“¡Las críticas coinciden! Dijo Huffington Post: ‘Sean Penn, el novelista, debe ser detenido’. Dijo USA Today: ‘Entretenido y exasperante a partes iguales’. Dijo The Guardian: ‘Repelente en un nivel, pero estúpido en muchos otros’. Dijo Washington Post: ‘¿Es Bob Honey salvajemente ofensivo? Lo es’. Dijo Chicago Tribune: ‘¡Ignoren a Penn!’. Dijo Entertainment Weekly: ‘Demasiado varonil’...”. Cuando hace unos días, en una entrevista con el actor, un periodista de la cadena MSNBC se puso a leer los extractos de las terribles reseñas que viene cosechando Bob Honey Who Just Do Stuff, el debut literario de Sean Penn, ambos se echaron a reír de manera franca y contagiosa. El aviso compilando las críticas que el propio Penn había hecho publicar a página completa en la edición dominical del New York Times era tan unívoco que el efecto al leerlo en voz alta resultaba lo contrario: de la mortificación se pasaba al divertimento. Y basta chequear la escena en YouTube para comprobar que no hubo sobreactuación ni falsa displicencia, que la defenestración les causó gracia en serio. 

“Me encanta, me hace sentir que sí, que lo hice”, explicó Sean, todavía con la cara arrugada de haber reído con ganas, para en seguida citar a su amiga Jane Smiley, conocida novelista estadounidense que ganó un Pulitzer de ficción en 1991. Y que figuró entre los valientes del ambiente literario y cultural (otros: Paul Theroux y Salman Rushdie, que describió el libro como “el tipo de historia que Thomas Pynchon o Hunter S. Thompson adorarían”) que se animaron a valorar su salto a la escritura. “Jane me dijo: ‘Mirá Sean, esto va a ser 25/75. El 25 por ciento de los que que lean tu novela la van a amar, pero el 75 por ciento la van a odiar’. Y yo pensé: ‘Qué bueno porque es una marca bastante mejor que tener que hacerle frente a mi propia crítica’”. 

Ahora bien, ¿por qué tanto alboroto? ¿De qué va Bob Honey Who Just Do Stuff? En plan satírico y distópico, y de la mano de un alter-ego llamado Poppy Pariah, Sean Penn desgrana la historia de un veterano divorciado que, entre otras ocupaciones empresariales de bajo rango, (destilador de aguas residuales, proveedor de pirotecnia) se ocupa de matar gente a sueldo; solamente armado de una maleta y de un malestar generalizado hacia el estado actual de las cosas. “Bob Honey considera que están todos equivocados menos él. Y es cierto que yo también soy proclive a tener ese pensamiento”, admitió en otra nota con una sonrisa cuando se lo inquirió por las bastantes evidentes similitudes entre él y Poppy Pariah. O entre él y el mismo Bob Honey. “Esto es ficción con personajes de ficción”, insistió para dejar en claro las inevitables distancias entre obra y autor, aunque también las eventuales coincidencias con más de una de las opiniones allí vertidas. 

“Es ficción, pero también un desahogo. Lo que te pasa cuando ya sos grande y tus ideales ya no son lo eran, y vas perdiendo las esperanzas”, reconoció en The Late Show de Stephen Colbert, emisión muy comentada por el estado en el que se dejó ver: visiblemente somnoliento por un sedante que dijo haber tomado la noche anterior, pero aún así gracioso, descarnado y sagaz; prendiendo un cigarrillo tras otro (“seguro de trabajo para oncólogos”, respondió rápido cuando Colbert lo reprendió con la excusa de preocuparse por su salud), “esa clase de autoconfianza que viene de no importarte nada lo que piensen los demás y aún así resultar simpático”, como comentó más tarde un televidente. 

“En los últimos años, desde mi pequeño lugar, participé en los debates de estos tiempos y al final vi que sólo sirvió para aumentar más la división”, relató Penn a Colbert en lo que fue el génesis de la novela. “Me dije: bueno, ¿por qué no escribir una historia que pueda incluir a todos, a los que pensamos de este modo y a los otros? Mi hijos siempre me dicen que me dejo fascinar muy rápido por mi propio humor. Bueno, acá di un paso más y me reí mucho mientras escribía esta historia. Y la verdad es que la pasé muy bien”, remarcó. 

Y se nota. Porque es cierto, como dicen mucho de sus críticos, que en la novela abundan defectos de escritura (aliteraciones, cierta pretensión sobre asumir un papel de escritor) y que, a nivel contenido, las alusiones a Trump son demasiado directas (hay poca ironía en esa “morsa naranja que nos gobierna” y tuitea como ya sabemos quién). O que la crítica hacia el movimiento #MeToo que despliega Bob Honey en un poema beatnik del final (en donde lo acusa de ser una cruzada infantil y de minimizar la violación al mezclarla con otras denuncias) puede ofender a quienes interpela. Pero también es cierto que para aquellos que adoran la conocida intensidad del actor, esos magnéticos arranques de furia o de ternura inconsolable con los que suele conmover en pantalla grande, la novela es imperdible: un registro por escrito y en clave ficción de esa forma de ser.

“Yo estaba enamorado de entrar en un cine a oscuras, sentir que lo que estaba viendo era algo que podía durar para siempre. No es lo que me pasa hoy”, respondió ante la repetida pregunta de qué va a suceder de ahora en más con eso que tan bien sabe hacer y lo hizo importante y famoso. “Una parte clave de actuar es poder jugar con los otros. Y últimamente no he podido jugar bien con los demás. Me encantaba esa parte cuando la amaba pero ya no la amo más”, agregó a la vez que reconoció su rechazo (casualmente el mismo tipo de rechazo que expresa Bob Honey en la novela) sobre el rumbo que fue tomando la industria del cine y el entretenimiento bajo el imperio de las redes sociales. 

“Llegó un punto en que todo el proceso creativo se volvió tan estudiado y procesado, y hay tanta gente interviniendo, que me parece que la gente más apta para encararlo es la gente de mente más rápida. No es mi caso”, afirmó este hombre ya plagado de arrugas pero todavía con los músculos en forma (no por nada, la deslucida The Gunman, una de sus últimos películas, fue una de persecusión y tiros) que no sólo no tiene Facebook, Twitter o Instagram sino que directamente no sabe usar una computadora. “¿Cómo que no sabés usar una computadora?”, se asombró la entrevistadora de la CBS cuando hicieron la típica recorrida por las afueras de su casa en California para el noticiero de la emisora: “Sí. No sé. Escribo a mano. O dicto. Hice mucho de lo dictar para escribir esta novela”, confirmó. Y adelantó que de la misma manera vendrán más libros. “Desde que pasé los 30 que se me acerca gente que me pide que escriba unas memorias, dado todo lo que fui viviendo. Desde entonces que vengo procrastinando. El problema es que si lo hacía de ese modo se iba a discutir más mi nombre que lo que escribiera. Ahora en cambio, con esta voz que encontré en Poppy Pariah, fue distinto”. 

Está claro que Sean Penn no pudo evitar la discusión. Lo que sí pudo evitar –todo parece indicarlo– fue esa sensación amarga de estar haciendo algo a repetición, solamente porque las circunstancias previas (ser un gran actor, haber hecho grandes películas) lo exigían. Escribir, se le ve en la cara, le trajo una alegría que extrañaba.