La adicción de los pibes y las pibas al paco los pone en tal estado de deterioro, indefensión y desamparo que hizo estallar a las madres alzando un grito desesperado desde los barrios. Así nacieron las Madres contra el Paco, como una reacción casi instintiva frente a un negocio de resaca que las ponía cara a cara con la destrucción de sus hijos.

Lo viví de cerca acompañando a Isabel Vázquez y Alicia Romero, que en 2006 nos plantearon los estragos que hacía el paco en Villa Lamadrid y Budge y le pusieron el cuerpo a la destrucción de la casa desde la que vendía un paquero.

Si nos atenemos a los estudios de Sedronar, la idea de la tolerancia cero frente al paco, el mito de que se le podría poner un límite infranqueable que desterrara el negocio, fracasó. Las madres siguen luchando, poniendo el cuerpo contra los transas, acompañando  intervenciones de la justicia y las fuerzas de seguridad con repercusión mediática. Pero el riguroso estudio nacional de población sobre consumo de sustancias psicoactivas de Sedronar permite advertir que, aunque con prevalencia baja, desde 2010 a 2017 el consumo de paco creció 66 por ciento.

Esos estudios, la experiencia de lucha de las Madres y la tarea de investigación que desde hace 4 años realizamos en decenas de barrios de la Provincia de Buenos Aires desde el Instituto de Investigación sobre Jóvenes, Violencia y Adicciones (IJóvenes), nos permiten advertir que el paco es la punta del iceberg, una adicción que genera especial preocupación por sus consecuencias devastadoras, pero que es parte de una problemática mucho más amplia.

Existen consumos que están instalados con mucha más masividad que el paco, que también crecen y que nos hablan de una sociedad atravesada transversalmente por las adicciones y por sus consecuencias en materia de salud, de deterioro familiar y social y de inseguridad. ¿Cuánto más vamos a esperar para debatir y tomarnos en serio el crecimiento y la masificación del consumo de alcohol, que deteriora la diversión, incrementa la violencia, agrava la siniestralidad vial y afecta la convivencia familiar y social? 

Cuando decidimos difundir a través de un libro el resultado de las investigaciones de nuestro Instituto, elegimos para titularlo una expresión juvenil con la que nos familiarizamos charlando con los jóvenes. “Lindo día para dársela en la pera” les oímos decir. Elegimos como título esa expresión, “Dársela en la pera”, porque es una forma de entregarse al consumo hasta traspasar el límite de lo que el organismo tolera, una realidad y a la vez una metáfora de un cuerpo que cae hacia delante rendido al knock out de las sustancias y el exceso. 

Vivimos en una sociedad fuertemente estructurada en torno al consumo y ese es el contexto propicio para la instalación y el crecimiento de los consumos problemáticos. El alcohol no es prohibido, es un negocio creciente con fuerte publicidad. Con la marihuana tomamos conciencia de lo inútil y contraproducente que es la demonización de las sustancias, pero también de su frivolización como elementos exclusivos de placer. La realidad es más compleja y, más allá de intentos parciales y ocasionales, y de experiencias y herramientas muy valiosas, nos faltan políticas de estado que sean compartidas de manera efectiva por las distintas expresiones políticas y sociales y que ubiquen a la prevención y asistencia frente a la violencia y las adicciones como prioridad real y efectiva.

Hemos avanzado en la medida que ha crecido el consenso en la necesidad de hacer eje en la persona, de encarar el abordaje desde la perspectiva de la salud pública y la prevención con participación comunitaria, y de tener hoy un mejor registro de experiencias virtuosas como el Hogar de Cristo. 

Esta experiencia en Villa Palito suele ser el ejemplo más citado a la hora de plantear qué hacer porque, además de abordar el problema de las adicciones, se impulsó y llevó adelante una transformación urbanística del barrio desde el protagonismo de la comunidad. El Hogar de Cristo crece y se extiende en distintos barrios porque está en el territorio, se acerca a los que padecen haciendo eje en la persona y trabaja para encontrar un umbral mínimo desde el cual reorganizar el proyecto de vida sin ser esclavo de una sustancia. 

No se trata sólo de la notoria insuficiencia de los distintos dispositivos necesarios para el tratamiento clínico de los padecimientos originados en las adicciones, que dan cuenta además del deterioro de nuestro sistema de salud pública. ¿Por qué vemos peligrar o subsistir en la incertidumbre a programas como el Envión, Ellas Hacen o Fines, o comprobamos que la generación de espacios para la práctica del deporte, la expresión cultural y la participación juvenil y comunitaria sólo es contemplada de manera aislada con escasos recursos? Existe aún una distancia muy grande entre la amplia coincidencia de los distintos sectores acerca de la necesidad de una política de estado y la entidad de los gestos y las decisiones políticas que presuponen su efectiva puesta en marcha.

No sirve intercambiar reproches entre el pasado y el presente, sino fortalecer esas coincidencias que han tenido en la prédica del Papa Francisco y en el compromiso de la Iglesia y sus curas un valioso elemento aglutinador y convocante para la construcción de consenso. Podemos seguir profundizando el diagnóstico. Pero llegó el momento de hacer mucho más y en serio.

* Presidente de IJóvenes.