Siento frío, mucho frío que me viene subiendo por las piernas. Duele todo, todo, duele cada vez más. Siento la sangre chorreando todavía tibia por entre las piernas, el olor que va subiendo, ese olor entre rancio y dulce tan conocido y a la vez tan nauseabundo. También la siento en la lengua, entre los dientes y los labios, la voy saboreando lentamente, suavemente, tal cual ella fluye, manando desde los interiores de mi cuerpo con una parsimonia y una lentitud inextinguibles.

Todavía me duelen en el fondo de la memoria las trompadas y las patadas, encarnizadas por sobre mi cuerpo, doliéndome, doliéndome todavía desde el fondo de mi almita de princesita mal enseñada.

La previa dolió, puta si dolió. Él me dijo que yo no me iba a ir así nomás. Que me iba a acordar de él toda la vida. Estuve enamorada de él tanto tiempo, puta, tanto... Desde la secundaria, desde que empecé a ir a los quince... Le pedí un tiempo, un tiempo, nada más. Sin vernos. Sin hablarnos. A ver qué nos pasaba a los dos... "¡Eso nunca ‑y empezó a los gritos‑ juntos estamos y juntos vamos a acabar!". Y ahí fue que empezaron los gritos, y las patadas, y las trompadas.

"Vos sos mía, no te voy a dejar. ¿Quién sos para querer dejarme?"

Y ahí empezó todo. Jamás en mi vida, desde que lo conozco, lo había visto así. Estaba sacado. Ya no era él. Era otra persona. Estaba como endemoniado. Me trompeó mal, me tiró al piso, empezaron las patadas que parecían no tener fin... Me trompeó tanto que quedé medio desmayada, entre los gritos de auxilio y desesperación que nadie parecía escuchar. Vi que se iba hacia la cocina en ese momento. Luego, cuando desperté, ya estaba sola, mi vida era un solo grito de dolor, ensangrentada por todos los bordes de mi cuerpo, mi sangre manando desde mis propias profundidades. No lo vi más, no lo escuché más. Logré incorporarme a duras penas apoyándome en el sillón que tenía más cerca. Así logré ver las heridas, largas y profundas y el cuchillo todavía clavado en mi pecho.

Quise gritar y no pude. No podía emitir sonido. Sollozaba como podía esperando que alguien llegara. Y nada. Siento ahora en el fondo de mi cuerpo las heridas tan dolorosas y la sangre que chorrea de todas las partes de mi débil existencia. Ya siento que la vida se me va, que no puedo respirar, que el último halo de oxígeno se me fue con los primeros estertores que empiezo a hacer, así, como en las películas cuando alguien se está muriendo.

Y recuerdo, recuerdo su cara de niño pícaro cuando lo conocí. Los primeros besos a escondidas. La primera noche juntos. La primera vez que lo hicimos. Los abrazos. Su dulzura. Su manera de mimarme y consentirme en todo lo que fuera. Los comentarios de todos los que dijeron que él me iba a cagar la vida... Los comentarios que no quise escuchar. Ni los de mi mamá ni los de mi papá, muchos menos los de la abuela Elisa. Nos fuimos a vivir juntos enseguida. Yo dejé la secundaria en cuarto año. Él iba a trabajar. Yo quería trabajar, pero él no me dejó. Me dejaba encerrada todo el día esperando que él volviera. Siempre hubo una sola llave de la casa, él la tenía. Me fue aislando. De todo. De todas. De la familia, de mis amigas. Pero él siempre volvía. Y era muy dulce conmigo. Muy cariñoso. Era un amor de persona. Era el más caballero y el más galante. Jamás se me hubiera podido ocurrir que él reaccionaría así cuando yo le propusiera lo del tiempo. Se lo dije bien. Yo realmente ya no lo quería, estaba cansada de esa vida. Quería salir, conocer gente, divertirme, quería terminar de estudiar. No me animé a pedirle una separación. Le pedí un tiempo, nada más. Pero nunca me imaginé que él reaccionaría de esa manera.

Siento el gusto rancio y dulce de la sangre manando por mi boca, siento los estertores que parecen no tener fin. Hago convulsiones inauditas. Respiro cada vez más lento entre los últimos estertores. Siento que la vida se me va con el último. Duele, duele todo, pero ya no me importa. Me voy acercando a un estado en el que nada importa y en el que ya no siento nada...

Me veo salir de dentro de mi cuerpo y miro la escena desde muy arriba, arriba: hay sangre por todas partes, tengo muchas puñaladas clavadas en todos lados, él no está. Siento el ruido de una sirena. Golpean y golpean y nadie atiende. Rompen la puerta a patadas entre varios policías. Entran. Se asustan. Entran los médicos de la emergencia. Ya no respiro nada. Tratan de reanimarme. No pueden. Veo cómo me cubren con la primera manta que encuentran a mano.

 

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