Tras años y años de campañas de activistas que denunciaban sus usos y abusos, finalmente lo han bajado del pedestal sobre el que se erigía en Central Park, Nueva York. Así, la estatua del doctor James Marion Sims (1813-1883) –figura reverenciada en Estados Unidos, donde muchos colegas lo consideran “el padre de la ginecología moderna”– ha sido definitivamente removida del sitio de privilegio que detentaba en el concurridísimo parque de Manhattan, frente a la Academia de Medicina, desde 1934. Para albricias de decenas de mujeres presentes, dicho sea de paso, que los pasados días se acercaron para ver y celebrar la remoción del monumento al controvertido varón. Varón oriundo de Carolina del Norte, especializado en salud reproductiva femenina, que desarrolló un procedimiento para tratar la fístula vesicovaginal (resultado de desgarros vaginales durante partos complicados o mal uso de fórceps) y creó luego el primer hospital especialmente dedicado a las mujeres en NY, además de una versión primigenia del espéculo, siendo recordado por la historia oficial como “una bendición para el género femenino”. Empero, lo que tantísimas placas y monumentos dejaron de lado durante décadas es que, para perfeccionar sus prácticas, el médico y cirujano –un declarado esclavista– experimentó con mujeres negras. Sin su consentimiento ¡y sin anestesia!, reservando el uso de éter o cloroformo para pacientes ricas, blancas, “más vulnerables al dolor”. Y aunque las prácticas médicas del siglo XIX fueran de por sí crueles y sumamente dolorosas (a niveles gore, francamente), incluso sus colegas contemporáneos expresaron entonces inquietud por tanta crudeza contra las muchachas negras que operaba en una clínica improvisada en el jardín de su casa de Alabama, previo a mudarse a NY.  

De hecho, aunque hizo dolorosísimas intervenciones experimentales sobre –por lo menos– una docena de esclavas, existen apuntes de puño y letra del doc sobre sus tres “favoritas”: Anarcha, Lucy y Betsy. Sobre Lucy, por caso, escribió Sims que su agonía era extrema, que pensó que moriría “pocas horas después de confirmar que su primera cirugía había fracasado y al haberle realizado una segunda, aun estando sumamente inflamada”, según recupera la BBC. Sobre Anarcha, agrega el susodicho medio, “se sabe que llegó a sus manos a los 17 años después de un parto de tres días y que, en un lapso de cuatro años, Sims le hizo 30 cirugías experimentales sin anestesia, hasta que en ella misma logró la técnica adecuada para cerrar las fístulas, usando una sutura de plata”.  

De allí que hoy sectores revisionistas se refieran a Sims como “el doc carnicero”, y que la comunidad afro solicitara de un tiempo a la fecha la remoción inmediata del susodicho monumento, pulseada que acabó por ganar. “La controversia no está vinculada a los méritos de sus logros médicos, sino a cómo los obtuvo. Aunque Sims fundó el primer hospital de mujeres de Nueva York e innovó en técnicas quirúrgicas, su éxito llegó a costa de un tratamiento antiético en mujeres esclavizadas, en la época previa a la Guerra de la Secesión”, advierte revista Time, y explica que el hombre forma parte de una larga tradición de docs que experimentaron con personas de la comunidad afro, con miembros de pueblos originarios, con inmigrantes, con minorías en situación de extrema vulnerabilidad, amén de probar tratamientos que podrían luego beneficiar a personas blancas. En ellas, claro, con tantísimo menos dolor. A ellas sí Sims las anestesiaba para la ocasión… 

Para la escritora Deirdre Cooper Owens, autora de Medical Bondage –libro que repasa los sórdidos orígenes de la ginecología norteamericana–, la remoción de la estatua de Sims es un simbólico reconocimiento de cuán cruenta ha sido historia de la medicina estadounidense, en especial con las mujeres, pero dista años luz de ser suficiente: “Las mujeres afroamericanas continúan siendo una de las poblaciones más vulnerables, con tasas más altas de embarazos de riesgo, bebés con bajo peso al nacer, más muertes durante y después del parto que otros grupos raciales y étnicos del país”. Para colmo, explica la historiadora que persisten ciertos perniciosos mitos de antaño, instalados por docs como Sims, que allanan diversos modos de destrato: entre ellos, que las negras sienten menos dolor que las blancas… De allí que, para Owens, sea fundamental corregir los errores del pasado, además de derribar estatuas: “Urge dar forma a nuevas políticas de salud, transformar la educación médica, vincular a médicos, académicos y activistas para crear nuevas respuestas institucionales, amén de erradicar el maltrato que muchas mujeres afro, pobres o inmigrantes aún reciben en Estados Unidos”. 

Por lo demás, está previsto que la estatua de Sims sea reubicaba en el cementerio Green-Wood de Brooklyn, donde yacen los restos del doc. Un gesto demasiado generoso, a decir de detractoras que piden que el gobierno local desmantele y funda la pieza, aprovechando el material para crear una placa que conmemore a las decenas de esclavas que padecieron los inhumanos procedimientos del cirujano. Richard Moylan, director del camposanto, explicó que “colocar la escultura cerca de la tumba de Sims no pretendemos glorificarlo. En todo caso, será un punto focal que buscará atraer la atención sobre la historia real del médico, que estará allí documentada, donde por supuesto incluiremos la horrífica experimentación que realizó en mujeres esclavizadas del sur entre 1830s y 1840s”.