Desde los márgenes no solo mira mejor, sino que se puede ser central para la cultura porteña. Fernanda Laguna –poeta, novelista, artista, editora-gestora cultural de Belleza y Felicidad, y quilombera de la llamada “poesía de los 90”– intuye que la mejor manera de construir un mito es suscitar pasiones: ser tan amada como odiada. Han dicho de ella que es frívola y una “boluda autoconsciente” –definición de Alejandro Rubio–, una “poeta de la reversibilidad militante” que “cruza y descruza las fronteras entre varias cosas, pero principalmente entre la vergüenza y la desvergüenza, entre lo que no puede decirse y lo que se arroja como un dardo a los ojos atónitos del espectador/ lector”. También la han acusado de ser una lesbiana “tibia”. Después de un tiempo sin noticias de la poeta –lo último que publicó fue Control o no control, en 2012–, Laguna vuelve con un libro de poemas inéditos, Los grandes proyectos, que forma parte de la colección 8M, que saldrá mañana acompañando la edición de PáginaI12.

“Hay demasiada gente aquí,/ hay que estacionarla como coches/ para que entren./ Es muy difícil analizar adentro de una los datos./ Los pensamientos son gotitas./ Apenas uno mueve la cabeza se confunden/ explotan/ se derraman sobre otros”, confiesa Laguna en “Hiperconexión conmigo”, uno de los poemas inéditos, una especie de diario íntimo donde despliega tristezas que lloviznan finito, mucho alcohol, amores por mujeres y hombres y hombres y mujeres que duelen demasiado, el proyecto más hermoso de su vida, la escuela y galería de arte en Villa Fiorito, el convencimiento reconstituyente de la autoestima, porque la poeta habla y escribe “en trance con la voz de la gente del futuro/ que imagino o que vendrá”. “Desde que publicamos en Belleza y Felicidad El mendigo chupapijas, de Pablo Pérez, tengo ganas de que mis libros sean vendidos en los kioscos. Esta vez se me cumplió el sueño”, dice la autora de Me encantaría que gustes de mí (2006) y Dame pelota (2009), entre otros títulos.

–En el primer poema del libro, “El misterio de la imagen”, hay un grupo de madres que no la saludan, que no la ven. ¿Qué hace que una persona se visibilice o se invisibilice?

–En la escuela de mi hijo, una empleada se lo llevó, yo salí a defenderla y las madres se enojaron mucho conmigo. Pero ese no es el tema del poema. El tema es que cuando no te miran es como si te restaran existencia. Una necesita de la mirada del otro para completarse. Sin la mirada del otro o de la otra, una queda desdibujada. Para mí es fundamental esa mirada. Pienso en los homeless que nadie los mira... Si no te miran, te convertís en un fantasma.

–En “Cosas convencionales” se lee: “Es la madre que soy la que no me entiende”. Otro poema se titula “Soy mi madre”. ¿De qué modo la maternidad ha impactado en su escritura?

–La maternidad es para mí un lugar simbólico; es como la relación entre la desprotección y la protección. La madre sería la protección. La maternidad me dio una visión de que yo también puedo ser mi madre. No creo que una tenga una especie de maternidad eterna con la otra persona, sino que la otra persona se va. Y ese niño luego será su madre. Si puedo cuidar de un niño, si puedo ser madre de un niño o una niña, también puedo ser mi madre. Es eso: la madre es también la que te permite hacer todas las cosas, la que siempre te desea lo mejor; es como si fuera el abrazo. Pero no tiene que ver con la maternidad común de una persona que tiene un hijo, sino con una maternidad más esencial, no sé qué palabra decir... es una maternidad del corazón.

–“Palabras que más usé en mi vida literaria” es un poema en el que aparece una lista de palabras, encabezada por “yo”. En otro poema se plantea que debería escribir en tercera persona, que escribir en primera persona es “fácil”. ¿Qué tipo de “yo” es el que aparece en su poesía? 

–Cada persona ve el mundo a través de su “yo”. Ve al otro, a las otras personas, pero siempre desde el “yo”; el “yo” es el que sale hacia los demás. El “yo” pareciera que estuviera cargado de emocionalidades y que no tuviera una fuerza en sí misma, como si a ese “yo” le faltaran pruebas o le faltara lo que es el otro; la mirada del otro que te da entidad. Escribo tan desde adentro de mí que me cuesta y hasta todavía me sorprende ser un “yo”. Me parece tan raro ser “yo” que es como si escribiera en tercera persona.

–“Hoy terminó la poesía de los 90/ con los pactos de los poetas que se cubrían./ Algunos de esos poetas que nos trataban de putas/ de idiotas/ y otros que nos permitían o no participar”, se lee en uno de los poemas. ¿En qué sentido terminaron los 90?

–Me gustaría no explicar ese poema porque me parece que está bueno que tenga apertura de sentidos, pero ahí quería reflexionar acerca de una etapa y mostrar que en los 90 las voces de las poetas fueron aplacadas, por no decir invisibilizadas, no solo porque nos trataban de estúpidas o frívolas, sino por ciertos manejos de los hombres. Si una se pone a pensar, hay pocas poetas en los 90, y muchas dejaron de escribir y publicar por la falta de espacios que había. Los varones decidían el destino de la literatura. 

–En varios poemas cuenta que hacía tiempo que no escribía. ¿Se tomó muy en serio ser poeta y eso la paralizó?

–Quizá tenía miedo. ¿Viste cuando escribís algo y no te sale? Es una frustración, ¿no? En ese sentido, esa frustración es no tenerle miedo ni respeto a la poesía. Desmitificar la cosa de lo bueno de la poesía. Quizá me costaba porque pensaba en las críticas y todo eso, no porque me pareciera que la poesía fuera algo muy importante, sino porque tenía miedo de que no me saliera. La poesía es demasiado cuando uno le tiene miedo porque no hay nada más inofensivo que escribir. ¿Qué va a pasar? ¿Te va a explotar una tecla? (risas).

–En varios poemas aparece la idea de que la pintura le da felicidad, en cambio en la escritura trabaja con otros sentimientos: con la tristeza, con la pérdida, con el dolor.

–La poesía es mucho más narrativa, es como contar las cosas que me van pasando y por lo general quiero contar las cosas tristes. A veces pienso, ¿adónde llegaría con un poema alegre? El poema es una necesidad de transformación para mí. En cambio la pintura es el color independizado de tener que transmitir algo. Entonces me cuesta menos poder pintar bajo cualquier circunstancia.

–En “Quiero dar vuelta la página y no puedo” define a los poemas como “cuevas cerradas, fáciles de dinamitar” y advierte que “la poesía siempre siempre es no decir/cada recoveco sin sentido/ está lleno de aullidos”. ¿La poesía es ese no decir que sale a los gritos?

–Sí, claro. Quisiera gritar en ese momento y poder decir todas las cosas que pienso, pero como son cosas secretas no se pueden decir y uno las guarda en las cuevas que son los poemas. Uno los guarda ahí esperando el momento de poder dinamitarlos. La poesía es como esconderse en otras formas de decir. Quizá sea un poco ingenua esta visión, pero hay algo que no se puede decir.