso político en el Congreso, pero con lo que te insultan es con los pañuelos en las estatuas.

–¿Tiene hipótesis de por qué pasó eso?

–Creo que porque ahí se atreven a meterse. No se atreven a decir que está mal lo que dije en alguno de los discursos, pero sí dicen que está mal mancillar el honor de un muerto haciéndole decir que él está a favor del aborto, cuando en realidad el propio Alfonsín, durante el proceso de reforma constitucional, se encargó explícitamente de vetar un artículo que podía volver inconstitucional, en el futuro, la legalización del aborto. Son ignorantes. Pero además el objetivo es insultarte y que vos te sientas humillada y no vuelvas a intervenir. A veces lo logran. Yo conozco mucha gente que se cansa de que la maltraten.

–Estas últimas semanas hizo intervenciones públicas fuertes: expuso en una de las audiencias en Diputados por la legalización del aborto, pasó lo que pasó en la inauguración de la Feria. Pero esas intervenciones son deliberadas, hay una decisión de hacerlas, de intervenir.

–Es que la pregunta, que hago en el discurso de la Feria, sobre qué se espera del escritor, es una pregunta que yo me hago. Si hay que intervenir o no, y en qué, porque tampoco tenés por qué opinar de todo y hablar de todo, pero sí hay determinados temas que son trascendentes en nuestra sociedad, como es la ley del aborto, en los que me parece que sí hay que opinar. Y en el caso de la Feria, yo en las aperturas he escuchado infinidad de discursos, algunos me encantaron, otros me encantaron menos, pero son todos muy diversos. Muchas veces en ese discurso lo que hace un escritor es un recorrido de su historia literaria, pero es algo que también nosotros lo hacemos en otras circunstancias. Yo, por ejemplo, tengo una entrevista, tengo charlas con otros escritores, tengo otros lugares donde hacer eso. Al pensar en qué decir, lo que pensaba es que yo iba a venir después de cuatro discursos que en general son políticos. Y habitualmente, después de eso, los escritores venimos a hablar de literatura. Pero en la Feria tenemos un montón de lugares para hablar de literatura y lo que yo quería era contar cuál es nuestra situación como escritores, trabajadores, como mujeres dentro de ese campo cultural y hablar también del rol del intelectual, que es la palabra clave, y que es una palabra que incomoda porque tiene algo de elite, ¿no? Por eso yo quería todo el tiempo llevarlo a que no es una cuestión de elite sino de oficio. Así como otro sabe hacer zapatos o sabe manejar un taxi o sabe hacer una cirugía, nosotros sabemos hacer ciertas cosas que tienen que ver con nuestro oficio, porque trabajamos con la palabra. Entonces, cuando alguien quiere hacer manipulaciones del lenguaje nos damos cuenta; cuando alguien quiere pintarte personajes maniqueos, te das cuenta; cuando alguien quiere imponer su punto de vista como si esa fuera la verdad, cuando te hablan de La Verdad, también te das cuenta . Eso es un ejercicio del novelista, del escritor, del que está con la palabra. A lo mejor es un aporte que podemos hacer. Lo que quería plantear era eso: retomar la intervención pública bajándola del pedestal y acercando herramientas que nosotros tenemos y que a lo mejor a los otros les son útiles. 

–Cuando la convocaron para hablar en las audiencias de las comisiones de Diputados por aborto, ¿no dudó en aceptar?

–Me llamaron de la Campaña, me dijeron que estaban buscando personas con cierto conocimiento público, que pudieran hablar desde otro lugar, porque tenían muchos médicos y juristas, pero que tal vez, a veces, esos discursos son esperables y los diputados no registran tanto. Por eso estaban buscando personas que pudieran dar un discurso desde otra mirada, que pudiera sacudir un poco la situación. Por eso Martha Rosemberg me pidió y dije que sí. No dudé porque me pareció que era casi un deber cívico, sinceramente. Me pareció que había que hacerlo. ¿Tenés cosas para perder? Sí, obviamente. A las personas que somos figuras públicas, las actrices, las escritoras, por ejemplo, nos pueden decir “no te compro nunca más un libro”, o “te saco de tal contrato de publicidad porque no va con mi producto”. Es decir, nosotras tenemos cosa para perder muy concretas, de trabajo. Pero me pareció un deber cívico, hay cosas a las que no podes decir que no, hay que hacerlas.

–¿Cree que está abriéndose de nuevo el espacio para la figura del intelectual público?

–Yo creo que pude hacer ese discurso en la Feria y el del Congreso porque hay un cambio, porque de alguna manera yo me sentí acompañada. Yo fui a dar ese discurso sobre la ley del aborto en un contexto en el cual hay un montón de mujeres hablando de eso, un montón de compañeras mías, un montón de escritoras, de amigas hablando de eso. No es lo mismo que ir sola y pararte ahí a hablar. Con el discurso de la Feria del libro también, porque toda la cosa gremial, por llamarla de alguna manera… hay palabras que parece que ofenden, ¿no? “Sindicato”, “gremio”, parece que nadie quiere hablar de eso. Pero los escritores no tenemos en ese sentido a alguien que defienda intereses. Toda esa parte ahora hay gente pensándola, como la Unión de escritoras y escritores, la gente de NP literatura. Más allá de mi discurso, hay gente pensando. Hay una movida. Yo lo que hago es decir me paro acá y lo digo, pero esa movida está. No es lo mismo que decirlo sola, que pararme a decir “a mí no me gusta que me paguen a los seis meses” y que todos los demás se queden calladitos y entonces vos decís “me van a echar, no me van a publicar un libro”. No: si somos un montón los que estamos diciendo “mirá, si me pagás cada seis meses y con el ajuste por inflación que hay, me parece que acá hay algo que no está funcionando”, es distinto. 

–Usted de todos modos está en una posición en la que podría no decirlo, no necesita hacerlo.

–Es raro eso. Vos decís “podrías no decirlo”, pero yo pienso “no puedo no decirlo”. Pienso que yo tengo que decirlo precisamente porque puedo hacerlo. No le puedo pedir a un pibe al que le publican una tirada de 500 ejemplares y que no cobra ni anticipo ni derechos de autor que se pare en un escenario y diga “che, cómo no me pagan”. Entiendo que él no tiene espalda para decirlo, pero algunos sí tenemos esa espalda. Está bien, algunos tienen espalda y no lo hacen, lo sé. Pero yo me siento más cómoda así. También es como si fuera un recorrido casi profesional. Hay un momento en el que vos producís y hay un momento en el que te ponés a mirar qué es lo que hay en tu campo cultural, tus compañeros y decís “mirá, acá hay estos problemas”. A lo mejor hace cinco años yo estaba más preocupada por otras cosas. 

Yo hoy  me sentiría incómoda si no lo hiciera, pero envidio poderosamente al que no siente que tiene que hacerlo, no le digo “por qué no lo hacés”. No sabés lo que envidio cuando alguien no se siente interpelado. Yo creo que tiene que ver con algo personal de uno y también con las historias, mi papá era así también. Después del acto de la Feria, mi hermano, que había estado ahí, daba ejemplos de mi papá en distintas situaciones y decía “era igual”. Creo que esas cosas también vienen de modelos que uno tiene.