Francisco Madariaga tenía 32 años y nunca había visto un partido de fútbol. Hasta que Juan, su mejor amigo, le propuso ayudarlo a recuperar su identidad –de la que ya desconfiaba– a cambio de que lo acompañe a la cancha a ver a Independiente. “Bueno, voy, le dije. Y empecé a ir. Primero como distracción y después porque estaba buenísimo. Era en 2010, más o menos, cuando ganamos la Sudamericana. En la cancha empezaba a conocer gente, se me hacía como una familia. Era juntarme con gente con la que de otro modo no hubiese hablado en mi vida. Porque en la semana uno sólo habla con su gente, pero en la cancha hablás con todos. En la Tribuna Norte me sentía protegido”, le recuerda a Líbero.

El fútbol le dio de las buenas, como la tarde en que conoció la Bombonera cuando el Rojo le ganó 5-4 a Boca en un partido que no olvidará jamás, y de las malas, como el descenso, en 2013. Pero ningún momento futbolero fue tan emocionante como el de la noche del 31 de marzo pasado, cuando fue a ver el partido contra Atlético Tucumán sin que sus amigos le avisen que lo llevarían al círculo central a recibir un reconocimiento de su club, por su condición de hincha y nieto recuperado: “Me llevaron engañado. Iba en el auto y me decían que habría una sorpresa. Cuando llegué todos me saludaban y no entendía porqué. El recibimiento fue fenomenal: me regalaron la remera de Independiente que dice Francisco con el número 101, pisé el césped del estadio por primera vez, y me alentaban desde las tribunas. Escuchar los gritos de la hinchada es increíble. No dejaba de pensar en mis viejos en ese momento. Sobre todo porque había sido una semana difícil por lo del anuncio de la domiciliaria a Gallo”.

Gallo es el karma de Francisco. Gallo es Víctor Alejandro Gallo, ex capitán del Ejército, quien con su esposa, Susana Colombo (ya fallecida), lo anotaron como hijo propio bajo el nombre de Ramiro, el 7 de julio del ‘77. Se lo robaron en el centro de detención ilegal El Campito a Silvia Quintela, secuestrada con cuatro meses de embarazo el 17 de enero de 1977 en la zona de Florida, provincia de Buenos Aires. Abel Madariaga, su padre, se exilió y pudo volver a la Argentina recién en 1983. Hoy es secretario de Abuelas de Plaza de Mayo. En 2012, Gallo y Colombo fueron condenados a 15 y cinco años de prisión, respectivamente, por participar de delitos de lesa humanidad como el robo de bebés. Gallo, en los días previos a Independiente-Atlético Tucumán, fue noticia junto a otros represores por el beneficio con la prisión domiciliaria. Ante este diario, Francisco lo define así: “Genocida, delincuente común, carapintada, participó en la masacre de Benavídez (el 7 de setiembre de 1994 fueron fusilados en un descampado Alberto Camacho y Claudia Ballesteros; y una hija de la mujer, Delia Salinas. Pero otra hija, Yésica, sobrevivió), le alquiló la camioneta a Telleldín para volar la AMIA, integró el Batallón 601 de Inteligencia, y ahora está en la calle por cáncer de pulmón y sigue fumando. Le dieron la libertad. La libertad provocada”.

La vida, cuenta Francisco, fue muy dura junto a su apropiador. Le pegaba, le gritaba, le hacía cantar himnos de distinta clase, le daba claras muestras de racismo y hasta lo mandó a matar a través de un sicario en los tiempos en que lo llevó a trabajar como custodio de su empresa de seguridad. De todo eso zafó, siente, desde que pisó por primera vez la cancha de Independiente. Artista de circo, fanático de la música punk y viajero fueron algunas de sus características. Pero nunca la pelota.

De su madre tiene pocas fotos. Una la guarda en la billetera. Pero también la lleva en un tremendo tatuaje de su rostro que se hizo en su brazo izquierdo. A su padre lo abrazó por primera vez el 23 de febrero de 2010, en su oficina de Abuelas. Se cuidan mutuamente y se cargan porque la identidad futbolera lo permite: Abel es de Boca. Pero a Francisco lo que más le preocupa es el clásico de Avellaneda. “Lo que más disfruto es ganarle a Racing”, sonríe.

El fútbol, a través de la Peña Palomo Usuriaga (homenaje al ex jugador campeón en el ‘95 en el equipo de Brindisi y asesinado en Colombia en 2004), le permite coordinar acciones solidarias: “Con mi familia de Independiente hacemos caridad en colegios o dónde podamos ayudar”.

Con la camiseta de Independiente con su propio número.

Su ídolo es Claudio Marangoni, referente Rojo de los tiempos en que Francisco no le prestaba atención al fútbol más que para escuchar de refilón en la tele aquello de “¿quién mueve? Muevo yo, Mauro”. Y entonces Marangoni se la tocaba a Bochini pero él estaba en otra. En sobrevivir, como dice.

“El fútbol salva. Te hace sentir más vivo. El que lo critica es porque nunca fue a la cancha. No vamos a negar a los barras, pero son minoría y se pueden esquivar. En el fútbol hacés amigos, compartís una cerveza. Se arma una familia de verdad, una familia que uno elige. Por mí algunas veces se ha preocupado más gente de Independiente que de mi propia familia”, dice Francisco antes de agregar que “cada vez aparecen más nietos recuperados que son hinchas del fútbol”.

Siente, Francisco, que recuperó mucho más que la identidad. Por eso no deja de recomendar su experiencia a otras personas que sospechen de su identidad. “Que no tengan miedo. Mi objetivo es que quienes estén en duda y hayan nacido en esos años se acerquen a Abuelas. Es bueno saber de dónde viene uno, quiénes fueron nuestros viejos, por qué luchaban. Es hermoso conocer la verdad. Es sacarse la mochila más pesada que pueda sentir un ser humano”, suelta. Después, cuando vuelve a ver las fotos de su ovación en Avellaneda, suelta: “Fue la mejor noche de mi vida”.

Y por último dice: “La jueza Arroyo Salgado me dijo, cuando certificaban mi verdadera identidad, que elija una fecha que vaya entre el 1º y el 10 de julio del ‘77. Yo estaba anotado el 7 pero elegí el 5 de julio. Ese día cumple años mi amigo Juan. Mi amigo de Independiente. Fue un homenaje a él y a su familia. Que también es mi familia”.